‘M, el hijo del siglo’ y ‘M, el Hombre de la providencia’, de Antonio Scurati

Literatura al servicio de la humanidad

Antonio Scurati es profesor de Literatura Contemporánea en la IULM (Universidad Libre de Lengua y Comunicación de Milán). Los libros que hoy nos ocupan son la primera y segunda partes de una obra en tres entregas en la que Scurati, novela, en forma cuasi periodística, los años principales de la vida pública de Benito Mussolini, el dictador italiano que, no por casualidad, sigue influyendo a día de hoy en la vida política de una parte importante de la humanidad.

Dice Emilio Gentile, historiador italiano que, junto al clásico Renzo de Felice, se ha convertido en uno de los referentes en el estudio del fascismo con obras como El culto del Littorio, Fascismo o Fascismo de Piedra (ésta última sobre la influencia en la arquitectura de los arquetipos del fascismo) que el Fascismo no puede considerarse una ideología en sentido estricto pues carece de literatura que podamos llamar canónica a diferencia del movimiento comunista que dispone de evangelios como El manifiesto comunista, El capital, Estado y revolución e incluso de sus propios textos heréticos como La Revolución permanente.

El fascismo o los fascismos más propiamente dichos se reconocen, por tanto, en un conjunto de planteamientos y actitudes comunes como el ateísmo, la exaltación de la juventud como fuerza de cambio o la violencia revolucionaria como elemento fundamental de acción política.

M, el hijo del siglo

En M, el hijo del siglo, Scurati narra los primeros años de la vida política de Mussolini quien, hijo de dos militantes socialistas, maestro y propagandista del movimiento socialista italiano se consolida como una de las estrellas en ascenso del partido socialista italiano, hasta llegar a dirigir el Avanti”, máximo órgano de propaganda periodística del socialismo transalpino.

La gran catástrofe provocada en Sarajevo por el nacionalismo serbio sume a Italia y todas sus instituciones políticas en la indefinición, generando una profunda división social que retrasa la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial durante más de un año. Mussolini, desde su posición de portavoz del PSI se opone firmemente a la guerra, pues considera, junto al movimiento socialista mundial, que si la clase obrera europea se niega a participar en el conflicto, éste se acabará inmediatamente.

Encarcelado por el gobierno junto a su amigo y camarada de siempre, Giacomo Matteotti, los meses de cárcel y la falta de reacción de los trabajadores europeos, le harán ir cambiando de idea, hasta el extremo de, a su salida de prisión, atreverse a apoyar la participación en la carnicería junto a los aliados para incrementar su fuerza y acelerar el fin de la guerra.

Lo único que consigue es su expulsión del Partido Socialista y el distanciamiento de Matteotti. Decide enrolarse en el ejército y alcanza el grado de capitán. El infame comportamiento del gobierno italiano al firmarse el armisticio que mantiene al ejército moviéndose entre las diferentes provincias el norte de Italia, sin desmovilizarlo por miedo a un reinicio del conflicto, mientras abandona a su suerte a los centenares de miles de heridos e incapacitados por la guerra y a sus familias, generan el caldo de cultivo para la explosión revolucionaria de finales de 1918 y el año 1919.

El partido socialista italiano se divide en tres fracciones, por un lado la más débil, la que mantiene el parlamentarismo y la democracia como elementos válidos para la mejora de la clase trabajadora. En segundo lugar el comunismo con Matteotti, Gramsci y Togliatti, entre otros, deslumbrados por la Revolución Rusa a pesar de su tenebroso salvajismo. Finalmente y de forma casi simultánea, Benito Mussolini funda el Partido Fascista, arrastrando consigo a una parte considerable de los cuadros y militantes socialistas que no comparten ni la democracia, ni la visión “eslava” del socialismo.

Para fortalecer su movimiento, Mussolini corteja al príncipe D’Annunzio, poeta, aviador y amante desmesurado que representa como nadie el nacionalismo italiano más recalcitrante, pero también se viste de modernidad con su admiración por Marinetti y sus futuristas. En apenas tres años Mussolini se convierte en el principal líder contrarrevolucionario de Europa, frenando la violencia socialista de la huelga revolucionaria con la violencia fascista, apoyada por el gobierno electo y la patronal, cada vez con menos disimulo.

