Reflexiones desde mi espejo

Blog de Opinión

Manuel Gris

I love quejicas

Voy tratar de opinar, que no quejarme, de una subespecie humana que siendo tan listos y superiores, tan llenos de luz y claridad, no comprendo cómo pierden el tiempo día tras día dirigiéndonos la palabra a los que no somos ni dignos de su mirada.

Por supuesto, hablo de los quejicas profesionales.

Siempre han sido muy fáciles de identificar, pues su tono de voz y sus palabras quilométricas o complejas (claro signo de su superior capacidad intelectual) les caracteriza sin importar el idioma o acento, pero gracias a las nuevas tecnologías, benditas ellas, directamente se colocan todos en un estercolero social donde se revuelcan en su opulencia y discusiones como cochinillos tras un banquete lactante: ese agujero de cacareos es Twitter.

Sí, ese lugar que no recuerdo quién describió como “sitio donde a todos los idiotas se les ha dado un megáfono”, y que no es más que eso, un grupo de personas que se creen con más razón que los demás y que, claro, prefieren escribir y escribir sin una dirección fija en lugar de coger el teléfono, llamar a la persona en cuestión, y conversar.

¿Y qué es conversar para ellos?, pues no sé si sabrán si existe siquiera esa palabra, por eso no me la voy a jugar.

Los quejicas profesionales son una especie humana que, en realidad, me gustan mucho. En serio. No sé si alguna vez habéis tenido un hámster, pero mi hermano y yo tuvimos, a la vez, uno cada uno, y cometimos el terrible error de juntarlos en una misma jaula tras una semana de separación. ¿Y qué pasó?, pues que empezaron a darse de hostias como si no hubiera un mañana, hasta que un servidor metió la mano en medio y se llevó un bocado que los hizo frenar. Pues eso, exactamente, es lo que me divierte de los quejicas, que son capaces de estar horas, días, semanas, dándose de hostias sin parar simplemente porque creen que es eso lo que deben hacer. Para lo que, de algún modo, están destinados. Pero lo mejor no es eso, que va, lo que de verdad me fascina de ellos es la asombrosa capacidad que tienen de poner a parir todo, TODO, sin dar una sola solución a los problemas que al parecer nadie más que ellos son capaces de detectar. Porque, claro, es sencillo señalar y quejarse de todo lo que les rodea, es algo que los recién nacidos y los cachorros de panda pueden hacer sin darse ni cuenta, pero tratar de arreglarlo o dar una pauta de cómo debería mejorar todo, ¡MADRE MÍA!, eso ya es otro cantar, ¿no? Eso ya es más trabajo, o trabajo sin más, y la complicación y la falta de agallas sube un par de puntos.

Ellos saben quejarse, pero no solucionar. Sencillo, ¿no?

Ahora iba a decir por desgracia, pero no es así, por lo que diré:

Gracias a dios me he topado con muchos en mi vida personal y profesional, algunos escribiendo largos hilos muy bien escritos y estructurados, con metáforas y todo, que me entretienen durante las tardes en las que alguien me los pasa para echarnos unas risas.

En realidad son muy divertidos de seguir o de contestar, porque se creen que todo el mundo se toma sus enormes luchas sociales/personales con la misma seriedad y carácter que ellos, y claro, si contestas con un emoticono de beso o diciendo Hola, sin más, ellos entran en un bucle que ni Sherlock Holmes, donde analizan cada letra, yendo a tu muro y visionando el historial, para comprender el trasfondo de tu contestación, el verdadero motivo por el que le dijiste eso, buscando ese insulto oculto tras tu subconsciente y que agarraran con fuerza (pantallazo va) y moverán para que los otros diez amigos como ellos, que tampoco tienen una vida propia a la que amar, les acompañen en ese enigma que hay que destruir para poder ganar la medalla de oro en aquella discusión con 5 Corazones y 6 Retweets; no vaya a ser que queden mal ante su audiencia de mamporreros que caben dentro de un ascensor.

Lo que me llego a divertir, madre mía.

Sé que hay un dicho que dice que No hay mejor desprecio que el aprecio, o ese otro que El mejor ataque es el silencio, pero que queréis que os diga, solamente les veo como unos pobres perros de pelea encerrados en sus jaulas, que ladran y ladran sin motivo y a los que si quieres, como aquel famoso villano de Snatch Cerdos y Diamantes¸ puedes golpear con un palo para encabronarlos más, para hacer que saquen espuma de la boca y poco más, y tú te ríes un rato y entonces, cuando deje de ser divertido o te apetezca hacer algo más útil como, por ejemplo, echarte una siesta, pues tiras el palo al suelo, te das media vuelta, y les dejas con sus amenazas, que no tienen en ese punto otra utilidad que la de servirles a ellos como tarjeta identificativa de lo que son en realidad para todos los demás: ruido inútil y un rápido olvido.

¿Una solución para estas piedras en el zapato que a veces nos encontramos?, pues seguir al pie de la letra los dos dichos del párrafo anterior o, si te va la marcha, hacer como yo y coger el palo más grande, la cerveza más fría, los colegas más cabrones, y liarte a dar golpes contra los barrotes de sus comentarios, de sus quejas, de su tiempo malgastado, y alternarlo de vez en cuando con una serie de mierda o una película mala de cojones (os recomiendo SuperLopez), por eso de no gastar mucho tiempo tampoco en ellos. Porque son divertidos, sí, y dan algo de penita, o quizá mucha, pero no hay que olvidarse de una cosa muy importante cuando se nos crucen: nuestro tiempo vale más que el suyo, y perderlo con ellos solo debe ser algo momentáneo, algo escaso.