Vamos por partes: No me gusta meterle caña a ningún producto audiovisual porque entiendo que es muy fácil, desde mi ignorancia, infravalorar el trabajo titánico que hay tras cada puesta en escena. Pero, y siendo muy fan del señor Flanagan, tengo que darle collejas por su última serie.
Ahora daré una voltereta lateral inversa y empezaré diciendo que la serie tiene un alto nivel de calidad. ¿Cómo puede ser, entonces, que iniciara este artículo a punto de cantarle las cuarenta? Porque las calidades, al igual que las inteligencias, son múltiples; y si bien objetivamente la serie de Misa de Medianoche es un producto más que decente, en su concepción como producto televisivo del género “terror” es una patata pocha.
Hablemos de lo bueno y, de momento, sin spoilers.
Mike Flanagan es un buen director y si has seguido su filmografía lo sabrás. Incluso sus producciones de peor ficha técnica saben ajustarse al público al que van dirigido.
Misa de Medianoche tiene una fotografía realmente hermosa que cuaja muy bien con la filosofía de la cinta. La isla es un paraje idílico para los horribles sucesos que van a marcar a los pueblerinos protagonistas, interpretados notablemente por los distintos actores que harán del eje de la función.
Todos estos personajes, desde los más odiosos hasta los más tiernos, saben lucirse con el material del señor Flanagan, con un poderío visual acompañado por la parte técnica. Tienen un buen tratamiento y las actuaciones son potentes, dándole fuerza a un trabajo más que notable.
¿Y el guion? Aquí el barco empieza a hacer aguas.
Lo no tan bueno, seguimos sin spoilers.
Una comunidad de vecinos con una fuerte carga católica abarca la isla.
Por un lado, tenemos al hijo que vuelve a casa tras su estancia por la cárcel debido a sus problemas con el alcohol. Problemas que acabaron con un accidente de tráfico y una muerte en su conciencia. Da igual que ya no beba. Es algo que jamás podrá perdonarse.
Por otro lado, un joven cura viene a sustituir al viejo; iniciando el nexo de eventos paranormales que asolará la isla.
La premisa dramática, a este punto, es la mar de interesante. No es demasiado original, y a muchos les vendrá cierta novela de Stephen King a la cabeza, pero sabe hacerse esperar. La trama nos presenta a unos personajes misteriosos y con una carga dramática intensa, el argumento se diluye a medida que van avanzando los capítulos. Y se diluye en la simbología; la muerte, la culpa, la pena, la infancia, el tiempo… Cualquier tema es bueno para que los personajes hagan monólogos de hasta doce minutos que se concatenan unos con otros, llegando el momento en que te importa una mierda que ocurre o deja de ocurrir. Empiezas a abrazar el existencialismo de los personajes, alejándote de intrigas y eventos paranormales a base de sacrificar cualquier terror que pueda tener la cinta.
Si buscabas una cinta de terror al uso, te encuentras un discurso de pedantería que apabulla, y cuyo discurso tiene más flecos que una escoba a poco que te lo pienses.
Para empezar, la mitad de esos monólogos se repiten una y otra vez, tanto sus temas como sus conclusiones, haciendo EXCESIVAMENTE lenta la serie.
Porque, por otro lado, si sintetizas las cosas que pasan a lo largo de sus ocho capítulos, y quitas monólogos introspectivos, podría abarcar fácilmente una película de menos de dos horas de duración.
Misa de Medianoche se pierde en su propio existencialismo, sin saber si quiere ser ensayo o cinta de terror y suspense, y llegando a un momento donde no termina de hacer bien lo primero y hace que te olvides de lo segundo.
Dicho de otra forma; no sabe a que público acercarse, no sabe ser consistente en sus formas, y su interesante premisa se dispara así misma en el pie, llegando a momentos donde ni siquiera tú tienes muy claro que cojones quiere contarte.
Te lo subrayo: si llegaste a ella porque Netflix te recomendó una serie de terror, sigue buscando.
Lo peor de todo, con Spoilers a partir de aquí (¡Avisado estás!)
Lo único realmente equilibrado de la serie es dicha inconsistencia; ni su filosofía amerita los discursos, ni estos permiten el terror.
Y todo junto, acaba creando agujeros para cachalotes en la red que teje.
Tenemos a un cura joven, que en realidad es un viejo que se encontró un vampiro y al que confundió con un Ángel. ¿Este cura no ha leído Bram Stoker en su vida? Porque el vampiro es un Nosferatu de tomo y lomo: calvo, orejas picudas, colmillos afilados y alas de murciélago. ¿El cura es idiota? Entiendo la idea de llevarlo al pueblo para revitalizar a su amada, pero eso de ponerlo cómo un Ángel es, tan solo, una poco sutil forma de ameritar un discurso sobre el fanatismo bastante barato.
Con el tema del vampiro tengo mi segundo gran problema: en la cinta de Mike Flanagan, nadie dice “Vampiro” en ningún momento: no vaya a ser que los pretenciosos ensayos pierdan fuerzas al utilizar elementos de la serie B más desgastada.
Luego el Vampiro hace joven al cura viejo, y este decide volver a su pueblo y sustituirse así mismo. Por supuesto, es conveniente que nadie, ninguno de los vecinos, reconozca al cura de joven. Donde, por cierto, el vampiro mata nada más llegar a todos los gatos para hacer un perímetro de la isla con sus cadáveres… ¿Qué sentido tenía eso?
¿Y cual es el plan, cerebro? Convertir a todo el pueblo en Vampir… digo, ángeles del señor. A partir de aquí, se sucede una cantidad absurdos apabullante, y entre tontería y tontería, los personajes sacan tiempo para marcarse más monólogos de hasta quince minutos.
Mónologos que son interesantes si es lo que estás buscando, ¡ojo! Pero que diluyen la acción y entorpecen el ritmo a la narración.
En el cine hay una regla que dice “muestra, no digas”, y es algo que la cinta esboza en la simbología visual, pero que se pierde en estos monólogos donde, además, algunos se contradicen en eventos posteriores.
Llega un momento en el que los personajes importantes empiezan a morir y, a ti, como espectador, te da sumamente igual. Porque no has vivido ese personaje, no has encontrado su filosofía en sus acciones.
En conclusión
El problema de Misa a Medianoche no está en el argumento en sí, sino en su forma de narrarse. Elude sus propias responsabilidades (la de contarnos una historia) para centrarse en que los personajes expongan sus pensamientos sobre temas vitales como la muerte, la religión, la pena o la culpa. ¡Que oye! Está muy bien, pero no me vendas una serie de terror.
Esto último puedo entender que va por Netflix, pero lo cierto es que también va por su director. Porque la cinta tampoco funciona como ensayo. Los temas se repiten tanto que, llegado al momento, ya no impactan. Los floridos discursos empiezan a ser manidos y rebuscados. Pierden tu interés.
¿Y entonces que es lo que queda?
Una turra de cojones.