La cordobesa María José Llergo presentó su último trabajo, Ultrabelleza, en el marco del Festival de Jazz de Barcelona en la sala Paral-leí 62 y la mayoría de personas que asistimos, podemos afirmar que vivimos uno de los conciertos de nuestra vida.
Un concierto en el que María José Llergo estuvo arropada en todo momento por dos músicos que recreaban el álbum en vivo a través de efectos, teclados, percusiones y muestreos disparados en directo, consiguiendo un cuerpo instrumental que ni en mis mejores sueños hubiera sonado tan perfecto.
Era uno de los miedos que tenía, trasladar al directo la impresionante producción que tiene Ultrabelleza me resultaba bastante complicado, pero la creatividad desorbitada que tiene la Llergo y la valía de sus colaboradores, hicieron que fuera una experiencia absolutamente arrebatadora.
La mayor parte de la selección de temas estuvo dominada por su último álbum, del que cantó todos los cortes empezando con esa dupla insuperable formada por Ultrabelleza y Superponer, hipnotizando a todes desde el minuto cero, y en el que también asomaron algunos de sus singles anteriores, Mi Nombre, La Luz, Tencontrao, A Través de Ti y Que Tú Me Quieras fueron los escogidos, acudiendo únicamente con Me Miras Pero No Me Ves a su debut Sanación del 2020. Momento estelar y para el recuerdo cuando la Llergo bajó al público para cantar con todes su versión del Pena, Penita, Pena de Lola Flores.
No se puede pedir más para un show de hora y media en el que tanto los músicos como la artista inundaron de magia, buenas vibraciones, emociones a flor de piel y vida una sala llena hasta la bandera.
Una fusión increíble
Fusionando como nadie las raíces del flamenco con la vanguardia musical del momento, sin jamás perder el rumbo, y dando unas lecciones de amor y de vida absolutamente sinceras y humildes, María José Llergo es una mujer que respira bocanadas de arte y exhala torrentes de duende.
La perfecta comunión entre arte a raudales y concepto feminista que explota en sus directos, es de lo más bonito y emocionante que vas a poder ver en toda tu vida en una sala de conciertos. Superando con creces cualquier expectativa, y estaban muy altas, y regalándonos a todes un pedazo de su dulzura y amor, nos fuimos para casa tocades por la gracia divina de una artista con el poder de cambiarte por dentro, ahora somos más felices y más conscientes, gracias.
Una pequeña pega
Como pega tengo que decir que estar sentado en un concierto así es casi una tortura, esas canciones piden movimiento, baile, cante y palmas sin censura. El problema es que había mucho snob por ahí, la gente no cantaba, no bailaba, no hablaba y no se movía.
Una situación que se le hacía rara incluso a la propia artista que preguntó en alguna ocasión si Barcelona cantaba. Ese carácter impuesto de concierto serio y demasiado estirado no le hizo ningún favor al espectáculo. Con decir que cada vez que alzaba la voz para acompañarla me miraban mal y cuando mi compañero se arrancaba a las palmas pasaba lo mismo, son sensaciones que no son agradables dentro de un concierto en el que la emoción y el sentimiento te invaden a unos niveles en los que no eres dueño de tu cuerpo, ni de tu mente, estás totalmente entregado al ritual de la música, y eso es lo que todo el mundo debería haber hecho esa noche, disfrutar sin límites protocolarios.
Estar sentades ya era un suplicio, pero si además no puedes cantar y no puedes moverte, ¿para qué vienes a un concierto?. Es mi única queja que nada tiene que ver con la artista ni con su espectáculo, sino con el público asistente (no todos por supuesto) y con el marco en el que se celebraba el concierto.