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Reflexiones desde mi espejo

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Manuel Gris

Mentir a un idiota

Idiota es una palabra que presenta varias definiciones, pero de todas ellas la más significativa y, por desgracia, que cubre a los que ahora mismo campan a sus anchas por el mundo, es la que los describe como personas ajenas a la realidad, es decir, que no entienden ni comprenden lo que pasa a su alrededor. O que no les interesa y siguen adelante con los ojos vendados.

Estos idiotas suelen ser, y son actualmente, los objetivos perfectos para todos los desalmados que tratan de convertir al pueblo en sus esclavos silenciosos, en sus marionetas, porque si consigues que estos especímenes, repito, que no saben/quieren entender lo que pasa en su día a día por ignorancia o simple aburrimiento, estén de tu lado, te defiendan y estén encantado de ser el escudo que recibirá los golpes, podéis estar seguros que el que está escondido detrás de ellos tiene vía libre para hacer lo que quiera porque nadie, de ninguna de las maneras, podrá agarrarlos y ponerlos en su lugar: bien lejos de todos y, a poder ser, entre rejas.

Si no, ¿cómo explicáis la cantidad de mentiras y de bulos y de actos perpetrados por los que se sientan en el sofá del poder actualmente, y que tratan de colocarnos a todos poco menos que a la altura de niños de teta incapaces de pensar y andar libremente en la dirección que queramos, recibiendo un castigo si nos salimos de la línea?, ¿creéis que sería posible algo así si no supiesen que hay un colchón de idiotas que los protegerá de los ataques de aquellos que tienen los ojos abiertos y comprenden lo que está bien y mal sin mirar quién lo dice ni por qué?

¿Qué lleva a alguien a convertirse en un idiota solamente útil como herramienta para los colocados en la parte alta de la pirámide?

Tengo dos teorías que contestan a la última pregunta planteada y que, al mismo tiempo, responderá a las otras dos. La primera de ellas es que los idiotas, sabedores de lo complicado y cansado que es formarse intelectualmente (eso es leer, estudiar, pensar o apartar los dogmatismos y sectarismos), se agarran con todas sus fuerzas a los discursos cargados de mentiras que les escupe el poder como si de un salvavidas se tratara, porque, bueno, es lo más sencillo. Saben, y quizá sea lo único que tienen claro en sus tristes vidas, que estando quietos en su sitio pasarán desapercibidos para el resto de idiotas, y eso les concederá una falsa paz que, siempre a corto plazo, les llevará a estar fuera de los focos de la ira y los ataques personales de los que no saben aceptar las palabras de los demás, atacándolas y censurándolas por miedo a que alguno de sus idiotas deje de serlo.

Este miedo es algo que los poderosos utilizan mucho, y se resguardan en él como si de un traje de camuflaje se tratara, esquivando las balas de los no-idiotas que tratan de desenmascararlos; pero esos no-idiotas, en la actualidad, escasean en número.

Así que las mentiras van a la orden del día, lanzadas en ráfaga sobre la población que, empachada de tantos escándalos, acaba poniéndose de lado y dándoles así, indirectamente y de un modo entre cobarde y estúpido, la razón a los idiotas, lo cual es algo tan peligroso como adictivo para ellos, pues cuando a un ignorante le das alas, todos, sin excepción, se transforman en un futuro Ícaro; y todos sabemos cómo acabó esa historia.

La segunda teoría que tengo sobre por qué el hecho de ser un idiota es algo tan aceptado, y en cierta medida recomendado por los medios y las “élites intelectuales”, nos lleva a mirarlo todo desde un prisma distinto al que estábamos teniendo en cuenta hasta ahora: el del miedo a la libertad.

Los idiotas, en gran medida, nunca han entendido qué conlleva la palabra libertad, y ese desconocimiento les conduce a utilizar esta palabra como comodín a la hora de enumerar lo que desean en la vida, sin conocer un principio elemental de la misma: ser libre tiene dos vagones; el de los derechos y, también, el de las obligaciones.

Porque nadie puede ser libre en una sociedad civilizada si solamente pide derechos y más derechos, pero a la hora de la verdad se olvida de sus obligaciones, las cuales sirven sobre todo para no quitarles la libertad a los demás al vivir nosotros en libertad (suena a lío, pero vuelve a leer a la frase y la entenderás).

Y este miedo patológico a la verdadera libertad, este escándalo que para ellos es el tener obligaciones y reglas que seguir para que la convivencia no se vea afectada, es lo que les lleva a tragarse todas las mentiras de sus líderes, pues no aceptarlas, no permanecer dentro del circulo de promesas y falsedades y tergiversaciones, significa ser libre y depender al 100% de uno mismo y de la forma de comportarnos, y mezclarnos, con aquellos que no son de nuestra misma cuerda; aquellos que piensan diferente a nosotros.

Y es que es más sencillo tachar que tragar, más fácil abrazar que integrar, y desde luego más cómodo obedecer y recibir que pensar y tener que repartir.

Los idiotas son los eternos mamporreros del poder, el aceite que hace que los engranajes de la política más estúpida y sectaria, más inútil y peligrosa, giren y giren en dirección al totalitarismo más aborregado y senil. Y es alucinante que en una sociedad tan avanzada como la nuestra, en la que tenemos en nuestros móviles toda la sabiduría del mundo, todavía haya idiotas capaces de entregarles su cuello a los que sostienen la cuerda que mantiene la guillotina alejada de nosotros.

¿Cuántos idiotas más podemos soportar aquellos que sabemos que no son más que pilares colocados bajo una falla a punto de reventar?, yo, al menos, a ninguno más.

A ninguno más.