Datos indiscutibles como novedades editoriales que se cuentan por decenas, autores desconocidos que acumulan cifras de ventas de seis dígitos o una enorme oleada de certámenes literarios del género de misterio nos ha hecho preguntarnos en YellowBreak si este fenómeno sería una moda pasajera o el boom de la novela negra ha llegado para quedarse. Y para echarnos una mano con nuestras dudas Manuel Gris (autor de ‘A las doce de la noche del día de mi cumpleaños’) nos ha dado su opinión sobre el tema.
En mi humilde opinión, una de las peores cosas que tiene la literatura, además de los autores que no tienen personalidad y las editoriales que buscan ganar dinero antes que publicar calidad, son los géneros. Sí, lo sé: etiquetar a una novela es necesario porque hace que podamos saber el estilo de la historia, y también es más fácil encontrarla en las estanterías, pero dejadme que me explique antes de que saquéis las antorchas y las horcas.
Hace muchos años que las modas han sobrepasado lo estrictamente textil y han llegado, de una forma necesaria para el mercado y los consumidores (sin que sepa explicar el porqué), al cine, la música, y a lo que nos atañe aquí, la literatura. Antes de que las etiquetas nos facilitasen la vida y nos hicieran más sencilla la tarea de saber qué nos gusta y qué no (si esto lo estuviera diciendo, y no escribiendo, hubieseis notado el sarcasmo), el consumidor se pasaba horas disfrutando de la búsqueda de esa historia o voz narrativa que le hiciera querer tener ese libro y sumergirse en su trama, se centraba solamente en eso y no en si era romántica, de aventuras, de terror o, la que me parece más absurda y fascinante al mismo tiempo, juvenil (¿en serio?, ¿les decimos qué pueden y qué no puede leer a los niños?… así va el mundo).
Esta etiquetación a modo de supermercado de barrio, ha hecho que muchos escritores vuelquen todos sus esfuerzos narrativos en querer entrar con calzador en esos géneros que la actualidad ha puesto en la cabecera, ya lo vimos años atrás con el género Zombie (que estalló tras tanta basura), y antes de ese el Terror o la Romántica (la de Stephen Kings de pacotilla y Nora Roberts sin talento nos hemos tenido que tragar), pero ahora ha surgido un problema; la novela negra está, irremediablemente, de moda.
Eso tiene la parte negativa que hace que todo el mundo, tanto los que saben cómo la gran mayoría que no, estén haciendo que estemos en la supuesta época dorada de este género que, durante años, estuvo desplazado al rincón donde aún sigue la fantasía y la ciencia ficción (hasta que les toque a ellos), seguramente porque la actualidad global no tiene mucho que envidiar a la mente negra más retorcida, y es fácil agarrar la frustración del lector y agitarla y venderle una crítica social, más o menos potable, con un detective buscando por la sucia y abandonada ciudad al culpable del crimen macabro de turno.
Pero hay cosas también buenas en este boom, y una de ellas es que la Semana Negra de Gijón tiene, tras treinta años, al fin el lugar que le corresponde en las noticias y las páginas de internet. Al fin.
Mucha gente solo había oído hablar de ella en pequeños círculos, y los verdaderamente puristas, los que amamos de verdad este tipo de novelas, le han sido fieles siempre que han podido, pero ahora esta postal inigualable puede mostrar a un público más amplio las auténticas novelas de referencia y los autores que las hacen posibles con el respeto que se merece.
Durante once días la oscuridad y las muertes truculentas pueblan las cabezas de las miles de personas que buscan las firmas de autores patrios como Ignacio del Valle, Javier Castillo o Silvia Casado, y de fuera del territorio español, como Una, Vladimir Hernández o Laura Restrepo, y esto, unido a un sinfín de charlas y presentaciones, nos hacen entender que por muchas modas o escritores que intenten subirse al carro, por mucho que se mangonee un género literario, los verdaderos escritores y lectores saben diferenciar entre el humo que jamás vuelve a recordarse y las piedras cuyas heridas son imposibles de borrar.
La novela negra está entrando en el colectivo global de un modo brutal y, a pesar de los intrusos o las tonterías que quieran decir de ella, jamás perderá esa esencia que la hace, con diferencia, la merecedora de nuestros miedos más intensos a la hora de conocer a un extraño en una fiesta, o pasear por un callejón solitario por la noche.
Y que así sea.