Esther Acebo (Evelyn) nos hace contener el aliento, Bernabé Fernández (Adam) inspira un compasivo “ánimo, tú puedes”, que le diríamos a un crío desanimado, y el contrapunto de realidad corre a cargo de Chema Coloma (Phil) y Lluvia Rojo (Jenny), que nos acercan a ese cuñado satisfecho con cumplir con los ritos de la mediocridad y a la mujer dependiente emocional e insegura que sabe que se está perdiendo algo.
Este “The Shape of Things” de Neil LaBute, que dirige Andrés Rus en un texto adaptado por Elda García-Posada, trae a mis oídos el tarareo de Ed Sheeran y su “Shape of You”.
Y al final siempre es una cuestión de formas, desde el protocolo social hasta las relaciones interpersonales más íntimas. Podría tratarse de relaciones honestas, pero de honestidad no va esta pieza teatral, más bien de la cultura intoxicante de las apariencias: el más Pinocho triunfa.
¿Te suena a soñar con triunfar como influencer?
Pues cronológicamente no era esa la idea, porque Neil LaBute estrenó esta obra en el Almeida Theater en 2001 y la llevó al cine en 2003. Sirva de contexto que para ver el derrumbe de las Torres Gemelas se encendía el televisor porque los móviles no mostraban reels todavía.
Aun así, el texto ha madurado como un buen vino en barrica de roble y es tan actual como hace dos décadas. Y es que la manipulación emocional está a la orden del día, aunque no se califique como luz de gas cuando se ejerce desde el personaje femenino al masculino.
Si éticamente el fin no justifica los medios, mal que le pese al príncipe Maquiavelo, la cosa cambia si ese objetivo lo decidimos para divertirnos a costa de otros.
Y es que el proverbio “pueblo chico, infierno grande” calca el inmenso vacío de la soledad en una llanura inmensa de los Estados Unidos, con una pequeña ciudad universitaria rodeada del hastío y el aburrimiento, como el lugar perfecto para no llegar a ser nadie, a menos que desafíes a la vida a costa de la existencia de otros.
Un tema muy actual
“Una cuestión de formas” no vende lo de irse a Nueva York para auto explorarse y triunfar —un cliché fácil para los personajes de las series The Morning Show (Apple), Sexo en Nueva York (HBO) o The Newsroom (HBO)—, sino cambiar la realidad desde abajo. Y ya se sabe, si quieres cambiar el mundo, empieza por cambiarte a ti mismo. O a dejar que te cambien. Nada como un sucedáneo de amor sensual para convencerte de que eres el rey en el salto del tigre.
Así que cuando Evelyn va transformando a Adam para, aparentemente, mejorar, le genera un doble sentimiento. Su atractivo al descubierto le insufla autoconfianza, aunque Adam siga acobardado si no agrada a su rompedora pareja y a la vez a sus amigos.
No hay nada como ir al gimnasio y ponerse cachas para ver a Henry Cavill en el reflejo del espejo. La envidia sana que genera Adam con sus nuevos looks no hace más que despertar en su amigo Phil la alerta de que esos cambios no son naturales, por mucho que le queden bien.
Y mientras cada personaje va dejando trazas en el escenario de su agenda oculta, el final más inesperado está todavía por llegar. Evelyn se revela como la artista performance que es y con la soledad que supone el éxito, mientras que Adam, Phil y Jenny tienen que afrontar su huida del miedo a ser quien son, o hundirse en su aparente rol de comparsas de los demás.