‘Un segundo en el infinito’, de Iván Albarracín

Y una eternidad en tu memoria

por Manuel Gris

Cada cierto tiempo uno consigue encontrar novelas que hacen que la esperanza por el valor de los escritores, y el amor autentico por la literatura, siga viva.

Y es que estando un una cultura donde muy poca gente se atreve a escribir sobre temas peliagudos que no tengan un colchón en forma de buenismo  cansino y que si no sigues sus reglas, o tienes entre los personajes lo que está de moda, ya dejan de leerte o de lanzarte cosas que no sean insultos, es una auténtica celebración que gente como Iván Albarracín sigan jugando con las letras sin miedo a nada.

De veras, es digno de aplauso.

Y sé que estaréis pensando que como es amigo mío todos los halagos que vayáis a leer vienen de la amistad y todo eso, y que por desgracia estamos acostumbrados a ellos porque la sinceridad nunca sabe tan bien ni da tan buenos premios como la peor de la hipocresías, pero los que me conocéis sabéis que ese no es mi rollo. Que si algo no me gusta o me parece aburrido me da igual que seas mi amigo, mi padre, mi hermano o el mejor y más aplaudido de los escritores: te lo voy a decir y punto.

Porque a diferencia de mucha gente que vive por y para lamer culos, siempre he pensado que incluso la peor de las críticas siempre es mejor que la mejor de las mentiras. Así que allá voy:

Si aún no habéis leído Un segundo en el infinito de Iván Albarracín, ¡HACEDLO! En realidad, si nunca os habéis adentrado en la prosa de este genial escritor os estáis perdiendo una de las voces más únicas y faltas de miedo que tiene ahora mismo la literatura nacional.

¿Y de qué trata esta su última novela?

Pues a diferencia de lo que suele hacerse en las presentaciones o entrevistas, creo que lo mejor será no entrar mucho en materia, porque como el buen licor o la mejor IPA es mejor hacerlo sin muchas directrices, dejando que los profundos personajes (y en esta novela de eso va más que servida) y sus historias, así como su modo de ver la vida y donde se encuentran en ese momento (un extraño bar de paredes con vida y clientela a cuál más reservada) nos invadan y transporten por el lado más oscuro de la moral humana, esa que, como he dicho antes, tenemos demasiado pulida por lo que se empeñan todos en decir que es lo correcto y hacia no debemos ni mirar.

Porque, como en todo lo que escribe Iván, la línea que separa a los héroes de los villanos, que nos divide entre el bien y el mal, está tan borrosa como vista desde detrás del típico vaso que un camarero del lejano oeste limpia a salivazos.

Y se agradece, y mucho, porque de este modo no tienes la sensación de estar siendo guiado por la historia de la mano, para que no te salgas del camino, sino que eres testigo de lo que te cuentan y, libremente, te dan la oportunidad de debatir contigo mismo sobre lo que sientes a cada nueva dosis de realidad que te regala esta joya de libro. 

Y creedme, no vais a salir de este bar siendo el mismo.

Creo que podría estar horas escribiendo sobre lo perfecta y única que es esta novela, pero sería un tiempo que os robaría y que tendríais que gastar buscándolo en las mejores librerías y comprándoos el vuestro, porque no sabéis el celo con el que vais a guardarlo en la mejor estantería de vuestra biblioteca.

Porque cuando un escritor vale la pena, escribe con el alma y respeta el noble arte de la escritura, entonces y solo entonces sabes que estás ante un libro que no olvidaréis, y que, como yo, recomendaréis como locos.

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