Todos los mundos el mundo
J. Víctor Esteban
Descubrí a Louise Erdrich hace escasamente un año cuando me pidieron, por favor, una crítica de una gran autora para mí completamente desconocida. Nunca agradeceré bastante que me entregaran un libro de cuentos, El descapotable rojo, con el que descubrí un universo literario increíblemente original.
El hijo de todos, es un viaje al mundo de la autora. Heredera de tradiciones amontonadas una sobre otra, francesa, alemana, ojibwe, lakota y más, la Erdrich, (como debe tratarse a una diva de la creación como la Callas, la Dietrich o la Caballé), nos sumerge con maestría en personajes que disfrutan de, pero también padecen, múltiples identidades culturales. Ciudadanos de las leyes y aborígenes de su cultura, tradición india y tradición católica. Curiosamente en los USA los rojos son los republicanos y los demócratas azules. Tradiciones.
Un accidente de caza de trágicas consecuencias desgarra los corazones y entristece las vidas de una familia entera. Las tradiciones colectivas y las costumbres sociales proporcionan una primera muleta en la que apoyar el dolor. Pero las respuestas culturales pueden ser tan dolorosas y destructivas como el crimen mismo. Es entonces cuando deben aparecer las personas y sus sentimientos, su capacidad para el perdón y el amor a los demás.
La lengua inglesa y la lengua ojibwe son reflejos de las cosmogonías que las fundamentan y que la autora explicita en una frase magistral: “El inglés tiene una palabra para cada cosa, el ojibwe tiene una palabra para cada acción”. De cómo la lengua influye en nuestra visión del mundo y nuestra visión del mundo influye en nuestra lengua llevamos discutiendo desde que Platón contemplaba sombras en una caverna.
El hijo de todos es un libro para leer despacio, disfrutando de cada frase, de lo que dicen las palabras y de lo que no cuentan; de lo que implican, de lo que nos obligan a pensar y lo que nos hacen reconocer. Es un libro para el invierno, para sentir en los pies el frío de Dakota, la nieve de las praderas y el calor de una buena manta. Para reflexionar leyendo y leer reflexionando sobre lo poco que diferencia a los seres humanos y lo mucho que nos une. De cómo nuestro nombre influye en nuestra forma de ser y de cómo no influye absolutamente nada. Los mismos nombres repetidos de abuelos a nietos para recordar cómo eran los que ya no están y cómo no son los que nos rodean, aunque lleven el mismo nombre.
Fiel a su estilo la Erdrich nos lleva adelante y atrás en el tiempo, del siglo XIX, el de la gran catástrofe de los indios de las praderas cuando el darwinismo mal entendido justificó su exterminio, hasta el multiculturalismo que convierte en bailes de salón las danzas tradicionales (los que hayan visto bailar un pasodoble en versión espasmódica centroeuropea de concurso, sabrán de lo que hablo).
Louise Erdrich ha sonado este año para los Nobel por todas las peregrinas razones con las que se intenta adivinar el premio. Por ser mujer, por tener sangre india, por que le toca a alguien de lengua inglesa, y así estupidez tras estupidez. Se lo merece porque es una escritora con un talento desmesurado, depositaria de una memoria colectiva y creadora de una nueva memoria.
Si quieres leer el primer capítulo pincha aquí. El Hijo de Todos.