Berna González Harbour, autora de ‘El Pozo’

“No quiero negarles la capacidad intelectual a las Barbies recauchutadas de la televisión, pero muchas parecen cortadas por un mismo patrón”

El periodismo, la mejor profesión del mundo, tiene la reputación por los suelos gracias a los mandamientos SEO y a la conversión de titulares de impacto por copywriting de marcas. Berna González Harbour, Premio Dashiel Hammet 2020 de la Semana Negra de Gijón, comparte con los días y las noches de una investigación policial sobre una menor desaparecida.

Por la mañana te levantas con unos valores a vivir, y por la noche debes acostarte con la conciencia tranquila de haber respetado ese mínimo para estar a gusto con un@ mism@.

El Pozo es la metáfora de nuestras vidas, del límite ético con el que narrar la historia de otros sin convertirla en carnaza de sobremesa y late night. El mundo no se divide en buenos y en malos, sino en gente decente y los que no lo son. Berna González Harbour responde a nuestras preguntas sobre su última novela, El Pozo.

En estos días en que los bachilleres se enfrentan a la EBAU, ¿cómo les dirías que el Periodismo es casi un dogma de fe?

El periodismo es una vocación muy potente que, si de verdad se tiene, no se debe eludir. El camino será difícil, complicadísimo, las zancadillas, precariedad y dificultades estarán ahí. Pero al final es la mejor profesión del mundo, tal vez por esa fe interior que te tiene que acompañar e impulsar.

En el libro se debate el tener qué comer y a la vez mantener la decencia profesional. ¿Se pueden separar la ética y las cifras de audiencia?

La ética no debe separarse jamás de las decisiones, nunca.

La historia de un menor atrapado en un pozo saca de nuestro interior el instinto de protección. Salen a colación casos como la niña del Nevado del Ruiz (años ochenta) y el último caso de un niño sepultado en un pozo en 2019 en España. ¿Por qué somos tan vulnerables a que la historia se convierta en carnaza?

Hay algo en las tragedias humanas que nos afecta, nos atañe, nos conmueve y eso es natural. Ocurre estos días con las niñas de Tenerife. Nuestra labor es que no sea carnaza, alimento de entretenimiento, sino que nos aproximemos a ello con sensibilidad y rigor.

Los breves capítulos de la niña se devoran con más avidez que el resto de la historia. ¿Nos aferramos a un clavo ardiendo?

La esperanza nos mueve, nos empuja hacia la vida y nos hace huir de la muerte. Nos salva.

La falta de dignidad al contar la historia de otros y la inexactitud en los términos legales es una lacra que campa a sus anchas en las pantallas de televisión. ¿Se deberían endurecer las medidas para no emitir con tantísimos errores? No me refiero a la ofensa al honor, sino a ese “presuntamente detenido”, que aparece en el libro.

Las televisiones deben hacérselo mirar. Convertir una tragedia en entretenimiento nacional dice poco de algunas de ellas y de nosotros como sociedad.

Es difícil tomar la perspectiva para escribir un libro como éste, después de haber estado sometida a ese periodismo de los picos de audiencia, que es tan potente como esnifar una raya de cocaína y tan efímero como que una crónica sustituye a la anterior. ¿Cómo has conseguido que no se sienta ese aire de revancha?

He intentado hacer una autocrítica honesta que ha acabado siendo un homenaje al buen periodismo. ¿Cómo? Tal vez con la receta básica de amor a la literatura y a la profesión y de rabia ante lo que no va bien.

Esas Barbies recauchutadas tipo Melania recuerdan al escándalo de la cadena Fox. ¿Alguien se acuerda de ellas, o sólo son momentáneas fuentes de placer -masculino-?

No quiero negarles la capacidad intelectual, sería injusto hacerlo. La sospecha se cierne cuando muchas parecen cortadas por un mismo patrón y se niega la representación de los cuerpos imperfectos.

El libro reconoce la labor de los cameramen frente a los plumillas. Los cámaras de televisión o los fotógrafos, los auténticos autores de la noticia, con más experiencia que Carracuca, siempre deciden quedarse fuera de la noticia, lo que contribuye a su leyenda. ¿Por qué los plumillas se empeñan tanto en querer ser protagonistas?

El ego es un veneno en todas las profesiones y en periodismo y literatura, que son las que conozco, diría que aún más. Los periodistas que se cuentan a sí mismos en lugar de la realidad se equivocan.

Las pseudo modelos al pie del cañón, a la espera de casarse con el portero de la Selección de fútbol, son la viva representación del machismo en los medios. ¿Cómo luchar contra esa discriminación? 

No puedo sumarme a esa afirmación. En todo caso para luchar: valores, valores, valores, dignidad, autoestima y el norte muy claro. Y aun así, muchas veces perderemos.

El caso paralelo, ¿es otro juicio de opinión? ¿Son los prejuicios de los jurados los que condenan a cualquier reo?

El jurado popular en El Pozo representa la capacidad popular de enjuiciar y condenar sin el conocimiento suficiente. La sociedad está juzgando a los padres de la niña caída en el pozo y una representación de ella está juzgando y sentenciando a ese chico acusado. Es así.

¿Votar “culpable” como jurado para que condenen a un rico es más políticamente correcto que si el acusado fuera pobre?

Parece que seguir la corriente se impone, seas rico o pobre.

Para la madre de la protagonista, su hija es un fracaso. ¿Cuándo se reconocerá la plenitud de una mujer sola?

La madre de Greta quisiera que ella hubiera hecho unas oposiciones, aunque a escondidas la ve en televisión.  Cualquier otra cosa le parece minucia. El padre reniega de ella por no realizar lo que considera verdadero periodismo. ¡Cuántos padres hay así! Aunque sea duro para ellos, cada uno debe seguir su camino.