‘Venganza bajo cero’, un thriller de humor negro y sangre coagulada

‘Venganza bajo cero’, un thriller de humor negro y sangre coagulada

El malentendido con el cártel drogata de los indios en Kehoe (Colorado) hace que “Cold Pursuit” derive al sarcasmo de Kingsman Servicio Secreto, pero sin el gracejo de Taron Egerton ni el arte ejecutor de Uma Thurman en Kill Bill. Liam Neeson, digno y eficaz como siempre. Laura Dern — a la espera de verla en la segunda temporada de Big Little Lies —, demasiado grande para un papel tan pequeño.

por Rosa Panadero

No diría que el humor negro le quite dramatismo a  Venganza bajo cero, pero hubiera preferido algo más de seriedad, más que nada porque no marida bien con la cara de pinzamiento emocional de Liam Neeson buscando – ¿lo adivinas? – venganza. No obstante, le quita dureza a algunas escenas para que las que hubiera sido mejor no haber desayunado opíparamente para sentarse hora y media en la butaca, porque la sangre era más espesa que los sobrecitos de kétchup caducado.

Siempre se dijo que las madres son más sanguinarias que las peleas de gallinas, y sí, estoy de acuerdo en la pasión maternal de algunas madres defendiendo a sus rorros en público, pero algunos papis también lo hacen genial, en especial si son metódicos y fríos.

No se le supone tanta organización a un conductor de quitanieves en Denver, pero a lo mejor no encontró un trabajo a su medida intelectual y por eso se dedicó a la nieve, que hay mucha en Kehoe, allá por las Montañas Rocosas.

Mientras la ciclogénesis nos ha devuelto a los jerséis y los abrigos para el solsticio de verano en la Península, en Kehoe y alrededores hay nieve para aburrir, incluso ahora, cuando el deshielo se pone tan bonito como en el nacimiento de los ositos Jackie y Nucka, aunque con tantos peligros por los desprendimientos de rocas y las avalanchas que la carrera de las Cincuenta Millas de San Juan se cancela (lo que cuenta Out There Colorado, por si te apetece cruzar el charco para tirarte ladera abajo con los grizzlies detrás).

Volviendo a la película, no hay nada tan bonito y conmovedor que, en medio de la ventisca, enterrar a tu hijo asesinado por un cártel de la fariña más blanca que los copos que cubrían el camposanto. Lo demás es pin pan y pin pan, empezar por la cadena de mando desde abajo y subir. Es interesante ver lo fácil que es enrollar un cadáver congelado en mallazo de gallinero, así cualquiera se deshace de un fiambre.

Hasta que el malentendido con el cártel drogata de los indios hace que la cosa se le vaya de las manos a cualquiera. En plan violencia asesina, nada como Kill Bill con Uma Thurman a las órdenes de Tarantino, pero aquí no se llega a pergeñar un personaje de mujer homicida porque hasta la esposa se larga dejando una nota en blanco. No se sabe si es por la nieve o porque no tiene nada que decirle al marido quitanieves. Me inclino por lo segundo, pero queda en el aire dónde se marcha.

Deja un poso de racismo la ridiculización de los indios jugando en el níveo paraje, pero tan dueños y señores de la droga como los blancos que gestionan el otro cártel, el que se cargó al hijo del protagonista, pero es lo que hay cuando se toma una historia noruega para inspirarse, se filma en Alberta (Canadá) y se dice que sucede en las Montañas Rocosas. Y además llega a las pantallas dos años y medio después de terminar el rodaje, y nada menos que en el mes de julio. Vamos, que cuadra más la ciclogénesis con la que iniciamos el verano. Lo que hay que ver.