Hoy trataré de ser dos cosas: breve y no muy depresivo. Lo juro, lo voy a intentar con todas mis fuerzas, aunque, ya os adelanto, que será un poco difícil no ser lo segundo pues sólo hace falta pasear 5 minutos por Barcelona para descubrir que, sintiéndolo en el alma, ya no es la misma ciudad en la que nací y crecí.
Y no me refiero a un salto evolutivo de esos que pillan por sorpresa a los más ancianos del lugar debido a la cantidad de avances alcanzados, sino a todo lo contrario: el completo hundimiento en lo más hondo de las peores cloacas por parte de una ciudad antaño ejemplar, y aplaudida mundialmente, pero que en manos de indeseables, irresponsables y personas a las que no dejarías al cuidado ni un cactus, se ha convertido en la peor de las pesadillas.
En el agujero más repugnante y abandonado de España.
¿Que exagero dices?, eso es que pasan una de dos cosas por tu cerebro: o eres idiota, o totalmente ciego por ideologías, porque sólo alguien que se niega a mirar al pasado y compararlo con el presente, alguien incapaz de hacer crítica con algo que no sea cobardía, podría no sonrojarse al observar en qué se ha convertido Barcelona y, por ende, en cómo nos ve el mundo.
Recuerdo cuando tus ideas política sólo le importaba a unos pocos cavernícolas, de esos que se reunían en conciertos o bares específicos para regodearse en su racismo o fascismo, en su incultura y falta de comprensión lectora, bajo banderas que buscaban la independencia de Cataluña y el mapa de su territorio abarcaba (sin pedir permiso) parte de Aragón, toda Valencia o Baleares.
Lo sé, porque yo estaba allí. Cuando buscas amigos por primera vez sueles acercarte a quien sea y unirte a cualquier plan, y no se me caen los anillos al reconocer que he bailado oyendo a Brams, Gossos, Skalariak o Els Pets, o que aplaudía tras el panfleto de turno de algún iluminado que o desconocía la historia elemental, o daba los primeros pasos intentando eliminar la inteligencia y ganas de descubrir la verdad de todos los que estábamos allí de fiesta.
Yo estuve ahí cuando todo empezó, cuando los lazis eran los mismos perros apaleados que ahora, como los Boixos Nois o los Neonazis, y se escondían del resto de la ciudad en madrigueras de falsa superioridad porque nadie quería saber nada de ellos ni de sus gilipolleces; hasta que llegó el 3% de Pujol, y algo había que hacer.
Algún hueso debían lanzar los políticos de turno para sobrevivir, y se decantaron por los nacionalistas catalanes que, como buenas mascotas, se pusieron a dos patitas a cambio de unas poquitas migajas y algo de atención (posiblemente la misma que ningún familiar les dio nunca).
El resto, como se suele decir, es historia.
Cuando se suelta al rebaño es sencillo dirigirlo, porque con que le digas a las ovejitas de la primera fila hacia donde, ir todos los demás, sin excepción, cambiarán de rumbo.
Y a veces una promesa es mucho más efectiva que las cosas tangibles, sobre todo cuando es imposible de conseguir, por lo que llegaron las leyes racistas de no poder rotular en castellano, las de no enseñar español en los institutos y colegios todo lo que se debería, la de obligar a los alumnos a hacer exámenes en catalán bajo amenaza de bajarte la nota (también estuve ahí), o la más injustificada: la que decía que si no hablabas catalán eras poco menos que un traidor a la “patria”.
Todo esto, y mucho más, ha ido creciendo y dándole alas a una pequeñísima minoría hasta colocar en la Generalitat a alguien que claramente se mueve por odio hipócrita, promete hacer lo que después destruye, y que poco a poco ha convertido un paraíso en la Tierra en una jungla llena de menas, okupas, delincuencia, inseguridad, basura, destrucción y odio hacia los demás por el simple hecho de ser “el enemigo”.
Barcelona ya no es mi ciudad, ni la de nadie. Ya no es luz y fiesta y risas, sino peligro, delincuencia, contenedores ardiendo y conductores cabreados que no entienden como una calle de 3 carriles ahora es de uno o han quitado plazas de parking porque sí. Una ciudad que o cambia o definitivamente muere, y en la que nadie invierte porque se les insulta con el eslogan “Tourists go home, refugees welcome”.
Hubo una época en la que decir que eras de Barcelona era un orgullo, pero ahora, cuando me lo preguntan, digo que ERA de Barcelona y que, como muchos, ojalá pudiéramos hacer una de dos cosas: volver a verla como antes o irnos para siempre de aquí.
¿Qué escogerías tú?