LISBOA

Lisboa es una ciudad de contrastes. La capital portuguesa es cosmopolita pero también está anclada en el tiempo. Es una urbe vintage, con sus edificios señoriales, unos renovados y otros no, con sus museos vanguardistas o su tráfico caótico. Lisboa, sin embargo, te envuelve, te inspira, te llama.

Cuesta poco ir a la ‘nariz de la península’, está cerca tanto en distancia, como en alma. Lisboa, ahora en obras, se está renovando. Y sigue majestuosa a los pies del puente de acero 25 de Abril, que recuerda al viajero al famoso Golden Gate de San Francisco. Toda una experiencia pasar en coche sobre él. El impresionante puente, de más de un kilómetro de longitud, une las dos riberas de la desembocadura del Tajo, (el Tejo, como lo llaman ellos), el río más largo de la Península y que llega generoso allí a la capital lusitana para terminar muy cerca del famoso barrio de Belém, popular por sus pastelitos y por el impresionante Monasterio de Los Jerónimos, un portentoso edificio de estilo manuelino (mezcla de gótico tardío y renacimiento), que fue encargado por el rey Manuel e inaugurado en 1501 para conmemorar el regreso del expedicionario Vasco de Gama. En frente, la famosa Torre de Belém. Dos construcciones nombradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.

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Desde allí se muestra la capital portuguesa con sus cuestas interminables, con sus callejas con historia, sus artesanos, sus inspiradores recovecos. Hay que patear la ciudad, desde la Plaza del Comercio, con una gran vista al estuario del Tajo, a la Plaza del Rossio, sede de espectáculos y festivales y que en realidad se llama Plaça de Pedro IV. Hay que seguir a pie y admirarse con el viejo tranvía, atestado de turistas y donde los lugareños no quieren subir por miedo a los carteristas. Es obligado perderse por las callejas de la vieja Lisboa, encontrar algún que otro mercadillo, y seguir hacia arriba hasta alguno de los 20 miradores que contemplan la ciudad y desde donde se domina una villa colorista. No te pierdas una excursión por el barrio de Afama, que sobrevivió al terremoto de 1755, visita la catedral y el Convento do Carmo (Del Carmen), una impresionante iglesia con las estrellas como único techo después de que este sucumbiera en aquel mismo terremoto, que destruyó gran parte de la ciudad a mitad del siglo XVIII.

Si quieres degustar su cocina más tradicional, con el bacalao como gran protagonista, piérdete por sus callejas donde encontrarás locales muy genuinos en los que por 10 o 12 euros puedes saborear un plato de arroz con marisco o con pulpo, bacalhau preparado de numerosas formas, caldeirada de peixe o, si lo prefieres, frango asado, un exquisito pollo, pequeño pero delicioso. Huye, eso sí, de los restaurantes de las grandes avenidas peatonales del centro. Allí, nada típico y mucho tópico. Y no dejes de disfrutar de sus pastelitos de crema. Simplemente, espectaculares.

Si quieres playa, Carcavelos está muy cerca, un paraíso para surfers, o Oeiras, a poco más de 15 kilómetros de la capital, con un paseo junto a la playa de varios kilómetros y desde el que se puede disfrutar de impresionantes vistas, hacer deporte o simplemente tomar el sol. Algo más lejos, Estoril, Cascais, Guincho… pero eso merece capítulo aparte.

Seguimos de marcha por las callejas de la vieja Lisboa con el horizonte puesto en el Castillo de San Jorge, en la más alta colina de la ciudad como vigía excepcional de la historia más arraigada de todo el entorno. No te puedes perder las vistas desde el Elevador de Santa Justa, una atracción obligatoria para el turista, que te brinda unas vistas sin igual y que conecta la parte baja de la ciudad, la Baixa, con el Chiado, el barrio bohemio de la capital, donde las tiendas y los café se alternan con las vistosas fachadas de sus casas más cuidadas o con la arquitectura algo rancia y demodé de señoriales edificios venidos a menos pero con todo su encanto.

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De los portugueses llama la atención su hospitalidad, son gente amable y todos o casi todos chapurrean un castellano ligero que te hace sentirte perdido cuando te das cuenta que tú no entiendes ni una palabra del resbaladizo portugués que se habla en la capital. El acento se impone pese a que seguro podrás leer cualquier rótulo que se cruce en tu camino. No es difícil, no obstante, entenderse. Ellos ponen mucho de su parte.

Si vas en coche, prepárate para pagar peaje en todas las autovías que rodean la capital. En la autopista que la unen con nuestra Badajoz, en el puente sobre el Tajo, y en cualquier vía de dos carriles o más… Pero son cantidades muy asequibles que no pesan en exceso en el bolsillo del viajero. De la forma de conducir de los portugueses se podría escribir un libro pero hay una cosa en la que nos superan, tienen mucha más ‘cultura al volante’ que nosotros. Es decir, hace mejor las rotondas, se paran en todos los pasos de peatones, respetan las incorporaciones ‘en cremallera’ en todas las vías. Al conductor español, acostumbrado al caos de nuestras grandes ciudades, esto sin duda le sorprenderá. Eso sí, cuando pisan el acelerador son únicos y en carreteras de doble sentido demasiado audaces. Por no decir otra cosa.

En general, Portugal presume de barato pero no lo es tanto. Comer en Lisboa te puede salir por casi lo mismo que hacerlo en ciudades como Madrid o Barcelona y a la hora de comprar recuerdos hay que tener cuidado. Eso sí, date una vuelta por sus tiendas ‘perdidas’ donde puedes encontrar cerámica típica, los característicos azulejos, arte o ropa vintage… a muy buenos precios.

Imágenes cedidas por thewandereuse.com

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