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Tu nombre en la portada

por Elena Rubio Viagel

Me cansé de zambullirme en historias que no llevaban mi nombre en la contraportada, de ver que el espejo me dejaba de devolver la mirada y de dejar de oír mi risa.

Me estaba perdiendo y no me daba cuenta. Había construido una carátula, a varios centímetros de mí, que dibujaba la imagen que quería proporcionar al mundo. Y sin darme cuenta, empezaron a surgir grietas. Vi como la imagen que me había fabricado se resquebrajaba.

Igual no eres consciente de que te has perdido hasta que eres capaz de encontrarte. Aprendí que no está mal perderse, siempre que vuelvas. Que a veces es necesario, dejar de ser quién eres, dejar a la vida hacer y pasar por ella como un tren que hace el mismo recorrido cada tarde. Pero tener en cuenta que no puedes convertirlo en una situación permanente, que ese tren ha dejado de ser el tuyo y que tu próximo viaje se aleja de esa estación cada vez más.

Cuando te has perdido, cuando ves que a tu alrededor has dejado pasar la vida, aunque hayan sido un par de semanas, te encuentras con el espejo. Que te mira como se mira a un conocido al que solo saludas y con el que perdiste la conversación tiempo atrás.

Y un día, en el que te levantas sonriendo, como los niños en la noche de Reyes, llega el momento de encontrarse, de volver. Aprendí en unos meses lo que otros, que me doblan la edad, no saben o no quieren saber. Porque cuando vuelves, después de haberte perdido, vuelves más fuerte. Vuelves sin miedo, vuelves dispuesta a comerte el mundo y a dejar que, otros días, te coma a ti.

Pero vuelves, siempre vuelves. Y esta vez, la historia es tuya.