Brady Corbet y Adrien Brody construyen un nuevo -y magistral- capítulo de la antihistoria de los Estados Unidos
La más reciente obra de Brady Corbet (Arizona, 1988), The Brutalist, es un monumental ejercicio cinematográfico que en forma de falso biopic sobre un arquitecto judío nos relata un capítulo más de la falsa fábula del inmigrante y el sueño americano.
Enmarcada en la posguerra y las consecuencias del Holocausto; el filme arranca con un barco de migrantes europeos que llegan a Nueva York huyendo de los escombros y con el objetivo de construir una nueva vida -e identidad-, pero no lo hace como cualquier otra película de época donde Liberty Island brilla y su dama sonríe. La obra nos presenta la mirada de László Toth (enorme Adrien Brody), un arquitecto brutalista de la Bahaus y superviviente del horror nazi, que de la misma manera que el joven Vito Corleone en El Padrino II, funde su estilo y carácter con la promesa del sueño americano.
Los escombros del sueño americano
The Brutalist usa el falso biopic para construir la historia monumental de un genio, pero deformándola en la desgarradora vida de un cualquiera; el glamour se vuelve escombros en segundos durante todo el filme. Está más cerca de El irlandés que de Goodfellas por hablar en términos scorsesianos.
Como ya he señalado, la historia abre con unos primeros diez minutos para la historia del cine que terminan con la Estatua de la Libertad boca abajo y con un estruendo que sirve de antesala a una de las bandas sonoras que mejor acompañan al sonido de una historia en años (cortesía de Daniel Blumberg). Desde ese momento sabemos que The Brutalist es cine con mayúsculas, de los que se escriben a futuro y suenan a pasados que no volverán.
La cinta dura 220 minutos y está separada en dos partes (y un epílogo) a través del injustamente olvidado intermedio. Este descansillo de 15 minutos prepara al espectador para ver cómo todo lo construido en su primera parte puede caer de la peor forma posible. Ya cayó Europa, la hermosa Budapest, millones de familias y billones de sueños; «Torres más altas han caído» es la frase relamida que sirve de consuelo de lo que han perdido poco.
Sin embargo, en las almas europeas llenas de heridas, los páramos del Atlántico norteamericano eran sitios perfectos para construir una nueva vida, pues la de verdad les había sido arrebatada. Aquí es donde la película pone su énfasis. Los europeos -judíos y no judíos- y en general todos los inmigrantes que llegan a nuevo hogar no lo hacen en busca de una vida mejor: lo hacen en busca de reiniciar la partida, aún a sabiendas que eso es imposible. Sobre todo cuando «la tierra de las oportunidades» busca construir una identidad que nada tiene que ver con la única que tú conoces… Cuando en todo los inmensos edificios que rascan los cielos libres hay sangre inocente entre los escombros.
La identidad brutalista
Pero ¿por qué contar esto a través de un arquitecto brutalista que nunca existió? El brutalismo es un estilo arquitectónico que surgió a mediados del siglo XX, que caracterizado por el uso de hormigón expuesto, formas geométricas audaces y un enfoque en la funcionalidad sobre la ornamentación. Sus estructuras imponentes reflejan crudeza y honestidad, transmitiendo tanto fuerza como austeridad.
Y es en estos adjetivos donde Corbet y Adrien Brody construyen un protagonista para la historia. Un inmigrante judío que se sirve de la arquitectura brutalista para construir identidad en medio del desarraigo exigido por esos fantoches burgueses (liderados por un Guy Pearce descomunal), lobos con piel de cordero, que admiran su arte, pero odian su dolor y su acento.
Las líneas ásperas y funcionales que él propone para el encargo reflejan la estabilidad aparente del sueño americano y la falsa promesa de la familia feliz. Las estructuras de hormigón y acero son la resistencia necesaria para el trauma y los sacrificios constantes, pero exponen esas grietas invisibles e incómodas que reflejan el choque entre la ambición de la obra trascendente con la necesidad de reconstrucción de todos los que ya murieron.
László Toth es el reflejo de las heridas de los malamente romantizados migrantes que construyeron con sus escombros la identidad estadounidense, pero que incluso en sus obras dejaron plasmado el dolor de la guerra, de la pérdida y del robo de su esencia humana.
The Brutalist es una obra maestra, una película histórica que te regala la sensación de estar viendo cine fotograma a fotograma. Es difícil saber cuando estás viendo un filme perdurable en el tiempo, pero con la nueva película de Brady Corbet puedes apostar a lo seguro pues se construye en sus casi 4 horas de duración un impecable nuevo capítulo de la antihistoria del sueño americano. Los escombros de Pozos de Ambición (Paul Thomas Anderson, 2007) y la trilogía de El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972-1990) ahora tienen hermano arquitecto.
«Lo que importa no es el viaje; es el destino»