Tras gritos de libertad, o el más significativo de todos, se acabó el Covid, una horda de zombis sin cerebro, de muertos en vida, tomaron las calles el pasado sábado 8 de mayo a las 00h.
Algunos compararon aquello con fin de año, mientras que los lúcidos y completamente conscientes de en qué situación estamos y poseedores de un mínimo de memoria (seguramente porque no nos dedicábamos a bailar y hacer bizcochos durante el confinamiento del año pasado que tantas empresas destruyó, personas llevó al paro y otras miles se les señaló como ERTES “que iban a recuperar su vida”) observamos desde nuestros balcones como hordas de niñatos ébrios, de seres vivos completamente faltos de un mínimo de cerebro, lanzaban petardos gritaban, bebían, fumaban y se besaban mientras, repito, gritaban se acabó el Covid.
Seguramente cuando maten indirectamente a alguien o acaben enfermos y entubados no les hará tanta gracia esto.
El plan de nuestras élites ha salido a las mil maravillas. Y de qué manera. No sólo nos han transformado en pedazos de carne muertos de miedo y faltos de un mínimo de amor propio o por nuestra libertad, sino que han conseguido que la realidad, la verdad y la cordura se hayan ido por el desagüe.
Tienen comiendo de su mano a toda la población que, sumida en depresiones sin diagnosticar, baila y canta sin control por unas calles plagadas de un virus, y que sirve principalmente para mantenernos como canarios dentro de nuestras jaulas adornadas con espejos donde alimentar nuestro ego, wifi para idiotizarnos, hornos en los que estar ocupados y sofás preparados para engordar y engordar.
¡Pero el Covid “se ha acabado”!, ¡pásame esa litrona de la que han han bebido todos esos desconocidos!
El vivir algo duro y traumático, algo que está ocasionando muertes y problemas mentales tan profundos que nadie va a poder salir de ellos sin varias heridas graves, ha destruido la poca cordura que creía que las generaciones inferiores a la mía (e incluso algunos de la mía) tenían.
No es que me haya sorprendido, porque sólo hay que dejar que un tonto hable o vote para que se demuestre que lo es (y en muchos casos hasta esté orgulloso), pero esperaba más de bastante gente. Que necio soy a veces, ¿verdad?, ¿cómo consigo todavía encontrar un poco de esperanza?
Si es que a veces de bueno soy tonto.
Trabajo desde hace poco en una clínica privada haciendo test de Covid, y en las próximas semanas estoy seguro de que varios de nuestros pacientes al preguntarles el motivo de la realización del test agacharan la cabeza y dirán que para un viaje o tartamudearán otra excusa mientras tosen o piensan en silencio en la cantidad de gente a la que le habrán destrozado la vida por pegarse un bailecito estúpido y que le suplicaba sus seguidores del Tik-Tok.
Pero el mal ya estará hecho y sus cánticos de energúmeno sin lecturas a las espaldas se transformarán en silencio, uno duro y aplastante que llevará en la mochila algún familiar muerto, a aquel conocido arruinado o, con suerte, la culpabilidad del que sabe que hizo mal a sabiendas pero, ¡joder!, ¡que s’acabó es Covi!
¡Pues aquí estamos, genios!, viéndoos bailar borrachos como anormales y rodeados de un virus desconocido con el barco siendo dirigido por un atajo de psicópatas que prefieren abrir un sobre de jamón que mirarnos a la cara, pero que después, creyendo que nos hacen un favor, nos lanzan un billete de 50 euros.
Un dinero que, no os quepa duda, ha volado entre cánticos de borrachera y vítores de libertad, oeeeee, oeeeee.
¿Hasta cuándo va a durar esto?
Sí, te lo pregunto a ti que estás arruinado y cuya familia sufre mientras nadie hace nada: ¿qué piensas hacer al respecto?