Reflexiones desde mi espejo

Blog de Opinión

Manuel Gris

Aplaudid Focas, aplaudid

Aplaudid focas, aplaudid

Solo hay un tonto mayor que aquel que se hace pasar por listo, y es el que le aplaude, le da de comer, e incluso hace creer a los demás que el señalado es un listo imperdible.

Esos adoradores de falsos ídolos son la mayor plaga que existe dentro del mundo artístico actual.

Normalmente la raza humana ha necesitado siempre alguien que señale el camino a seguir, por supervivencia o por simple comodidad o falta de conocimientos, pero cuando esta guía se traspasa al ámbito cultural, a algo que debe forjarse libremente durante años de autoconocimiento, es cuando el problema de base crece hasta volverse completamente insoportable, porque lleva al grupo a ir en masa y sin mirar en dirección a lo que creen que necesitan querer para sentirse bien, para ser felices; para que los demás les miren.

El libre albedrío en los gustos es algo tan mal visto que es fácil que solo por eso la gente te tache de raro o extraño, que te aparten porque no sonríes y te haces pajas delante del supuesto gran músico o del recitador de turno, pero es algo con lo que deberíamos ser capaces de luchar sin miedo, aunque solo sea por respeto a la persona que más debemos tener en cuenta del mundo: nosotros mismos.

Solo hay un tonto mayor que aquel que se hace pasar por listo, y es el que le aplaude, le da de comer, e incluso hace creer a los demás que el señalado es un listo imperdible.

Hace poco un amigo me recordó las palabras de un irrepetible hombre: el intelectual es el que dice una cosa simple de un modo complicado; el artista es el que dice una cosa complicada de un modo simple. Es algo que debería grabarse a fuego en la mente de todo el mundo, porque entonces serían capaces de saber diferenciar entre alguien que es, o la mayoría de veces va, de lista y usa palabras rebuscadas y sin sentido para poner a prueba el conocimiento del lector sobre su idioma, pero que en cuanto se entra por completo en su escritura se descubre que no es más que un vendedor de esos ambulantes de placebos, de alguien que verdaderamente sabe explicar, sabe decir y contar, y sobre todo respeta al oyente y sus motivos de recibir una historia: para crecer como persona, pensar de un modo diferente, y no malgastar aplausos con alguien que los ansia como un hambriento un mendrugo de pan.

Los que dan de comer, y animan a los demás para que les acompañen, a los falsos escritores, a los falsos intelectuales, no son, la mayoría de veces, simples tontos que no saben diferencias la Nocilla de la diarrea de nutria, sino personas que prefieren no estar solas delante de esos profetas que necesitan que suban al pulpito para, de algún modo, sentirse ellos mismos también allá arriba queridos, amados, respetados y, quizá también, con algo de valor dentro del mundo; un mundo que seguramente les ha dado tantas patadas debido a su inutilidad que, a estas alturas, deberían haber entendido ya la indirecta.

Por eso antes de confiar, antes de tirarse ciegamente de cabeza a una piscina que seguramente estará llena de canicas que habrán puesto los mismos que te hacen señales para que te lances, hay que recordar algo (que por la gran cantidad de hostias que me ha dado por confiar en quién no debía yo aprendí hace muchos años): lo que los demás digan no debe importarte más de lo que tú opines, porque si nadie quiere tirarse por el precipicio, ¿perderás la oportunidad solo porque vas a hacerlo solo?

Y no sabéis (aunque espero que sí) lo bien que sienta ver, mientras caes, que otros te pillan al vuelo. Entonces con sinceridad puedes sonreírles y decirle:

Joder, ¿a que es bueno?

Y ellos te contestarán:

Siempre lo supe, pero jamás me atreví.