Reflexiones desde mi espejo

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Manuel Gris

Blog Manuel Gris: “Hay quien solo quiere risas enlatadas”

Hay quien solo quiere risas enlatadas

En la época medieval existía algo llamado Bufón. Este personaje, al que siempre dibujan como alguien tonto y cubierto de cascabeles y colores llamativos, era, sin ninguna duda, la única persona capaz de decir lo que pensaba en cada momento, sin contar a los nobles y reyes. Tenía la completa inmunidad para criticar, ridiculizar y vilipendiar a todo el que se cruzara en su camino, sin importar el estatus social o la importancia dentro del círculo de poder; y nadie podía hacerle nada. Se entendía que su trabajo, más allá de arrancar un par de risas, era bajar del pedestal a todos los que en algún momento estuvieran en él, para intentar que el pueblo, y los nobles, fueran conscientes de lo que pasaba a su alrededor más allá de sus narices.

Y, por desgracia, a día de hoy seguimos con la puta manía de no evolucionar, sino de ir hacia atrás y más atrás.

Así nos va.

Poco a poco nos acercamos a un peligroso pozo sin fondo en el que pretendemos lanzar a todo el que ofenda, sin importar si esa era su intención o si la persona que señala, con humo saliéndole de las orejas, está bien de la cabeza o necesita en realidad un abrazo o una cura de humildad, porque tengamos una cosa clara: el humor, más allá de que nos guste o no, no es más que una expresión artística que busca, de una forma valiente y sin máscaras de por medio, lo mismo que los bufones en la antigüedad; colocarnos a todos al mismo nivel, sin podios ni nadie por encima de los demás en cuestión de importancia, y señalarnos y decirnos bien claro que todos somos la misma mierda a la que podemos sacarle defectos y ridiculizar. Pero eso, claro, es algo que mucha gente no sabe entender, y coge cualquier frase o chiste para hacer lo que más está de moda en este mundo de mierda que nos está tocando vivir: señalar, amenazar, y tratar que la igualdad moral quede reducida a cenizas por no sé qué lucha de clases o razas, o demás polladas que ya habíamos superado entre todos hace años, y que lo único que consiguen en realidad es lo que intentan impedir, que es que nos miremos y lo primero que tengamos en cuenta sean las diferencias físicas en lugar de las intelectuales.

Soy una persona a la que le suda muchísimo la raza, sexo, ideología y religión de los que me rodean, porque esas cosas son suyas y de nadie más y, por definición, no deben importarme una mierda siempre y cuando hagan lo mismo conmigo. E, igual que yo, mucha gente hace lo mismo. El problema es que en muchos casos no es recíproco, y si se nos ocurre ridiculizar o reírnos sobre lo que nos venga en gana, libremente y sin señalar a nadie sino usando conceptos globales, en seguida salta la liebre y comienza la diversión para los que solo la encuentran en la destrucción de lo que usan de manera correcta la libertad, en lugar de mirarse al ombligo, comprender cuál es el motivo de esos chistes, y disfrutar de la vida. Si es que tienen vida o han sabido en algún momento disfrutarla. Porque es ridículo que los primeros que se colocan delante a la hora de atacar a un humorista, escritor o músico por sus letras sean los mismos que se les llena la boca hablando de libertad y grupos desfavorecidos, y demás palabras bonitas tan de moda en estos días, sin darse cuenta de que al mismo tiempo están ridiculizando y atacando a otro colectivo, consiguiendo que estos sean los nuevos desfavorecidos a lo que hay que ponerles cadenas a la hora de ser ellos mismos.

Es como un partido de tenis, solo que en lugar de una pelota aquí se juega con la libertad de unos y otros. Y sería mucho más fácil sacar dos pelotas.

Ayer leí en las redes que estos ofendidos luchadores de la moral lo que buscan en realidad es que el humor, y todo lo que ello conlleva, sea controlado por sus reglas y sus gustos, y que eso era igual que impedirnos ser felices y obligarnos a entregar nuestras vidas a una existencia marcada por la rectitud, la falta de crítica y, por último, la esclavitud de pensamiento. Y eso es sinónimo de dictadura. Por desgracia esta falta de inteligencia en cuanto al humor o, simplemente, a saber entender el motivo por el que un cómico o alguien por la calle con sus amigos se ríe o ridiculiza a quien le venga en gana, se está convirtiendo en el camino a seguir y a las prácticas que debemos adoptar para ser socialmente aceptados y así no caer en el saco de los machistas, homófobos, racistas, y todas esas etiquetas que tanto les gusta lanzar a ciegas a todos los que quieren que vivamos en una utopía ridícula basada en reglas más propias de la Santa Inquisición o la extrema derecha que de un sistema libre y entregado por completo al pueblo y a su bienestar, que prefiere tener salud y una seguridad económica antes que preocuparse por si alguien ha dicho un chiste de mal gusto o ha ridiculizado a un grupo de personas haciendo, en el proceso, felices gracias a la risa a otro grupo de personas.

El humor es como es sexo, hay tantos tipos, tantos gustos, tantas y tantas maneras de disfrutarlo que, por defecto y por el bien común, se deberían respetar todas y dejar tranquilos a los que hacen cosas que quizá a nosotros no nos gusten, porque si les atacamos y les tratamos de cambiar, si les impedimos ser felices con sus gustos ajenos a los nuestros y que no nos incumben, ¿quién nos garantiza que en algún momento ellos no harán lo mismo con nosotros?, ¿o acaso somos inmunes a que nos hiera lo que les lanzamos a los demás?

Y ahora, todos juntos, vamos a repetir algo que mucha gente hizo propio y que, por desgracia, se ha sacrificado por el bien de los que quieren que no seamos libres: Je Sui Charlie.