‘La calle del terror’, casquería juvenil versión Netflix

La calle del terror llega a Netflix. Esta miniserie, (o macropelícula, según te apetezca) nos traslada uno de los universos menos conocidos de R. L. Stine. Si además, por el camino, se homenajean las cintas de Slasher de las últimas décadas del siglo XX… ¿qué podría salir mal?

Netflix. La respuesta a que puede salir mal es: Netflix.

Pero ya ahondaré luego en eso.

Aquí en España, más para los amantes del terror y lo sobrenatural, no nos es desconocida la serie Pesadillas. Creo que sobran presentaciones, pero para los más jóvenes ya os aclaro que se trataba de una serie infantil de literatura de terror donde los protagonistas eran chicos jóvenes en diversos contextos de peligro sobrenatural; fantasmas, psicópatas, monstruos y demonios. Libros sencillos, amenos y sumamente divertidos.

Dicen un cliché que los porros son la antesala a drogas más duras, y R.L. Stine fue para muchos (donde me incluyo) la ventana por la que accedimos a Stephen King, Barker o Ketchum.

Fuera de Pesadillas, una de sus series ha sido La Calle del Terror; menos conocida en nuestro país, y donde el bueno de Stine desataba un horror más carnal, sangriento y cruel sobre sus protagonistas, que seguían siendo jóvenes que acababan de descubrir el after shave genital. Dicha saga se alejaba mucho más de lo sobrenatural para ir hacia thrillers oscuros de crímenes y homicidios, pero no se olvidaba de fantasmas y demonios, y prueba de ellos es la película que Netflix acaba de incorporar a su catálogo.

¿De qué va la historia?

Se dice que en Shadyside existe una maldición, y bueno… Que cada “x” años aparezca un tarado y monte una masacre no ayuda a los más escépticos a desmentirla. No queda ahí la cosa.

El pueblo parece albergar un profundo nihilismo que se contagia entre sus habitantes, que ven cómo los pueblos de alrededor prosperan mientras que el suyo se convierte en un basurero que impide prosperar a quien tiene la mala suerte de nacer allí.

Y todo esto, se remonta a la existencia de una bruja, Sarah Fair, a la que el pueblo condenó a la horca. Y antes de morir, la bruja dejó caer una maldición sobre la ciudad.

Ahora, cada cierto tiempo, una persona normal y corriente, generalmente de buen fondo, agarra un machete/hacha/cuchillo y lía una matanza de esas que harían sonreír al amigo leatherface.

Y en 1994 un grupo de jóvenes, nuestros protagonistas, serán los encargados de lidiar con las consecuencias de la maldición, la bruja, psicópatas zombies, y demás jolgorio homicida mientras van desentramando una historia que alberga tres etapas temporales distintas; su actualidad (1994), la de la última superviviente de una masacre (1978) y la de la misma Sarah Fair (1666), siguiendo la estela sangrienta que el paso del tiempo ha dejado sobre Shadyside.

Es un argumento que bebe sin disimulo del género slasher adolescente, con referencias que van desde Scream hasta Viernes 13. Referencias que se sienten orgullosas cómo tributos y no disimulan los orígenes de las tres películas que recorren su argumento.

Y así, y más escondido, tiene un cierto gusto a Nailbitter, la novela gráfica creada por Joshua Williamson y Mike Henderson que también trata sobre un poblado en el que proliferan los psyco-killer. Pero esto ya no sé si es simple coincidencia o algo realmente referenciado por los creadores de las películas, ya que, el estilo de los psicópatas, parecen cortados por tijeras similares en ambas obras.

¿Y merece la pena las tres cintas de La Calle del Terror?

Pues si eres fan del género de la casquería juvenil ya te voy diciendo que sí.

Nos encontramos con un argumento interesante que se va desenvolviendo poco a poco, con unos personajes bien interpretados, un ritmo de tensión muy bien llevado, y que no se corta en el gore a la hora de mostrar sus cartas.

Leigh Janiak es la encargada de dirigir dicha trilogía sobre la bruja de Shadyside, y demuestra tener bastante buen pulso a la hora de crear un producto divertido y, a ratos, de gran calidad. Un producto que por desgracia comienza a desinflarse en el último tramo; no tanto por argumento sino por un ritmo que se vuelve frenético cuando ha sabido cocerse a fuego lento sin llegar a aburrir durante las dos primeras partes.

No es una cinta exenta de fallos, y a ese tramo final más desaprovechado se le suman algunos problemas de fotografía. La segunda cinta, que para mi gusto es la mejor, tiene partes que adolecen de una oscuridad casi infranqueable. Literalmente, no se ve un carajo de lo que sucede en pantalla. Y entiendo que es un recurso bastante resultón a la hora de causar suspense, pero puede tener el problema de desubicar al espectador si no se monta adecuadamente.

Por otro lado, y volviendo al inicio de esta reseña… Netflix.

Una cinta contenida.

Netflix tiene un cacao curioso de producciones. Da coraje cuando ve que da de lleno en algo que realmente mola, cómo es el caso, y sientes que la directora tiene que hacer malabares con un presupuesto medio despilfarrado en doscientos proyectos a paralelos. Es el caso de la “oscuridad impenetrable” de algunos momentos, donde uno se pregunta si tendrá que ver con problemas presupuestarios y con una forma de mostrar “menos” de lo que se debería.

O, simplemente, tener que dar las gracias de que las tres cintas de La Calle del Terror conformen una trilogía autoconclusiva, y no una serie. Estaríamos ahora con los dedos cruzados para Netflix no la cancelara en uno de sus arrebatos.

Por otro lado, la productora también tiene demasiadas propuestas a sus espaldas con intenciones muy buenazas, algunas de gran calidad, pero que coartan la creatividad de sus autores cuando se introduce a martillazos donde no se necesita.

Si hay algo que mola del género slasher es su descaro. ¡Que menos cuando estás viendo cómo descuartizan a hachazos al tonto del barrio! Es un género que se llena de clichés y de estereotipos para que no tenga que preocuparse de presentarlos adecuadamente. ¡Ya los conoces! El tontaco, la intelectual, el atleta, la chica dulce, la animadora… Los has visto una y mil veces, y así podemos ir rápido al grano, o más bien, a desgranar a nuestros protagonistas.

En cuanto a La Calle del Terror, busca profundizar en ellos, algo que le sienta bastante bien, pero que se maniata rápidamente para, en vez de darnos personajes realmente tridimensionales, darnos otros clichés, los de Netflix.

¡Y no me importa! La verdad es que la cinta se disfruta bastante bien, pero este pastel de formas en la que la productora tiene que meter, obligatoriamente y en cada uno de sus productos, una crítica social sobre colectivos y prejuicios, hace que la cinta se olvide rápidamente de lo que debe ser.

Se siente contenida y sus guionistas forzados a disimular la obligación de la productora a ahondar en temas que la cinta no necesita o que podrían haberse jugado de formas más naturalizadas. Hace que la película se sienta maniatada. Algo macarra y descarado pierde esencia cuando se doméstica, y el género slasher nunca supo dar la patita.