La velada dosmilera por excelencia

Después de comprobar el poder de convocatoria y excelencia de Shinova, una banda que no tenía para nada controlada y que viene claramente de esa corriente iniciada hace una década por bandas como Vetusta Morla, y darle la última oportunidad a Rayden, sin demasiado éxito por mi parte como es habitual, llegaba el momento de ver a una de las leyendas en activo más recordadas del mainstream de principios de los 2000, Avril Lavigne.

La emoción entre el público era evidente. La marea de camisetas de Avril Lavigne era impresionante y los fans estaban deseando ver sobre el escenario a una de sus heroínas más sonadas. Puede que aquí no se la haya seguido tan de cerca durante los últimos años, pero es innegable que sus tres primeros discos, Let go 2002, Under My Skin 2004 y The Best Damn Thing 2007, dejaron una troupe de fans todavía ferviente de la misma manera que lo hicieron esa colección de hits memorables contenidos en ellos.

Con un montaje de escenario plagado de rosas, calaveras y neones, demostrando esa variante pija-punk que ha defendido desde siempre, y ataviada con prendas customizadas con sus propios logos, no fue esa la única demostración de ego supersónico que gasta la de Ontario. Secundada por una banda que no sonaba con suficiente contundencia por parte de las guitarras, Lavigne hizo poco más que cubrir el expediente durante la esperada actuación.

Comunicación con el público correcta, sonido más o menos correcto y setlist más que notable, sonaron todos los esperados sin excepción con un público del todo entregado, lo que más me llamó la atención del concierto, fue su poca pasión, energía y entrega que parecía demostrar sobre las tablas.

No es que fuera reprochable su actuación, como ya he dicho cubrió el expediente sin problemas y la gente quedó bastante contenta, pero que en medio del concierto pases un vídeo con tus momentos más estelares de los 2000 recogiendo la retahíla de Grammys que le concedieron en su día, me pareció casi sobrante.

Pero no se quedó ahí la cosa, antes de tocar uno de sus hits más famosos, cogió a tres personas del público, vestidas con esa corbata característica que la hizo famosa por su estética, para regalarles a los tres una tabla de skate adornada con motivos de la gira y su nombre, la cual les firmo a todos para acto seguido sacarlos del escenario sin tan siquiera dejarles disfrutar de la canción con ella sobre el escenario, me pareció algo feo y altivo por su parte. Aunque al menos se hizo una foto de postín con ellos.

Ni tan siquiera cuando Avril volvió al escenario después de un breve descanso, el momento del video ególatra, sin la capucha y con guitarra en ristre, se oyeron las guitarras como es debido.

Tuvo el detalle de bajar al foso en una ocasión para saludar a los fans, pero por mucho que sus influencias pasen por Sheryl Crow, Alanis Morissette, Blink 182 o Green Day, Avril Lavigne no es ni una cosa ni la otra.

Llegando al momento final con confeti a porrillos, tiras de colores, cañones de humo y fuego mi resumen es el siguiente. Buen concierto para los fans más acérrimos, un concierto correcto para los más casuales, y un concierto algo descafeinado para los más exigentes.

Yo esperaba más y mejor, pero a estas alturas, y claramente pasado ya su prime creativo, creo que poco tiene que ofrecer Lavigne a las nuevas generaciones. A día de hoy su clara réplica podría ser Olivia Rodrigo, y os puedo garantizar que esa chiquita es capaz de arrancarle todos los parches millonarios de la chaqueta customizada de Avril Lavigne sin despeinarse.

Amaral la gran esperada

Corriendo a coger sitio al escenario Occident donde las ansias por ver a Amaral eran aún más grandes, al menos con el círculo de gente que me rodeaba, lo de la banda zaragozana capitaneado por Eva y Juan, obró la magia del rock como nadie en todo el Festival, tanto antes como después de su concierto.

No voy a ser jamás el mayor fan de Amaral, el único disco que realmente disfruto de ellas es Hacia Lo Salvaje, del cual cantó únicamente el tema que da nombre al álbum, peor has tenido que estar viviendo en Marte durante los últimos treinta años para no haber escuchado el noventa por ciento de las canciones que sonaron durante ese concierto tan memorable, exquisito y emotivo con el que dió Amaral en el Cruïlla.

Sacándose de la manga Rompehielos, corte exclusivo de su próximo disco que adelantó como segunda canción en su setlist, el resto de canciones escogidas para derretir y extasiar al respetable fue más grande que la vida. La veteranía de la banda y la calidad del dúo sobre las tablas, Eva Amaral es una indiscutible diosa del rock, dejó a todos los presentes con el corazón henchido y el alma elevada gracias a una conjunción entre artista y público que pocas veces vas a vivir de manera tan intensa y disfrutable.

Sin tí No Soy Nada, Moriría Por Vos, Revolución, Nuestro Tiempo, Días De Verano o El Universo Sobre Mí, sonaron de la manera más potente, sincera y emocionante que os podáis imaginar, dejando el listón tan alto, que nadie más en todo el Festival ha sido capaz, al menos, de igualar.

La energía arrolladora de Eva sobre las tablas, lanzando patadas al aire, saltando y gozando como la que más, evidenció la falta de entrega y ganas de varios de los artistas que habíamos visto pasar durante el día en el Festival.

Esa despedida de lo más emotiva con el Nothing Compares 2 U de la recientemente desaparecida Sinead O’Connor sonando a todo trapo a modo de homenaje ineludible, fue un detalle que solamente ella se podía marcar.

Gracias por todo Eva, gracias por tanto Amaral.