Reflexiones desde mi espejo

Blog de Opinión

Manuel Gris

De perros y humanos

El otro día volví a tener uno de esos momentos íntimos y silenciosos, de los que no tienen ninguna connotación sexual, interesada o de falsedad: el otro día permanecí cerca de un minuto mirando directamente a los ojos a mi perrete, y él, pude notarlo, sonrió.

Estas breves líneas no van a ser un cúmulo de eslóganes de esos que usan los progres o los que viven de subvenciones y se embadurnan de sangre en plena calle para quejarse de tonterías, para después vestirse con su cinturón de cuero y comer pollo frito en alguna filial de alimentos prefabricados (algún día hablaré de la vez que, después de una manifestación a la que fui para reírme de los corderitos, me encontré en un Vienna a un grupo de jovencitas con carteles donde decía “El capital es nuestro enemigo” u “Ortega Lara, eres cáncer”); no.

Lo que voy a decir aquí va unido al amor que, directamente y sin más, siento y he sentido por los animales que han pasado por mi vida o por la de mis amigos, o, ya puestos, por la de mis vecinos predilectos (al pobre que vive con mi famoso vecino Inservible, espero que le vaya bien), porque creo que a veces ponerse cursi, o decir cosas que antaño hubiese servido para llamarme marica en el instituto o colegio, puede hacer que el mundo cambie, que la gente evolucione. E intentar que aunque solo ínfimamente pase algo así, la verdad, ya vale la pena no estar leyendo ahora mismo en el tren, de camino al trabajo.

Y, bueno, quizá vuestras mascotas se lleven un abrazo cuando terminéis de leer. Quién sabe.

Por mi, de momento, corta existencia han pasado un gran número de animales, desde peces a periquitos, tortugas, hamsters (que fue con los que sentí por primera vez el sentimiento de perder a un buen compañero) hasta que, inevitablemente llegué a los perretes. El mío, al que describiré levemente para no ponerme sensiblón y empezar a llorar de alegría mientras escribo esto, se llamaba Tango y era un cocker spaniel negro, con la barriga blanca, y del que no recuerdo un solo día en que no me robara una sonrisa, un beso, un abrazo o ganas de correr por el pasillo o por la calle con él. Fueron 15 increíbles años que acabaron con un tatuaje en mi piel no por recordarle para siempre, porque olvidarle es algo que no concibo, sino porque, de algún modo, sentí que necesitaba tenerle mucho más en mí, de una forma infinita e imborrable y que conllevara que cuando yo muriera, y por lo tanto todos mis recuerdos se borrasen, algo, aunque fuera visual, de él se fuera conmigo para siempre.

No hay un solo día en que no le recuerda, y le quiera un poco más.

Y entonces me prometí que nadie lo sustituiría, nunca, de ningún modo, pero, puta vida, hay veces en que las ganas de rememorar un sentimiento, y más con una pareja, puede con tus promesas, así que cuando dijimos sí a tener a Ender (mezcla de mastín con gos d’atura) lo primero que le dije a mi nuevo amigo, en voz baja, fue que ojala hubiese conocido a Tango, y tras eso dije Te Quiero y empecé nuestro viaje.

Fin de la parte nostálgica.

Comienza la criticona.

Ya van dos años de juegos y muñecos de pito rotos, de calcetines y bragas destrozadas, de que juegue con todo el mundo y se ponga chulo con algunos perretes (a ver si mejora esta edad del pavo que tiene), pero cada vez que le miro o se me duerme encima, cada una de las veces en que confía en nosotros hasta tal punto de estar indefenso panza arriba o durmiendo profundamente, siento una alegría que con muy pocas personas he sentido jamás. Es algo imposible de igualar lo que un perrete (o gato, o caballo, o cualquier animal que tengas a vuestro cargo) puede darte, lo que puede enseñarte y el modo en que te hace mejor persona en todos los aspectos, y por eso me jode tanto, tantísimo, que haya personas que les haga daño conscientemente o los usen para manipular al personal o dárselas de buenazos.

Tema a parte son los pastores, que ven a sus perros como herramientas, y a los que comprendo y defiendo porque, seguro, no existe un perro más consciente de la utilidad de su vida que aquel que cada mañana madruga con su dueño, sale al campo, hace su trabajo, y vuelve con más orgullo del que puede sentir un político, cualquiera, después de su carrera política. No hay manera de superar eso, y solo hablando con algún trabajador del campo, o acompañarle aunque sea una tarde, os hará entender de lo que hablo.

Un animal no es un juguete de usar y tirar

Pero todas las personas que creen que un perrete es un juguete, algo que no siente o que, directamente, está al nivel de un suéter o un televisor, que puedes tirar a la basura cuando te aburres de él, son las que hacen que este mundo no valga una puta mierda, porque si alguien es capaz de hacerle eso a un animal, a alguien que lo daría todo por ti sin pensárselo dos veces, ¿cómo va a criar a las nuevas generaciones?, ¿qué valores les está dando a los próximos médicos, obreros, policías, políticos, profesores? ¿Esta gente es la que está criando al que nos hará mejores, alguien que abandona a un perrete en plena autopista o lo ahorca cuando le supera todo el trabajo que acarrea?, porque aquel que es capaz de hacer daño a un animal no vale ni el aire que respira. Es, directamente, algo inútil y que debería erradicarse.

El otro día hablé de leyes con un amigo, y defendí que hacerle daño a un animal de compañía debería llevar a la cárcel a quien sea, porque si eres capaz de herir a alguien que te mira como lo hace Ender, ¿qué serás capaz de hacerle a un ser humano al que no le importas? Solamente hay que ver las noticias para averiguarlo.

Es mucho trabajo tener una mascota, y te pasas el día en el trabajo con ganas de volver a casa para verlo y pasear, y rezando porque no le pase nada en todo el rato que no estás a su lado (a mí me pasa al menos), pero como todo lo que cuesta en la vida la recompensa en enorme, inmensa, incomparable. Es algo que por mucho que os diga no vais a comprender a no ser que lo hayáis vivido.

Así que, ¿a qué esperáis? Muchos os están esperando en casas de acogida y la recompensa de este pequeño gesto no es que te consideren mejor persona, o poder dártelas de hipster para ligar o hacer creer que te importa algo, de eso nada. La recompensa es esa mirada, esas caricias, y todos los recuerdos que vas a tener con ellos.

Y que mirarte al espejo, después de sentir tanto amor, y ver la sonrisa que se te queda en la cara, no tiene precio.