‘Lágrimas de oro’, por José Luis Soto

Lágrimas de oro, traiciones entre incas y desvelos policiacos

Dos visiones históricas, inca y española, y otra policiaca para viajar a través del tiempo y unir los destinos y las sangres de dos naciones

por Rosa Panadero.

Deber ser increíble novelar capítulos históricos que sacan sarpullidos todavía al recordarlos, en especial cuando los problemas de familia acaban ocasionando los problemas de estado.

En Lágrimas de oro, de José Luis Soto, hay mucho de todo esto en el lado de la nobleza inca. Y no se queda ahí: la visión de la historia sucede de forma paralela en la Extremadura del siglo XVI del autor, y además viajamos al Madrid del siglo XXI y al París de cine que nos ofrece—capítulo especial en los hoteles de lujo y escena genial en el cementerio de Père Lachaise.

Sabemos cómo murió Atahualpa y cómo mando ejecutar a su hermano mientras era prisionero de Pizarro, pero nunca sabremos lo que de verdad se dijeron, ni pensaron, ni lo que quisieron decir, pero no dijeron. Aquellos capítulos truculentos de la historia quedaron ocultos bajo páginas de historia, y al recuperar el momento, ay, se genera una ansiedad para ver cómo lo cuenta Soto.

Datos curiosos

Por otra parte, es interesante el viaje ético que se emprende con la lectura de Lágrimas de Oro cuando se trata de ver cómo funcionaban las familias hace cuatro siglos, a un lado y a otro del charco que nos une y nos separa, en especial cuando se trata de los harenes.

Quizá siempre asociemos el concepto a las culturas orientales, pero no es un fenómeno único: desde China hasta el imperio inca hubo harenes para los que podían permitírselo, claro. Menos habitual es el matrimonio entre hermanos, como ocurrió en el incanato.

Esa obsesiva pureza de sangre inca se transfirió por enlace matrimonial a través de los Pizarro, uniendo el destino y las familias del “virú-perú” con las de España. Ironías del destino sería que la joya robada en la iglesia de la Zarza, donde falleció la primera descendiente de la nobleza hispano-peruana.

Y la Iglesia…

Lo de con la Iglesia hemos topado ya no es quijotesco, porque más que topar con el clero y compañía, el lector topa con ladrones que desvalijan iglesias. No en vano hasta en la Benemérita hay especialistas de arte y derecho canónigo, lo que haga falta para seguir las pistas de tantos tesoros que se nos escapan de los templos y acaban en las casas de subastas de Sothebys y compañía (sin ir más lejos, hasta columnas de la catedral-mezquita de Córdoba, que todavía sigue en pie).

Mucha emoción cinematográfica en la parte actual, casi podemos seguir los pasos en busca del collar con el que, novelísticamente hablando, fue ajusticiado Atahualpa.

En definitiva, una historia que avanza estratégicamente, más pausada o más rápida según el momento lo exija, porque no lleva el mismo tiempo atesorar oro y prolongar el tiempo para salvar una vida, que buscar una joya con nombre y apellidos.

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