Mis 25 discos favoritos internacionales de 2025

Mientras que el año pasado no encontré tiempo para generar mis solicitadas (ja,ja,ja) listas de los 25 favoritos del año, tuve que reajustar ambas a 13 entradas para reducir el trabajo, este año me he vuelto a emocionar, sorprendentemente más con la internacional que con la nacional, y he recuperado los 25 comentarios por lista para mi propio uso y disfrute. Y espero que el de algunos pocos más.

Con un año en el que de nuevo las giras de estadios con sold-outs, prácticamente automáticos, han sido las noticias culturales más sonadas en los medios, lo de Bad Bunny no lo vamos a recordar pero ha sido histórico en el mundo entero, todavía hay quien es capaz de agradecer el sufrimiento de las colas virtuales, el estrés generado días anteriores con las consecuentes pesadillas relacionadas y la ansiedad inevitable que se crea en ese espacio virtual indefinido y multidimensional que es el acceso previo a la cola, para pagar una entrada de, como mínimo, 120 euros y ver a tu artista “fomorito” (palabro compuesto de FOMO y favorito) con suerte, por las pantallas del estadio. Un chollo. En breve tocará el sufrimiento de la gira de Rosalía.

Al final la industria le tenía que dar la vuelta a la falta de ventas físicas. Ahora el negocio está claramente en los directos y es ahí donde están moviéndose las cantidades más escandalosas de dinero. Antes eran los contratos discográficos, que algunos como C. Tangana o Rosalía han sabido volver a exprimir exageradamente, pero ahora el dinero de verdad, está en el caché de los artistas en directo cobrando barbaridades insultantes que se traducen en entradas inasumibles para muchos de los fans, aunque está claro que no para todos.

Un tema del que podríamos hablar largo y tendido, eso por no comentar el problema de los precios dinámicos, pero vamos a lo que vamos y entremos en la materia que realmente nos ha traído hasta aquí, la música grabada.

Como siempre, espero que disfrutéis leyendo la lista tanto como yo la he disfrutado confeccionando y que, en la medida de lo posible, os ayude a descubrir alguna banda, artista o personalidad de las que yo he considerado mis más destacables del año. Ya sea por no saber de ellas, porque se te haya escapado del radar por alguna razón, o simplemente por repasar mi laborioso trabajo, aquí va mi lista de favoritos..

Uno de los comebacks más reveladores, sorpresivos y urgentes del año ha sido, sin duda alguna, el de Lily Allen. En un momento en el que poco se contaba con ella y ante una escena actual que no acaba de reivindicar su figura como se merece, la Allen ataca a la yugular de su ex-pareja, David Harbour, quien ha sido acusado de acoso en el trabajo por Millie Bobby Brown, exponiendo sus últimos años de matrimonio como un calvario imposible del que finalmente se ha visto liberada. No es del todo un disco de despecho, pero sí uno de exposición máxima y desnudez extrema. Escrito y grabado en dos semanas, West End Girl nos muestra a la Allen más personal, juguetona, inquieta y fresca de los últimos años con una obra que es tan desgarradora como liberadora, y tan bailable como dolorosa. Pero por muy explícita que sea la Allen en su disco, por mucho que el storytelling de West End Girl sea tan preciso, cronológico, descorazonador e hiriente, o lo exagerado y mediático que haya sido el divorcio en que se basa (recordemos que Lily ya aireaba las lindezas de su matrimonio y posterior divorcio con su pareja anterior en su previo No Shame (Parlophone Records, 2018), la magia de la obra reside realmente en el aspecto musical y la personalidad y la frescura que desprenden las composiciones de la londinense. Si Charli XCX escribe a la Allen felicitándola por su nuevo disco, yo no podía ser menos. 

