Tindersticks en el Palau de la música catalana

Tindersticks son ya unos clásicos contemporáneos, el equivalente al malogrado Scott Walker para la generación indie.

Empezaron su andadura en 1991, dos años antes de debutar discográficamente con «Tindersticks I», álbum en el que ya mostraron muchos de los rasgos distintivos que han marcaron su trayectoria.

Con arreglos de y para sibaritas y la voz de barítono de Stuart Staples, sus canciones se lanzaban por las sendas de Gainsbourg y Hazlewood.

Al frente, un crooner distinguido para los momentos melancólicos y dándole cobertura, una ristra de de instrumentos que flotaban o lloraban -violines, carillón, trompeta, vibráfono, órgano Hammond…-.

Del excelso pop de cámara de sus primeros tres álbumes, recibidos por la crítica con los brazos abiertos, pasaron a arrimarse al soul con «Simple Pleasure» (1999) y «Can Our Love…» (2001), demostrando a los escépticos que también sabían mantener el listón muy alto cuando aligeraban el equipaje y que su libro de estilo no era tan estático como les achacaban.

En un comunicado sobre su inminente álbum, la banda comenta que “todas las canciones han seguido su propio camino para ser acabadas y llegar a su lugar en el disco. ‘Falling, The Light’ empezó su vida con Dan al piano (en referencia al pianista de la formación, Dan McKinna), pero eso fue solo el comienzo de su viaje musical. Poco a poco encontró su sonido y equilibrio de una manera extraña y hermosa. Las palabras fueron escritas rápidamente en un tren Southeastern durante una visita de regreso a Londres, con todos los recuerdos que guarda esa ciudad. Si bien gran parte del álbum es agitada y lucha por hacerse entender, ‘Falling, The Light’ es un rincón tranquilo de algún tipo de consuelo y calma”.