Judas, Amos Oz

FICHA TÉCNICA: Título: Judas | Autor: Amos Oz | Editorial: Siruela | Nº Páginas: 304 | ISBN: 978-84-1646-541-9| Precio: 19,90€

Goyim Naches,
“un placer de gentiles”

por J. Víctor Esteban.

Yehuda ben Simon Ish Cariot era un hombre rico. Judas Iscariote era, probablemente, un miembro de la casta sacerdotal helenizada que en opinión de Jesucristo había corrompido la religión judía llenándola de adherencias innecesarias que desvirtuaban el verdadero judaísmo. Treinta monedas de oro no eran nada para él.

“No he venido a cambiar ni una sola letra de la Ley” (de la ley judía, la Torá). Jesús no quería fundar una nueva religión, tan sólo recuperar el judaísmo del tiempo de los jueces. Fue Pablo de Tarso quien descubrió el verdadero potencial del mensaje cristiano, la radicalidad de su mensaje de amor y la trascendencia de su mansedumbre. 

Israel es un estado asediado. Una isla democrática amenazada por un mar de dictaduras. En 1948 el mandato de Naciones Unidas configuraba un estado confederal con capital en Jerusalén que los habitantes de Palestina, principalmente musulmanes y hebreos, pero también cristianos maronitas, asirios, ortodoxos, caldeos o drusos tenían que compartir y respetar en democracia. Nadie lo compartió. Nadie lo respetó. 

El nacionalismo árabe intentó destruir al nacionalismo israelí. El sionismo se convirtió en el garante de la supervivencia del pueblo cuasi destruido en la Shoah. Cuando se critica la cerrazón israelí muchas veces se olvida que los hebreos, multiétnicos, multiculturales y absolutamente integrados en los estados europeos en los que vivían fueron víctimas de la mayor vesanía de la historia de la humanidad. El exterminio industrializado y pseudo científico, identitario y sectario acabó en 1945 con las tropas aliadas hundidas en el horror al descubrir Mauthausen o Auschwitz, pero el antisemitismo sigue vivo y fuerte.

Decía Joaquín Abravanel, uno de los personajes ausentes, añorados, dolientes y generadores de dolor de la novela que en los mapas se ven los estados como realmente son. Como las jaulas anexas de un zoo, diferenciadas por el color en el que están pintadas y construidas para evitar la libre circulación de las personas y sus sentimientos. 

Jesucristo no quería ir a Jerusalén. Fue Judas quien le convenció. Porque Judas era un cristiano verdadero. Creía de verdad que Cristo era el Mesías que con su Epifanía traería la paz al mundo. “Con la llegada del Mesías acabará el derramamiento de sangre en la tierra y no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán mas para la guerra. (Isaías, 2.4). Pero Cristo murió en la cruz. Y Dios no se manifestó. “Padre porque me has abandonado”. Judas se suicidó por amor al hombre que había destruido y se convirtió en el arquetipo del judío mendaz, traidor y ladino que está en la base del antisemitismo. El capítulo dedicado a la muerte de Cristo y de Judas es desgarradora poesía pura. ¿Que le habría dicho el Cristo resucitado al hombre que le mató? “Cristo es el único profeta que ha influido más con su muerte que con su vida”.

Abravanel no creía en las naciones, “no sabía yidish, él hablaba hebreo y árabe, hablaba ladino (español del siglo XV), inglés, francés, turco y griego, pero de todos los estados del mundo decía, precisamente en yidish, Goyim naches, placer de gentiles”.pág. 188. Los estados nación son jaulas para sus pueblos con barrotes construidos con prejuicios.

Abravanel si creía en la amistad, en el amor entre individuos tomados de uno en uno. Compartir los usos, las costumbres o la comida para no caer en los clichés. Y por ello fue tachado de traidor. La triste suerte de su familia no alivió la sombra de la traición. 

Durante la edad media fue costumbre enfrentar la sabiduría de un notable judío a la sabiduría de un notable cristiano. Ordalías muy peligrosas en las que si el judío ganaba el debate pagaba con sangre su insolencia y si lo perdía, pagaba con sangre la falsedad de su doctrina derrotada. Todas las religiones hablan del amor entre hermanos y la mansedumbre del corazón hasta que tienen la fuerza suficiente para ponerle los grilletes a quienes no comparten su fe. Impresionante la referencia a “la controversia de Barcelona” en tiempos de Jaime I. (pág. 120).

Shmuel Ash, el muchachote descreído y estudioso, torpón y delicado es el hilo conductor que permite a Amos Oz, construir una obra que bordea la perfección. Oz hace una demostración de conocimiento de las escrituras; del viejo y del nuevo testamento, de la Torá y del Talmud; de la historia del judaísmo y de su Némesis el antisemitismo, del dolor de la guerra y la ausencia; de la perplejidad que nos causa “el otro”, tan próximo y tan distinto y de la íntima necesidad de la piel ajena. Amos Oz ha construido una obra fabulosa. Adolorida y triste, viva y muerta, anhelante de saber y necesitada de olvidar. Perfecta.

Si quieres leer el primer capítulo pincha aquí. Judas.

@JVictorEsteban3

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