‘Hablar con extraños’, de Malcolm Gladwell

Si adaptas la realidad a tu historia, tendrás una sentencia de manual

Hablar con extraños, de Malcolm Gladwell, te hará cuestionarte si compartes los mismos códigos que los demás. Interpretas según tus instintos y tu educación, pero no puedes esperar que otros asientan. Ni imaginarte lo que de verdad piensan. Ni por asomo podrías saber cuál sería su reacción. En la era del post confinamiento, ¿alquilarías un ático en Roma a través de AirBnB, llamarías un Über en Nueva York?

por Rosa Panadero

Si fuésemos Brock Turner, el violador de la fraternidad Kappa Alpha de la Universidad de San Diego, o la supuesta asesina Amanda Knox o el corruptísimo Bernie Madoff, a saber qué puntuación le pondríamos al juez de cuya sentencia depende nuestra libertad.

'Hablar con extraños' de Malcolm GladwellReo y juez, condenados a no encontrarse en su vida fuera del tribunal, en los casos elegidos por Gladwell. Y aquí el protocolo tiene mucho que ver, igual que en la admiración del enviado británico por Adolf Hitler, o en la traición de la directora de la sección cubana de la CIA durante años.

Si las palabras quedan registradas con luz y taquígrafos, la interpretación de las mismas y el lenguaje corporal, amén del contexto cultural de cada uno, deciden todo. Una mínima duda y todo el montaje de creencias de una parte o de la otra se van al traste.

Malcolm Gladwell racionaliza las conversaciones entre personas extrañas entre sí. El tema parece de bostezo académico colectivo en clase de turno de tarde en invierno frío y lluvioso, por la desierta Ciudad Universitaria. No lo es. Suena raro, eso sí.

Con la edad acabas interiorizando los códigos de tu profesión, de tu trabajo. La ingenuidad y la toxicidad que te insuflaron en la universidad y en las primeras prácticas, que te convirtieron en un profesional hecho y derecho, modelaron el cerebro de tal forma que sólo entiendes el qué según el quién y el cómo te lo cuente.

Hace más de un lustro que alquilamos las casas de otros en AirBnB para ir de vacaciones, nos movemos en vehículos de transporte colectivo que pagamos por adelantado desde el móvil, y nos fiamos de un desconocido para comprarle a través de Wallapop un microondas en excelente estado de uso. Además, les puntuamos. Y no nos duelen prendas regalar las cinco estrellas. Como si fueran amiguetes de la barra de bar.

El caso es que todos nos adaptamos sin darnos cuenta. Hasta hay gente que lo pasa bien y apoya el confinamiento, imposible convencerles de las libertades coartadas a golpe de decreto ley. Si crees que perteneces a una sola cultura, lo llevas mal, muy mal. No sólo eres como eres por la familia en la que has nacido y en el lugar donde te has criado.

¿Te acuerdas de A Quiet Place, película de John Krasinski protagonizada por Emily Blunt? Ella interpretaba a una madre embarazada que tenía que dar a luz sin gritar para que los bichos malos no despertaran y vinieran a merendarse a su familia. Salvando las distancias entre ese mundo post-apocalítico y el actual pre-apocalítico, quién no diría que es mejor estar calladitos y de paseo, que confinados en casa para evitar atraer al coronavirus. 

Gladwell dice, a propósito del COVID19, que es una oportunidad para restaurar o destruir nuestra fe en el gobierno y en la acción colectiva. ¿Armonizaremos nuestras culturas bajo el paraguas del miedo a las pandemias?