‘Bestiario Secreto De Niñas Malas’ de M. Cameros y G. Larralde

La guardería sin roles de género

por Martina Deschamps

Horas después de limpiarnos el maquillaje y apurar los últimos canapés de la Nochevieja, continuamos la rutina de Año Nuevo buscando regalos para madres, parejas, novios, porque no sabemos qué regalar en Reyes. Entre quienes se debaten por una smartbox o un libro, deberían considerar el último porque siempre lo podrán compartir con los pequeños de la casa, sobre todo si todavía los tienen que dormir con cuentos. En lugar de un Dickens, un Grimm o un Perrault, tiremos por algo menos clásico: Bestiario secreto de niñas malas (Editorial Destino & Juvenil) me ha hecho recordar lo bestia que fui en mi infancia.

Una niña tímida, pero bestia también, como las que retratan Myriam Cameros Sierra y Gabriela Larralde, crías a las que les importan una higa lo que piensen de ellas, poco interesadas en peinarse con trenzas o competir con sus juegos de cocinas por la mejor tarta en papel. Es lógico que cuando las pequeñas heroínas independientes crezcan, dejen de lado ¿Puedo mirar tu pañal? (Guido van Genechten), y pidan que las acunen con Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes: 100 historias de mujeres extraordinarias (Elena Favilli y Francesca Cavallo) antes de irse a dormir, y que en un alarde de cólera sigan las instrucciones creativas de Keri Smith y hagan lo que les pide: Destroza este diario.

Nunca tuve claro el origen de la bestialidad femenina en la guardería, porque a simple vista cuando tienes menos años que dedos en una mano todo es como tiene que ser: absolutamente normal. Es la ventaja de no tener referencias previas del mundo, que no podía juzgar aunque me juzgaran, y con el Bestiario me pasa lo contrario: ahora sí llevo una buena mochila de experiencias y los perfiles de las bestias retratadas me han hecho volver en flashback a mi realidad infantil, cuando era arrastrada por el pasillo porque no compartía un juguete, mataba moscas en el ventana con el garrote del abuelo, o le arrancaba un bolsillo al vestido de mi abuela por no dejarme agitar la bola de nieve navideña que había en su habitación. Poco después de concluir la primera infancia empecé a hacer palotes con esos trazos de psicópata presidiario tan típicos en la tierna caligrafía infantil. Con el tiempo he logrado camuflar mi letra en una especie de código morse de barras y puntos.

Algo de mí está presente en el Bestiario secreto de niñas malas, mi espíritu sigue vivo en esas páginas. Creo que el Bestiario está dirigido más a los progenitores –antiguas bestias– que a las niñas de la misma edad que las protagonistas, que no podrán dormirse pensando en cómo emular las anécdotas de las retratadas. Como el Bestiario se lo tendrán que leer en voz alta sus cuidadores, el libro también ayudará a liberarse a los adultos atribulados con algún trauma infantil, quitando hierro a sus complejillos freudianos.

Observo a todos los que vamos en el metro, encadenados a las pequeñas pantallas de nuestros móviles-tamagotchis, y me pregunto cuántos de ellos también pintaban en las paredes de casa, o robaban las mascotas de los vecinos, o saltaban por el salón atados a las lianas hechas con cinturones de batas. Me llevaría un Bestiario secreto de niñas malas a casa para leerlo en familia, entre otras cosas porque los desafíos que no completé se los propuse a mis hijos y seguramente se verán reconocidos en las historias de Zuri, Sheila o Sabela.

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