Y en octubre de 1922, el gran golpe de efecto, la Marcha sobre Roma, columnas de miles de obreros fascistas se dirigen hacia la capital para forzar un golpe de timón político. El gobierno y el propio Rey confían, sorprendentemente, en que la movilización fracase por el rechazo de los trabajadores del norte, de los funcionarios de Roma y sobre todo por la falta de apoyo entre el campesinado del sur. Sin embargo las columnas más numerosas son las que proceden precisamente del sur y los funcionarios de Roma, no se mueven.

El Rey Víctor Manuel, un hombre pusilánime y acomplejado, horrorizado como todos los monarcas europeos por el trágico final del zar, cede y nombra a Mussolini jefe de gobierno, su escudo frente a la barbarie comunista. Apoyado en Margherita Sarfatti, esposa de un editor millonario y su mejor asistente, consejera y fiel amante judía, sí, judía, Mussolini inicia su consolidación mediante el matonismo político y el terror contra los diputados del parlamento, ordenando el asesinato de sus antiguos camaradas de partido, empezando por el mismísimo Matteotti, su amigo de la infancia que será atrozmente asesinado y marcará el camino de sangre que definirá el régimen fascista.

Mussolini, nacionalista, socialista, enamorado de la aviación y la velocidad, tirano y asesino, es ya el hijo del siglo.

M, el hombre de la providencia

En M, el hombre de la providencia Scurati narra los años de consolidación del régimen fascista, la lenta pero constante erosión de las instituciones democráticas y la eliminación física de sus opositores, Gramsci, el hombre débil y enfermo pero de voluntad de acero, morirá en la cárcel mientras las gentes de izquierdas abandona Italia para salvar sus vidas y los hombres de derechas se plegarán al régimen o se ocultarán en sus casas para evitar la muerte.

Y el Rey, ¿qué hace el Rey, a quién la constitución de la Unificación le otorga enormes poderes? Nada, absolutamente nada. ¿Y los generales? M les promete un imperio mediterráneo, una flota, un ejército renovado y máquinas, muchas máquinas. Aviones, camiones, tanquetas, artillería y acorazados modernos. ¿Quién se opone? No queda nadie.

Entre 1923 y 1926, M ha demolido todas las barreras para su control total de Italia. Y entonces inicia la gran transformación social, la enseñanza con el control de la juventud, los varones son Balillas y las niñas, madres futuras.

Carreteras, puentes, túneles, ferrocarriles, astilleros, ciénagas desecadas, el fin de la malaria. 40 años después Fellini dirá en “Roma”, “al menos hay que reconocer que los fascistas consiguieron que los trenes fueran puntuales y acabaron con las moscas”.

Y con el éxito aparecen los imitadores, Primo de Rivera en España o Adolf Hitler en Alemania y el propio Perón en la Argentina de 1.943, todos se comparan con el Duce.

La modernización y mejora social de Italia son evidentes y deslumbran hasta a los menos esperados; “Italia gana cada vez más importancia bajo la dirección viril e iluminada de su actual gobierno, que le ha asegurado una magnífica posición en Europa y en el mundo” Winston Churchill, enero de 1.926.

Y sin embargo, no todos en Italia aplauden. Los atentados se suceden y M, es herido en varias ocasiones, sobreviviendo y alimentando la idea de estar protegido por la providencia.

Con cada atentado fallido se alimenta la paranoia y la megalomanía de M que pretende que Roma sea por tercera vez la capital de un imperio, como lo fue del imperio romano y del imperio católico después.

Inicia sus coqueteos imperialistas en Libia y asume por primera vez las ideas raciales, a pesar del gran número de judíos italianos que estaban afiliados al partido fascista y deben iniciar la huida, la Sarfatti incluida.

Emprende grandes reformas en la capital para abrir las avenidas de una ciudad moderna, destruyendo una parte irrecuperable del patrimonio antiguo  y siguiendo el ejemplo de la familia Julia o del propio Trajano construye su propio Foro, hoy llamado Foro Itálico y donde cierto tenista mallorquín demuestra cada primavera que la superioridad racial fascista es una suprema gilipollez.

Tenemos que esperar todavía por la tercera entrega, pero la trilogía de M, es una de las grandes joyas literarias de este siglo, pues describe magistralmente un mundo de horror, que desgraciadamente todavía existe. Literatura en estado puro al servicio de la humanidad.

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