La Tierra, ‘territorio comanche’ para Marte y Venus

“Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus”

Piececitos, masajitos, toqueteos, … atenciones, en suma, para mantener la chispa de la vida. Ceremonia necesaria para ella, claro, porque para él es la pesadilla necesaria para disfrutar de la pasión. Prolegómenos. Preliminares. Da igual cómo los llames o cómo los practiques porque, entre marcianos y venusianas, no hay espacio para el punto medio: somos DI-FE-REN-TES. Pégatelo en la frente.

por Rosa Panadero

Mauro Muñiz de Urquiza pega un buen repaso a nuestra convivencia en Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Sí, hace unos años quisiste comprarte ese libro de John Gray. Ahora puedes verlo sobre el escenario (Paco Mir adapta y Edu Pericas dirige en Teatro Nuevo Alcalá). Y la función seguramente continuará al girar la llave y entrar en casa, porque se reflejan tantos chascarrillos y momentos que hemos vivido, que la cuarta pared se funde para seguir su desarrollo en los hogares. Por fin entenderás tu (su) comportamiento planetario.

 

“Presente”

La convivencia es una evaluación continua. Todo empieza con pasar lista. No a los defectos del otro, no. Pasar lista a los asistentes. Si en clase te pillaron alguna vez con la mente en blanco, en el Teatro Nuevo Alcalá no estás para decir que no sabías a lo que venías.

Y ojo si no te sabes la respuesta: caída en picado de la media de la clase merced a tu cosecha de puntos negativos. Lo mismo hasta te toca el pasillo de la vergüenza cuando salgas de la sala.

Uno se cree que lo que se vive de puertas para dentro en su casa es un caso único de preguntas, dudas, órdenes y desdenes. Ella se cree que el suyo —su compañero de facturas, paternidad y vacaciones— es un ser cuyos defectos no se hallan en el resto de los mortales.

Vamos, que te has llevado un chorbo defectuoso y no se aceptan las devoluciones si firmaste que estaba en perfectas condiciones cuando el intercambio de anillos. Menuda hipoteca emocional nos echamos a la espalda unos y otras. Y todo por esos desencuentros, esos problemas de traducción en la lengua que los oriundos de cada planeta, sea Marte o sea Venus, se empeñan en malinterpretar.

“¿Pues quién va a ser? El de siempre”

Los más jóvenes, los que todavía no han sido padres, que no se crean que, cuando el roro de sus amores llegue a adolescente, nunca le dirán aquello de “A que voy yo y lo encuentro”. Lo de imitar a nuestros progenitores empieza un poco antes que lo del cuento de la semillita que papá le da a mamá.

Pasados los primeros meses de enamoramiento y vida en común, la convivencia se transforma en acecho de los fallos del prójimo. Y dirás todo aquello que no pensaste que dirías nunca. Peor: lo entenderás y lo defenderás.

Ellas, con su memoria de elefante que nunca olvidan un detallito ni una afrenta, y ellos conscientes de su “prueba superada” y la mente en modo avión, ya no tendrán que currarse lo de simular que la escuchan con atención. Cada mochuelo a su olivo, y el salón convertido en territorio comanche, con el avance de las huestes de Marte o Venus.

Si tienes suerte, te camuflas bien y el profe monologuista no pasa cerca de tu pupitre, ese día respiras tranquilo, pero ojito con copiar la soluciones del encerado, porque a Mauro Muñiz no se le escapa una, y se saldrá del guion para recordarte tu lugar.

Tu parienta con memoria de elefante también te lo recordará por los siglos de los siglos en las cenas con tus suegros. Calma. Tu venusiana tampoco saldrá indemne del teatro: sus continuas inseguridades afectivas y su cuestionario interminable antes de tus viajes te resarcirán de cualquier chistecillo sobre tu atención plana (actitud que, en tu fondo marciano, te enorgullece). Y ya sabes cómo termina esto: y fueron felices y comieron perdices, etcétera etcétera.