Draco. La sombra del emperador, Massimiliano Colombo

S.P.Q.R vs I.N.R.I
Otra Roma, otro tiempo

José Víctor Esteban

datos_dracoCuando se sobrevuela Roma, en la aproximación al aeropuerto, puede verse por qué aquella aldea que servía de refugio a todos los huidos de las ciudades del centro de Italia, consiguió convertirse en un imperio que todavía influye en nuestros días. Un paisaje llano, con montañas en la distancia llenas de lagos que irrigan una tierra oscura y feraz que aún hoy sigue siendo riquísima. Y en medio de todo, el río Tíber.

En la Roma arcaica el río se convirtió en una fuente de ingresos formidable. ¿Por qué? En su corta trayectoria de la montaña al mar el cauce tiene una pendiente tan acusada que el Tíber es un río caudaloso y fuerte, muy difícil de cruzar. Hasta tal punto influyó en la conformación de la sociedad que la religión romana eligió a los constructores de puentes como autoridad religiosa. El Papa católico sigue denominándose “Sumo Pontífice”, es decir, el mejor “constructor de puentes”. De la misma forma que el conocimiento astronómico proporcionaba a los sacerdotes de Amón la capacidad para establecer un calendario, determinar la llegada de las inundaciones del Nilo y marcar el ritmo de las cosechas, el saber hacer de los “pontífices” romanos garantizaba jugosos impuestos sobre todas las riquezas y viajeros que cruzaban el Tíber.

Y tal vez ese origen “constructor” y “práctico” de la religión romana permitió que a medida que la ciudad se expandía y terminaba convirtiéndose en un imperio, los ciudadanos romanos toleraran, asumieran y terminaran asimilando, las tradiciones religiosas de cada pueblo absorbido y sobre todo, contribuyente. ¿Fue la tolerancia obligada del que cobra impuestos en un lugar de paso, la que ayudó a consolidar la idea de ciudadanía, la convivencia bajo la ley común y los dioses múltiples? Lo cierto es que durante los primeros mil años de conflictos entre clases, entre modelos de estado, de invasiones (sufridas y cometidas), pocas veces fue la religión un motivo de enfrentamiento como lo sería en los últimos doscientos de existencia del imperio en occidente y los siguientes mil años del menguante imperio de oriente (recuerden las discusiones bizantinas, celebradas por cierto en la maravillosa Santa Sofía). El “cesarismo” utilizó la religión como elemento simplificador, unificador y represivo que ayudara a sostener las estructuras de un estado tan complejo y amenazado que no fue capaz de defender lo mejor de su tradición, la ley y la tolerancia.

Draco, la sombra del emperador nos descubre la trayectoria personal de Juliano, el último emperador que intentó la restauración de la tradición romana de tolerancia religiosa frente al sectarismo impuesto desde arriba. En agradecimiento la historia de los vencedores le motejó de Apóstata. No se puede ser apóstata de una religión en la que nunca se ha creído, nos dice Massimiliano Colombo en su, una vez más, excelente novela de romanos. Draco se desarrolla en el siglo IV de nuestra era, cuando el cristianismo de estado se ha impuesto y ha eliminado a las religiones previas. El gobierno de Juliano fue tan breve, como difícil y sorprendente fue su ascenso. Fue un romano a la antigua, austero, duro, fiel a sí mismo e increíblemente tenaz. Ser miembro de la familia imperial en el tiempo de Claudio Flavio Juliano era tan peligroso que el mismo fue el último miembro de su dinastía.

Hay que agradecer al autor que utilizando un momento tan decisivo del imperio (pero al mismo tiempo mucho más desconocido que, por ejemplo, el fin de la República o la dinastía Julia Claudia a la que todos los emperadores intentaban parecerse, aunque sólo fuera en el nombre y que de tan famosos parecen de la familia), para embarcarnos en una estupenda aventura con batallas, traiciones, ambiciones, mediocridad, deseo, miedo y mucha sangre. Y además todo un desafío a los cánones históricos, a los clichés y las verdades absolutas.

Disfruten con la magnífica narrativa de Colombo, denle unas cuantas vueltas a sus ideas previas y pásenlo estupendamente.

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