Xuan-Lan, Mi diario de yoga

Xuan-Lan 'Mi diario de Yoga'

Entre el cielo y el suelo hay algo: se llama yoga

No hay nada más competitivo que un salón de yoga. No hay panal suficiente para tantas abejas reina juntas. Si tus posturas son mejores, te la juran hasta la muerte. No entienden que la torsión es la humildad: si tienes un día con la mente poco clara, el cuerpo no responde bien

por Rosa Panadero

Debo decir que he suspendido, Xuan-Lan. No he podido seguir el ritmo del yoga después del confinamiento. Tras noventa días vestida con el kit de Barbie-Pandemia, cuando los leggins del día terminaban su jornada tras los vídeos de Yoga with Adriene, intenté llevar un diario con tu libro. Craso error.

Auto-imponerse una tarea para mejorar cuerpo y mente, si se hace como obligación, no funciona. Hay que estar convencida, y me falló la motivación. La vuelta a la nueva normalidad me hizo de cortina de humo porque de normalidad, nada.

El yoga me fue muy bien al principio, sabiendo que el yoga es activo, pero se ve pasivo en comparación al CrossFit y los Hiits.

Xuan-Lan 'Mi diario de Yoga'Me veía como Sung Tzu en el arte de la guerra, derrotando al enemigo de la pereza y emergiendo como Fénix de las cenizas del confinamiento diario, con las pilas cargadas para el cursillo de Aplausos 101 de las ocho de la tarde. Me costaba mantener los brazos activos durante los quince minutos de balconing social, las manos me ardían de hacer ruido cuando pasaban las patrullas de la Policía Nacional, Guardia Civil, ambulancias… He visto más desfiles durante el confinamiento que en la Semana de la Moda de París.

Así que el yoga parlotero de Adriene me ayudaba, con su acentazo tejano de Austin, a energizarme positivamente para aplaudir, hacer la cena, adocenarme delante de la tele, etcétera.

El problema fue hacer la Fase 4 del confinamiento con el libro. Va ya por la tercera edición, y le deseo muchas más.

En el platillo positivo de la balanza, explica muchas cosas relativas a la práctica del yoga que he ido aprendiendo en innumerables clases durante más de dos décadas. Así que el compendio del saber, como referencia de la práctica del yoga, es inestimable.

En el platillo negativo, del que soy notablemente responsable, intentar hacer los ejercicios descritos a diario, empezando desde cero. Para un yogui que se inicia, sí, para un yogui que ya estuvo en la India, no. Y ya llevo más de quince países, innumerables asanas completadas y muchas otras en la lista de tareas pendientes.

Mis favoritos

Entre mis asanas favoritas, pigeon pose, que me encantaba en la app Casall TOD. Inolvidables las tardes en las que hacía esa asana en casa de mi suegra, esperando a que nos fuéramos a nuestra casa de una puñetera vez.  

Las asanas invertidas, cualquiera de ellas, es suficiente para poner el mundo al revés en mi mente. Me pirran, sobre todo cuando ves que la brilli-brilli con mallas de marca que está a tu lado se vierte por los suelos porque no se mantiene en tres patas, mientras tú flotas sin puntos de apoyo. Hasta el headstand me gusta. Ojalá pudiera repetirlo si no fuera por la lesión de cervicales y lumbares.

Entre las asanas más frustrantes, todas las laterales. Descubres que tu cuerpo no es simétrico cuando, estando en eje vertical, tu mitad izquierda se niega a ir hasta la mitad derecha, en mi caso. Y no es parálisis. Es que algo se bloquea ahí y hay que desanudarlo. Algo debe tener que ver mi chakra dominante, la del corazón.

Gran parte de la tarea “desanudadora” la hice en Trivandum (India) hace tres años, con plan Ayurveda e identificando mis doshas, la principal y la secundaria.

Como ente Pitta y Kapha, lo mío es fuego y decisión. De Vatta, en plan espiritual, no tengo ni la sombra. Mejor saberlo para no pensar en ser novicia de clausura. Pitta explica los ardores de estómago y el metabolismo a saltos, y Kapha da sentido a mi calma fría en tomar decisiones, como viviendo la escena en tercera persona.

Así que todo es muy de respiración pranayama y yoga vinyasa para mí. No lo había dicho antes: yoga vinyasa es el yoga en movimiento, las transiciones fluidas. Es una escuela de tantas, ni mejor ni peor. Casualmente, siempre he recibido instrucción vinyasa.

Mi gran descubrimiento indio fueron las respiraciones del dragón, el yoga ocular, y las respiraciones alternas. Increíble experiencia la de hacer régimen de vida ayurveda, baños de aceites a cuatro manos y masajes con ortigas incluidos, combinado con sesiones de yoga a las cuatro de la tarde en el ático, con una humedad bestial y viendo el océano Índico en el horizonte. Difícil olvidar una experiencia tan extremadamente pegajosa.

En plan de broma, siempre digo que mi postura favorita es savasana, la postura cadáver, aunque debo decir que mi cumbre fue salamba sirsasana, el head stand que mencioné antes.

Ser consciente de que puedes acomodar la cabeza entre el hueco de los codos y elevar el tronco hasta el cielo, es un antes y un después en la vida.

La última vez me sacó de mi éxtasis la instructora estadounidense para gritarme “Hold your stomaaaaaach”. Vaya, no quedó bonita la retención de líquidos en la tripita para Instagram, qué pena.

Dio igual, porque las muy “zorry, not sorry” de la clase tampoco es que me quisieran inmortalizar con el móvil. No hay nada más competitivo que un salón de yoga. No hay panal suficiente para tantas abejas reina juntas.

He compartido clase con mucha maruja de alto standing y he compartido instructora con alguna que otra royal extranjera. Si tus posturas son mejores, te la juran hasta la muerte. No entienden que la torsión es la humildad. Un día con la mente poco clara, el cuerpo no responde bien.

Finalmente, mi mejor opción ha sido el yoga individual.

Se echa de menos que alguien te puntee las lumbares para que toquen tus talones en balasana, la postura del niño dormido, o que te decontracte las costillas falsas del costado izquierdo cruzándolas por la rodilla derecha en el ángulo de torsión posterior al triángulo.

Nunca pensaste que había tanta distancia entre tus pies y tus manos hasta que tuviste que agarrarte con una banda elástica. Ahora miras las bandas elásticas, el bloque de apoyo, y demás parafernalia iniciática, y parece que estás en la guardería.

En el confinamiento me perfeccioné sin gastar un eurito: ante la falta de perspectiva de viajes y la posibilidad de que caducaran mis millas aéreas, me las fundí todas en equipamiento yogui en la página de regalos de mi aerolínea habitual: un zafu, o cojín de equilibrio para meditación.

Para los dinosaurios que jugamos en la consola WiFit, había una meditación de tres minutos sentada en el escalón sensor. Eran tres minutos mirando la pantalla, como un barco que se mueve, con moscas que zumban a tu alrededor,… así aprendías a ser maestro yogui. Mi segunda compra fue una Dharma Yoga Wheel, una rueda para abrir más los abdominales y la espalda.

Así que entre el cojín y la rueda, y practicar mudras con los dedos para calmar mi espíritu, paso los días, bajo la amenaza de que el confinamiento vuelva a instalarme en el salón de mi casa, reconvertido en sala de yoga.  Ahora me siento preparada, Xuan-Lan, para las últimas sesiones que sanarán mi cuerpo y mi mente. Y quizá vuelva a intentar el head stand.