Gucci no paga traidores

Spoiler: se va a llevar más de un Oscar®. Interpretaciones bestiales de Lady Gaga, Jeremy Irons, Jared Letto, Al Pacino, Salma Hayek y Camille Cotin, muy relegada a un rol secundarísimo.

La Casa Gucci es como el árbol de navidad con múltiples regalos, merced a sus interpretaciones:

Lady Gaga, la mejor actriz en mucho tiempo. Yo de mayor quiero ser como Lady Gaga: cambiar de profesión, cambiar de registro, petarlo todo y seguir siendo la misma.

Adam Driver, qué bestial criatura angelical. El yerno que todas las madres querrían para sus hijas.

Jeremy Irons, la guinda perfecta, como en todas sus interpretaciones. Qué flema para manejarse socialmente con una nuera inculta.

Al Pacino, excelente y conciliador, tío y mentor para uno, padre resignado para otro.

Jared Leto, cómo se sufre con su personaje, alguien al que se ignora y tolera, como si fuera un donnadie.

Salma Hayek, tan divertida como siempre. No le hace falta pretender nada.

Camille Cotin, excelente y contenida al soportar los ataques verbales de la esposa Gucci.

Descenso al averno

Mil gracias a Ridley Scott por ponernos en bandeja este impresionante fresco de familia, traiciones, acuerdos y, sobre todo, reputación.

No se pone en duda que una marca es sinónimo de reputación, ese valor intangible que las empresas valoran en miles de millones de euros.

Sorprende, al ver las trastienda de los Gucci, que la marca haya sobrevivido a los despropósitos familiares.

Se exponen líneas cruzadas entre dos modelos de negocio, el de calidad excelsa y el del mercadillo falsificador. Todo depende de lo cómod@ que cada un@ se sienta en cada extremo.

El ascenso social por matrimonio hace que Patrizia Reggiani (Lady Gaga) se ponga del lado del negocio excelso, que para eso deja de ser princesa del pueblo para convertirse en reina consorte del lujo.

Esposa despreciada

También es una película de discriminaciones sociales. Porque Patrizia Reggiani nunca será una Gucci de sangre, sólo se la tolera en el clan como el vientre necesario que engendró a una nueva miembro del clan.

Es lamentable que en este mundo no se valore a las mujeres por su cerebro cuando socialmente sólo se las percibe como “esposa de”. Más que un techo de cristal existe un techo conyugal que la sociedad teje como tela de araña.

No se deprime, sin embargo, esta esposa Gucci, como sí lo han hecho otras esposas, porque Patrizia lucha con el sentido común de mejorar lo que tiene presente.

Sólo una princesa del pueblo tiene el empuje necesario para intentar llegar a lo más alto del Olimpo. Todos sus esfuerzos están orientados a motivar a un marido aniñado (Adam Driver), contentar a un tío político mercader de baratijas (Al Pacino), minimizar el rechazo de un suegro (Jeremy Irons) que vive en su torre de Marfil, en la que el tiempo pasado fue mejor, y conseguir que el primo político de vocación artística frustrada (Jared Leto) deje el camino libre.

El terruño nunca se abandona

Hay muchas referencias visuales al terruño toscano del que proceden los Gucci. Quizá es el carácter de contadini o campesinos que nunca sale del corazón de cada uno, ese no fiarse de la gente que no es de aquí, lo que lastra la relación de los Gucci con Patrizia.

Todo el carácter bucólico de la Toscana, del emigrante que se marcha del campo a la ciudad, y que de Milán salta al otro lado del Atlántico, hasta asentarse en Nueva York y acaba enriqueciéndose en los mercadillos de los bajos fondos, es todo uno.

Años noventa: las súper modelos

Disfrutarás mucho de la recreación de los años ochenta y noventa: las hombreras exageradas, el corte de pelo hortera a lo Jennifer Rush cantando “Si tu eres mi hombre y yo tu mujer” ,… Me encantaron las recreaciones de desfiles que lanzaron la etapa de las súper modelos con Gianni Versace, Karl Lagerfeld, el catwalk con Claudia Schiffer, Anna Wintour con tres décadas menos, y un Tom Ford tejano que relanza la marca Gucci cuando nadie quiere trabajar para ella.

Dos horas y media para no perderse nada del atrezzo ni del vestuario. Oscar® en todo, se mire por donde se mire.