Regreso a Hope Gap

‘Regreso a Hope Gap’, hasta en Sussex se divorcian

Annette Bening, Billy Nighy y Josh O´Connor protagonizan este drama sobre la madurez

por Rosa Panadero

Se dice que leemos los periódicos que refuerzan nuestras opiniones, por eso es tan difícil salir de la zona de confort y escuchar al otro sin prejuicios. Hagan la prueba, cambien en casa los roles y adopten los argumentos de su pareja, y su pareja los que usted defiende. A ver si nos entendemos así.

El run run mental es suficiente para que alimentemos la imagen del mundo que nos ayuda a seguir adelante.

En Regreso a Hope Gap hay tres historias, cada una nutrida por un personaje. Los vínculos emocionales son difíciles de establecer, no porque la distancia anglosajona sea mayor que la mediterránea, sino por el dolor que existe en cada uno de ellos.

Un divorcio siempre se dice que es un fracaso de los dos, aunque sea uno el que decante la situación (el otro calla o no ve, o no quiere ver, generalmente).

Aquí entra en escena el hijo adulto, que ya tiene bastante con su vida minimalista en Londres, como para volver a la casa vintage atestada de trastos para hacer de correo entre sus progenitores.

Impresionantes los exteriores de Seaford y Hope Gap, en Sussex. Insuficientes, sin embargo, para colmar la felicidad de una esposa acaparadora y un marido condescendiente con la vida que le ha tocado.

Tanto acantilado hace pensar que alguno acabará en un suicidio.

Como buenos hijos, no le podemos pedir nada a un padre o a una madre, más allá de ciertas guías para el trabajo o dinero los fines de semana hasta que nos independizamos.

Pedirle a una madre que no viva por su hijo, que se suicide si quiere dejar de vivir, que por él no se preocupe, es duro. Y además, junto al precipicio.

La decisión de vivir por uno mismo es individual. A veces es el progenitor el que no es capaz de cortar el cordón umbilical que le define como responsable de la criatura, y es la criatura la que nos da el empujoncito para saltar del nido.

O es la pareja que durante tres décadas ha aguantado su amargura en silencio, quien decide que ya es el momento de que vivamos felices en casas separadas. Siempre hay luz al final del túnel. Y felicidad elegida.