Javier Cutanda

Nosferatu 2024: el vampiro que tenía más clase que sangre

Eggers nos sirve terror gourmet, pero ¿alguien pidió arte moderno en vez de sustos?

Cuando se anunció que Robert Eggers iba a resucitar a Nosferatu, el clásico del terror que prácticamente inventó el concepto de ‘vampiro aterrador’, todos pensamos lo mismo: “Esto va a ser una pasada o un desastre de campeonato”. Spoiler: no es ninguna de las dos cosas.

El tipo lo intenta, no hay duda. Le pone mimo, le pone estilo, le pone un filtro gótico que haría llorar de envidia a Tim Burton. Pero, al final, lo que tenemos es un cadáver exquisito. Literalmente. Una película que parece más interesada en posarse elegante en su propio ataúd que en darnos el terror visceral que el público estaba pidiendo a gritos.

Terror de postal vintage

Vamos a ponernos en situación. Thomas Hutter, un buenazo sin muchas luces, acepta un trabajo que consiste en visitar al Conde Orlok, un cliente tan siniestro que hasta la compañía de seguros de vida te diría que lo pienses dos veces antes de ir.

Hutter llega al castillo, y para su sorpresa (de nadie más), Orlok no solo es feo de cojones, sino que también tiene un hambre insaciable por los cuellos humanos. Pero aquí no termina la cosa: el Conde tiene planes para mudarse al pueblo de Hutter y montar su propio buffet libre de sangre. ¿Suena a película de miedo? Sí. ¿Da miedo? Eh… eso ya es otro tema.

Eggers, el rey del goticismo millennial

Si algo hay que reconocerle a Robert Eggers es que tiene un don: el tipo puede hacer que hasta una lámpara rota parezca arte contemporáneo. En Nosferatu, la atmósfera lo es todo. Cada plano está trabajado al detalle, cada sombra parece calculada con un compás y cada gota de sangre está ahí para recordarte que estás viendo algo importante.

Y luego está Lily-Rose Depp. Mira, yo era de los que pensaba que estaba en esto por el apellido, pero aquí se come la pantalla. Su personaje está loco, roto y perdido, y ella te lo hace sentir como si estuvieras en el infierno con ella. Su actuación es el latido que mantiene viva una película que, por momentos, se olvida de respirar.

Terror descafeinado, pero con espuma de diseño

Aquí viene el jarro de agua fría. ¿Dónde está el maldito miedo? ¿Dónde está la sensación de que el Conde Orlok puede colarse en tu habitación por la noche? Lo que tenemos aquí es una película que prefiere ser bonita antes que aterradora, como si Eggers se hubiese olvidado de que los vampiros no están para posar, sino para morder.

El ritmo es otro problema. Hay momentos en los que te dan ganas de gritarle a la pantalla: “¡Haz algo, Eggers!”. Es como si estuvieras viendo una obra de teatro experimental donde todo el mundo está demasiado ocupado siendo profundo para preocuparse por entretenerte.

Y luego está el tema de si esta película era necesaria. Spoiler: no lo era. Eggers lo intenta, pero lo único que consigue es recordarnos lo geniales que fueron Murnau y Herzog. Comparado con ellos, esto es como intentar hacer karaoke después de Freddie Mercury. No puedes ganar.

Un vampiro con más postureo que veneno

Nosferatu 2024 es como un restaurante de estrella Michelin: todo es precioso, todo es caro, y todo es un poco insípido. Robert Eggers se pasa tanto tiempo rindiendo homenaje al pasado que se olvida de darle vida al presente.

Si eres fan del terror artístico y no te importa sacrificar el miedo por una experiencia visual impresionante, adelante, dale una oportunidad. Pero si lo que quieres es salir del cine mirando por encima del hombro y cerrando las ventanas por la noche, mejor quédate con el original.

Eggers nos ha dado un vampiro con clase, sí, pero también con los colmillos limados. Y al final, un vampiro sin mordisco no es más que un tío pálido con demasiados problemas personales.