La Legión Perdida, Santiago Posteguillo

Mesopotamia, como su nombre indica, es la tierra en mitad de los ríos. Se supone que fue allí, más o menos al oeste, puede que mucho más al este, entre Siria y la India, donde nació la civilización, tal y como la entendemos. Entre los ríos Tigris y Eufrates. [Leer + ]

De puentes y muros

José Víctor Esteban

datos_legionMesopotamia, como su nombre indica, es la tierra en mitad de los ríos. Se supone que fue allí, más o menos al oeste, puede que mucho más al este, entre Siria y la India, donde nació la civilización, tal y como la entendemos. Entre los ríos Tigris y Eufrates.

A día de hoy siguen luchando allí todos los poderes de la tierra, los que tienen petróleo y los que no, los que tienen armas y los que las padecen, los que aspiran a dominar la tierra en nombre de Dios y los que aspiran simplemente a malcriar a sus nietos. Siria, Irak, Irán, Afganistán, el “creciente fértil” origen del mundo moderno y de todas sus perversiones. Cuna de las sociedades mas ricas y por tanto más poderosas del mundo antiguo (¿o es al revés?), lugar de encuentro, y de paso, de mercaderes y de saqueadores, punto crucial en la Ruta de la Seda entre China y el Mediterráneo. 

En esta segunda trilogía sobre el liderazgo, la ambición y el poder y sus contrapartes, la mediocridad, la codicia y la envidia, Santiago Posteguillo utiliza una de las grandes derrotas de Roma, Carras (53 a.C), para transportarnos al momento álgido del Imperio Romano o al menos, el de su máxima expansión geográfica con la anexión de Mesopotamia bajo el mandato de Trajano (116 d.C.)

Marco Licinio Craso, el tercer cónsul del triunvirato formado por Marco Antonio, Julio César y él mismo, era un genio de los negocios que consiguió convertir el cognomen de su familia, “Craso” en sinónimo de riqueza desmesurada. Al parecer, mientras Julio César se divertía con el Rey Nicomedes de Bitinia, Craso se dedicaba a dar pelotazos inmobiliarios aprovechando la capacidad de negociación de las legiones romanas (hay cosas que nunca cambian). Avergonzado por su falta de resultados militares, intolerable carencia en el Currículum de un cónsul romano con aspiraciones, decidió reclutar el ejército más numeroso de la historia de la República y se lanzó a la conquista de Partia (Irak y partes de Turquía, Siria, Irán y Afganistán).

La derrota de Carras fue de tal calibre (se perdieron más legiones que en Cannas o el bosque de Teotoburgo), que nadie se atrevió a repetir el intento hasta pasados 150 años. Y no podía ser otro que Marco Ulpio Trajano. El más grande de los emperadores de Roma.

Como demostró en la trilogía dedicada a Don Publio Cornelio Escipión Africano Mayor, Posteguillo es un maestro en la construcción de tramas narrativas, haciendo transcurrir en paralelo los acontecimientos y las vidas de los principales actores de la historia.

En La legión perdida, libro de cierre de la trilogía de Trajano y a mi juicio el mejor de los tres, el autor compara cuatro tipos de liderazgo. Trajano y sus generales, Adriano y sus conspiradores, la emperatriz de China, mujer rodeada de traidores y Osroes el parto despiadado. Y entre medias, como siempre de manera magistral, los personajes atrapados entre los poderosos que tienen que luchar por cada minuto de vida que se les permite. Los oficiales, los soldados, los viajeros, las mujeres humildes o nobles pero todos insignificantes.

Reconozco que Posteguillo me gusta mucho y todo lo relativo a la Roma antigua más, pero de verdad que esta es una novela estupenda y muy enriquecedora en la que destacan por encima de todo la oposición entre Trajano y Adriano. Y a Don Santiago se le nota que le gusta mucho más el primero que su sobrino. 

Marguerite Yourcenar describió a Adriano como un intelectual enamorado y sensible abrumado por las cargas de un poder omnímodo que sólo podía afrontar gracias a su pasión por la arquitectura y su amor por Antinoo, el adolescente que murió demasiado pronto para dejar, el sí, un bello cadáver. A Adriano le debemos el Panteón de Roma, su villa en las afueras de la Ciudad, y centenares de estatuas de su adolescente perfecto repartidas por todo el imperio.

Sin embargo el Adriano de Posteguillo es una especie de Donald Trump maledicente y tramposo dedicado a construir monumentos a su propio ego y con el tiempo obsesionado con levantar muros por todas partes.

Para preparar la conquista de la Dacia, Trajano le pidió a Apolodoro de Damasco que construyera un puente sobe el Danubio, diez años antes de empezar la campaña. Y esa es la clave del liderazgo de Trajano. La minuciosa preparación de cada paso, la confianza total en colaboradores de talento que interpretan la voluntad del emperador y le ayudan a conseguir sus objetivos y la fidelidad nacida del respeto y la admiración.

El puente de Drobeta permitía unir las dos márgenes del Danubio en uno de los tramos más complicados del río. Y por allí cruzaron sus legiones y se abastecieron durante la campaña que se cuenta en la maravillosa columna trajana en la cabecera del foro que lleva su nombre.

Adriano ordenó quemar el puente y construir muros. Es la diferencia básica entre el talento y la mediocridad. Entre el que confía en sus propias fuerzas y el que se rodea de murallas. Napoleón decía, “si quieres ser derrotado, atrinchérate”.

Resulta curioso que a día de hoy, los únicos fuera de Roma que se llaman a sí mismos Romanos sean los que se quedaron al otro lado del puente de Drobeta. 

Muchas gracias Don Santiago.

@JVictorEsteban3

Si quieres leer el primer capítulo pincha aquí. La Legión Perdida.