‘Mujeres al borde de un ataque de risa’, la comedia femenina que arrasa en el Príncipe de Gran Vía

por Rosa Panadero.

La risa empieza cuando te das cuenta de que te has equivocado de teatro. Escuchas “teatro Príncipe”, y mentalmente completas “Pío”, y no, va a ser que no. Te lo confirma el segurata de la puerta, que manda a la gente corriendo en equipos de gymkana hasta el teatro Príncipe de Gran Vía (ni así, porque está en la calle de las Tres Cruces). No hay nada que un taxi madrileño no te solucione, incluso si te deja en la puerta del Muñoz Seca, y te subes la plaza en cuesta para llegar a patita al Príncipe de Gran Vía.

En el de Gran Vía, habituados al vendaval de los que llegan tarde porque se han confundido de teatro, nada les extraña, así que te acomodan buenamente. Justo con las últimas palabras de “va a comenzar el espectáculo”, aplauso, fuera gabardina, y a escuchar.

Diría yo que se ríen más los hombres que las mujeres, que no están acostumbrados a los chistes de Satisfyer de una salerosa sevillana, Maru Candel. Afortunadamente en este país también nos tomamos a broma el confinamiento y sus kilo-consecuencias, así que la complicidad con el público está servidísima. Incluso las dudas de si sí o si no, porque todos llevamos dos personalidades, la antigua y la nueva, que nos aconsejan en plan vintage o en plan millennial.

 

¿Y por qué no romper con todo y deslizarse por la barra reluciente de pole dance? No hay nada que el pole dance no logre. Ni el Pilates ni el yoga, ni los viajes exóticos, consiguen lo que el pole dance: que todo el mundo coree y admire a Alicia Cobo, que además de dejarse querer por el público, sorprendió al entrar como un personaje y transformarse en otro radicalmente diferente. El que no quiso colaborar y subir al escenario con ella seguramente acabó lamentándose, y a lo mejor hasta discutió con la novia, que le animaba a colaborar. Pero el ego puede más que el espíritu juguetón. Y es que los hombres van al teatro con la novia o la parienta, la mayoría de ellos obligados, aunque luego se parten de risa y se lo cuentan en el bar a los amiguetes.

Coria Castillo cierra el espectáculo con su sororidad entre mujeres, aunque cueste ser obesa y demostrar buen rollito con las que tienen un índice de masa corporal envidiable. Todas somos Coria, todas hemos sido discriminadas alguna vez por las absurdas tallas cero, por la risa de una dependienta ante nuestras medidas, y por los apodos en el mundo laboral. Hay mundo ideal en el que nadie encaja, y luego está el mundo real, en el que estudias cuatro años en la universidad y luego te contratan por aquello que hacías/eras antes de pasar por las aulas magnas. Pero no pasa nada, hay que mirar de frente sin amilanarse, y sobre todo, saber reírse de un@ mism@.

Al final, como dice Coria, hay que ir al teatro para que los artistas puedan pagar su cuota de autónomos, porque la realidad siempre a la salida del teatro Príncipe (el de Gran Vía, insisto). Porque la vida es sueño, y los sueños, sueños son.