‘Prohibir la manzana y encontrar la serpiente’

Una aproximación crítica al feminismo de cuarta generación de Leyre Khyal y Un Tío Blanco Hetero

El feminismo no es el opio para las mujeres y los hombres no son el Joker de Gotham

por Martin Baker

Desde la manzana bíblica de Eva hasta la manzana Macintosh que inspiró a Steve Jobs no se había escrito ninguna reflexión tan lúcida sobre los géneros. Hay gurús que diseccionan la realidad en pocas palabras, como Arturo Pérez Reverte sobre la historia de España y Malcolm Gladwell hablando de las interacciones humanas en Talking to Strangers.

Al mismo nivel está el libro escrito a pachas por la antropóloga y sexóloga Leyre Khyal y el youtuber UTBH, encargados de desmontar los mitos del feminismo convertido en activismo organizado para destruir el presente.

Si piensa que ya lo sabe todo y no hay argumentos nuevos para discutir con la suegra en la sobremesa dominical, aquí encontrará tela para arrasar con sus contertulios.

Digamos que el matrimonio, desde que el hombre es hombre (y la mujer, mujer), equivale al intercambio de féminas que nutre las relaciones de parentesco y evita el incesto.

Sobre ese orden cultural se basa el patriarcado: una norma de fraternidad entre “brothers”, que no entre “sisters”. La cosa ha ido evolucionando, claro, y en Occidente vivimos el patriarcado de consentimiento y no el patriarcado de coacción como en Paquistán.

Así que, para empezar, para gustos los colores porque patriarcados hay muchos. De hecho, la violación es la antítesis del patriarcado, porque no respeta el pacto tácito entre caballeros para acceder a las mujeres, así que patriarcado 1, feminismo 0.

Para rizar el rizo de los patriarcas, sólo falta razonar cómo el capitalismo empoderó a la mujer, mal que le pese a algunas formaciones políticas.

La tesis es simple: la revolución industrial incorpora a la mujer en sus ciclos productivos alejándola de su función reproductiva en plan 24/7, concediéndole un mínimo equilibrio con el hombre.

Y claro, al abandonar estas su función de centinelas del patriarcado en el hogar, las cigüeñas empiezan a engrosar las filas del paro porque la tasa de natalidad inicia su caída.

Volvamos a la bíblica Eva

En este ensayo a cuatro manos sale a colación varias veces la antropóloga Camille Paglia: “Las mujeres lo tienen. Los hombres lo quieren. ¿Qué es?”

Realmente el quid de la cuestión radica en la manzana prohibida: el poder femenino. Todo lo prohibido se vuelve deseado. Y si la dueña de ese cuerpo también se apropia de su propia sexualidad, su poder se vuelve excesivo tanto para hombres como para mujeres porque vivimos en una sociedad de mediocres. No hay sororidad ante esa mujer.

Y mientras el feminismo cultural y el paradigma de la pureza social evolucionan en el movimiento #MeToo, el absurdo se instala entre nosotros, hasta el punto de que se prohíbe en los rodajes de Netflix que un@ mire más de cinco segundos a otr@ emplead@.

El “pánico social”, definido en 1972 como la reacción exagerada a una percepción falsa de amenaza, se materializa en manifas sacadas de contexto que nada tienen que ver con el juicio a Weinstein o La Manada.

Todo se despendola, porque de entrada, braman las feministas, existe una “plusvalía de género” que sólo disfrutan los hombres.

Lamentablemente, al aceptar ese axioma, el feminismo consiente de forma implícita que siempre precisará que el machismo tutele a las mujeres.

Al final se criminaliza al sexo fuerte al negársele el derecho a la presunción de inocencia, dinamitando el estado de Derecho porque las feministas se empeñan en que ser hombre es sinónimo de ser el Joker de Gotham.

Tampoco se cortan muchas feministas institucionales que viven a costa de subvenciones públicas, en reconocer que los hombres no pueden ser víctimas de violencia en el hogar.

La evolución al feminismo radical se pivota en los últimos años en el lesbianismo y el transgénero como estrategias políticas.

O eres activista o no eres. Aderezar el discurso del odio en las redes de la posverdad y la poscensura no podía ser más fácil: la solución se verá con “gafas rosas” y sin matices, porque de tanto generalizar las conductas, el feminismo se ha quedado sin argumentos para recrear su Edén imaginario repleto de jugosas manzanas al alcance de la mano, un paraíso por el que reptar eternamente.