Un gran búho de las nieves
por J. Víctor Esteban.
En los cinco años de existencia de Yellowbreak he intentado criticar las obras de Louise Erdrich en dos ocasiones más. Reconozco que me enamoré de la forma de escribir de esta mujer con el primer relato del primer libro suyo que leí, El descapotable rojo” (también en esta misma colección de Siruela). Con el segundo intento de crítica, El hijo de todos, tuve que reconocer mi absoluta incapacidad para distanciarme de la prosa deslumbrante de la Erdrich (sí, como la Callas o la Caballé, es una diva).
Con El vigilante nocturno la Erdrich ha ganado el Pulitzer de Ficción 2021, confirmando, una vez más, que su talento sigue creciendo sin límites y amplía sistemáticamente su número de fieles.
Las tierras de Minnesota y las dos Dakotas, las amplias llanuras, antaño llenas de bisontes y de cazadores-recolectores de las diferentes tribus de las praderas, delimitan el entorno infinito de los personajes de nuestra autora.
Indios recluidos en reservas diminutas con apenas lo necesario para su subsistencia y a merced de los cambios ideológicos que llegan desde el lejano Washington. Racistas y exterminadores unos, que deciden que infectar de viruela a los supervivientes de las guerras indias es la mejor manera de acabar con el problema definitivamente. Cristianos, caritativos y decididos a integrar definitivamente a los indios transformándoles en blancos buenos.
Supremacistas todos, convencidos de saber lo que de verdad necesitan las gentes de la reserva sin preguntarles a ellos, por supuesto. Son inferiores, no saben lo que les conviene.
La revolución francesa nos legó dos de las peores pandemias que la humanidad ha padecido jamás, el nacionalismo y el estado totalitario. La incomprensión generada por el darwinismo añadió la tercera, el supremacismo, que identificaba el desarrollo de la civilización con la superioridad racial. Si es débil debe desaparecer.
El estado democrático liberal nos proporciona la cuarta pandemia, la demagogia, que se oculta tras las grandes palabras, libertad, igualdad, emancipación y las transforma en el mejor modelo de aculturación y eliminación de la individualidad y la diferencia. Y tras las grandes palabras, siempre, siempre, siempre la codicia.
En Thomas, nuestra autora cuenta la historia de su propio abuelo. Enfrentado a la “modernización”, la “liberación” y la “emancipación” que llega desde la capital descubre que tras las grandes palabras se oculta su “terminación”… las hermosas palabras tras las que se ocultan todos los demagogos. Decidido a sobrevivir como individuo lidera la lucha colectiva de su tribu. Y la autora alcanza por momentos un nivel de escritura absolutamente sublime.
En la literatura de Louise Erdrich se mezclan la realidad positivista del mundo moderno y el mundo espiritual de las praderas, poniendo de manifiesto que la principal diferencia entre las viejas tribus y los nuevos ciudadanos está en la forma de aproximarse al mundo, a la naturaleza y al más allá. Un mismo mundo, dos universos diferentes.
Y en esos mundos se enfrentan el progreso y la tradición, el mundo rural de la reserva pobre contra la ciudad que crece orgullosa, pero llena de maldad y miseria.
Con Patrice descubrimos la realidad de las mujeres, pobres si, pero conscientes de si mismas y de su propia fuerza. La violencia social derivada del poder y de la fuerza. No sólo se sufre por ser hombre o mujer, sino (y sobretodo), por tu posición relativa en la escala social. A su alrededor docenas de personajes que ayudan a describir dos tradiciones que chocan sin armonía.
Y sin embargo, el individuo puede triunfar, sobreponerse a todo y lograr sus objetivos si encuentra el apoyo suficiente y suficientes manos para luchar. El orgullo de ser quien eres, honrar a los que te precedieron y proteger a los que te seguirán, proporciona la fuerza necesaria para sobrevivir y seguir luchando un día más. Aunque un enorme búho nival se aparezca ante tus ojos y según la tradición chippewa te anuncie la muerte de alguien muy próximo.
Louise Erdrich ya ha sonado para el Nobel. Deberíamos adelantarnos y proponerla para el Princesa de Asturias. Nadie mejor que una escritora de sangre ojibwe, lakota, francesa y alemana, miembro de la Turtle Mountain Band de los Chippewa, para un galardón que premia la creatividad humana por encima del origen.