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Donde cabe uno caben dos

por Charo Sardina.

Tan pronto como salió del coche, Martin se sintió incómodo. Una hilera de árboles se alineaba en el camino, el cielo nublado amenazaba lluvia y la noche caía sobre un lugar tan inhóspito como oscuro.

Martin miro a los lados, era el lugar perfecto. Abrió el maletero y sacó el cuerpo sin vida de su amada. Sintió un escalofrío, ¡Sara le había hecho tan feliz! Por un instante le invadió la nostalgia, aunque un velo de rencor disipó rápidamente el recuerdo de aquellos otros tiempos más felices. Sara, como antes Martha, había osado desafiarle. Como su primera esposa, se había atrevido a irse con otro hombre, en este caso con aquel míster cachas de su oficina.

Pero Martin no iba a seguir pensando en lo que había hecho o lo que tenía por hacer. Puso el cuerpo en el suelo detrás del coche, recogió la pala y empezó a cavar.

Al otro lado del camino le observaba el inspector Jones, aunque ahora el automóvil y la oscuridad le impedían ver claramente lo que estaba haciendo. Aunque podía imaginarlo. Jones había estado siguiendo a Martin durante días y sabía que había matado a su mujer la noche anterior. Lamentó no haber podido evitarlo, pero ahora Martin sí acabaría entre rejas.

Se ajustó el sombrero, sacó la pistola y avanzó hacia el asesino. ¡Detente, Martin! Gritó con una voz poderosa. En ese momento, un rallo iluminó la escena y un portentoso trueno ahogo el rugido de un arma. El inspector Jones cayó al suelo sin vida, una certera bala había atravesado su sien. Martin acababa de anotar su cuarta víctima.
– ¡No había terminado todavía!, ¿para qué me molestas?-, dijo en voz alta.

La lluvia empezó a caer con fuerza justo cuando Martin terminaba su trabajo.

– Donde cabe uno caben dos-, pensó mientras se subía al coche y se preparaba para volver a su rutina como el gran abogado que era. Martin se miró en el retrovisor, se atusó el bigote y se puso en marcha. La gran ciudad le seguía esperando y el míster cachas, también.