Debido a lo que algunos políticos con el cerebro podrido denominan “un espectáculo maravilloso”, estamos siendo testigos de una serie de artículos y reportajes en los que varios “profesionales” se han olvidado de las desgracias que hay detrás del volcán de La Palma, tras los que graban sus cámaras y escriben sus plumas.
Solamente son capaces de ver aplausos y likes, lectores y admiradores, antes que la verdadera tristeza y angustia que muchas personas inocentes y, a estas alturas, desesperadas están viviendo; y eso es una vergüenza.
Ninguno de los charlatanes se han parado ni un segundo a ponerse en el puesto de aquellos que lloran por teléfono tratando de explicar a sus seres queridos que todo cuanto tenían, todo cuanto habían poseído alguna vez, estaba siendo pasto de ríos de lava e incendios imposibles de apagar.
Miles de familias se han encontrado de la noche a la mañana con sus posesiones reducidas a lo que hayan podido meter dentro de una maleta, bolsa, mochila o maletero del coche, habiendo tenido que escoger sin pensar, llevados por ese instinto de supervivencia que todos poseemos, qué era realmente importante en su vida y qué no.
¿Qué recuerdo, cuadro, libro u objeto valía tanto la pena como para pensar en él antes que en el resto?, ¿antes tu animal de compañía o tu cartilla de ahorros?, ¿el álbum de boda o la planta que lleva contigo desde el piso de soltero?, ¿el armario de la ropa o el de la vajilla? ¿La abuela o tu hijo?
Muchas preguntas y poco interés por parte de la ciudadanía de comprenderlas o siquiera planteárnoslas.
La velocidad a la que debió de ir el cerebro de los afectados, que apenas recibirán 15.000 euros por parte de nuestro gobierno (el mismo que regaló 53 millones a una aerolínea), no creo que ninguno de nosotros, suertudos que no vivíamos allí, querríamos siquiera imaginárnoslo, porque el sufrimiento es algo en lo que sólo pensamos cuando no nos llega, cuando está lejos; cuando el que lo abraza es alguien que no nos atañe y, por ello, nos sentimos de pronto libres de decir tontadas sin sentido por redes, en lugar de hacer algo al respecto o al menos no ser unos malditos hipócritas buscadores de nuevos seguidores.
La humanidad que antaño nos definía es hoy un mal chiste, una rampa cubierta de óxido por la que bajamos orgullosos de haberla construido con poco esfuerzo y demasiada indiferencia. Pero nadie dice nada sobre ello ni ayuda ni llora de verdad.
Nadie se atreve siquiera a levantar una mano en favor de víctimas sin la seguridad de recibir algo a cambio después de hacerlo.
No hay manifestaciones o quejas o post por redes sociales que propongan ayudas o aprieten al gobierno porque, por supuesto, lo primero es el postureo y después, muy alejado y a poder ser casi invisible, la verdad sobre nuestra moralidad.
¿Qué es indispensable en vuestra vida?: el amor al prójimo.
¿Dónde podemos encontrarlo?, pues ¿habéis mirado en ese cajón donde no dejáis de rascaros la entrepierna sin disimular?