Admito haber sido uno de los primeros en criticar la falta de sangre y la linealidad en sus dos primeras mixtapes. Además tuve la mala suerte de verlo en su primera actuación en el Primavera Sound y me resultó tan insulsa, aburrida y olvidable como sus esfuerzos en estudio. Pero ha tenido que llegar su álbum debut oficial, Can’t Rush Greatness (Columbia, 2025), para callarme la boca de la manera más sencilla y eficaz, a base de temazos. Con una producción mucho más rica que de costumbre, una variación de formas e influencias mínima pero considerable para el estilo, y unas colaboraciones que brillan como el descomunal colgante que lleva Central Cee en portada, Can’t Rush Greatness me ha parecido la cumbre comercial de uno de los estilos más callejeros y underground de la actualidad, el infame UK drill. Siendo sinceros, estamos ante uno de los estilos menos adulterados y más auténticos de los fagocitados por la industria musical en las últimas décadas, y es precisamente ese punto de autenticidad (monotonía temática y musical) lo que lo hace tan atractivo y cercano a los más jóvenes. 21 Savage en GBP, Dave en CRG, Lil’ Durk en Truth In The Lies, Eskepta en Ten o Lil Baby en BAND4BAND, son nombres que cabría esperar en un tercer trabajo de Central Cee, ninguno sorprende y todos enriquecen sobremanera los momentos estelares del álbum, pero encontrarme con mi querida Young Miko en el que considero el mejor tema del álbum, Gata, es algo con lo que no contaba de ninguna de las maneras. ¿Uno de los reyes actuales de la imagen de la misoginia y la masculinidad tóxica en el mismo tema que una de las artistas lesbianas más importantes del momento?. El mundo está así de loco. Eso sí, el concierto de este año en el Primavera, tampoco mejoró excesivamente lo mostrado en la fatídica primera vez. Escenario más grande, fuegos artificiales y un colgante de la reina de Inglaterra plagado de diamantes, pero, sin duda, uno de los raperos más sosos y pasotas que he visto jamás sobre un escenario.

6 años después de su último disco, EP del 2024 mediante, Justin Vernon retoma su trabajo en el estudio bajo su alias más famoso y emocionante, firmando y produciendo un disco que funciona, al menos, en dos direcciones. Incluyendo ese EP de epatante desnudez editado en 2024 y llamado SABLE(Jagjaguwar, 2024), en el que Justin abrazaba su carácter más oscurantista, derrotista, depresivo, reflexivo y folk en concordancia con sus primeras obras, el disco se completa con nueve temas más que se añaden a los cuatro del EP componiendo un disco de poco más de cuarenta minutos, en el que nos encontramos con un Vernon renovado, revitalizado, repuesto y con el punto de mira fijado en el concepto de banda. Dejando claro que ni su primera parte es capaz de superar al disco que lo vio nacer, For Emma, Forever Ago (Jagjaguwar, 2008), ni su segunda parte capaz de mirarse a la misma altura que su tardía encarnación como cantante de R&B experimental, con 22, A MIllion (Jagjaguwar, 2016) siendo la piedra angular de su metamorfosis, es innegable que la capacidad de Bon Iver para reproducir y provocar emociones a través de sus composiciones, ya sea con la desnudez de la que hablaba en SABLE o con los incontables efectos aplicados a su voz en su vertiente más experimental, sigue tan intacta y tan única como siempre. Resaltar la colaboración de Dijon, quien ha sacado un disco a tener muy en cuenta este año (Baby, Warner Records / 2025), en Day One, y la de Danielle Haim, quien no ha acertado tanto como Dijon con el nuevo disco junto a sus hermanas (I Quit, Universal Music / 2025), en If Only I Could Wait.

Después de confirmarse como el regreso discográfico más sólido de la era dorada del brit-pop, algo que no ha conseguido Blur ni por asomo y a lo que tampoco apunta para nada el retorno de Pulp a los estudios de grabación con su recientemente estrenado More (Rough Trade, 2025), se puede decir que, la segunda etapa de los de Brett Anderson, comprendida entre 2013 y 2025, ha sido ya tan productiva, igualando el número de discos con los de su primera etapa comprendida entre 1993 y 2002, e incluso discutiblemente mejor si miramos la calidad de los discos en conjunto. Teniendo claro que ninguno de sus trabajos actuales va a superar a sus dos primeras obras maestras, Suede (Nude, 1993) y Dog Man Star (Nude, 1994), lo que sí que hay que tener muy presente con ellos, es que es justo después de aquel mítico Dog Man Star, donde la banda londinense ha decidido tomar el relevo para construir una nueva carrera. Eso ya sin comentar lo en forma y la solvencia que tienen sobre las tablas cada vez que se suben a un escenario. Su sonido oscuro y melancólico, rozando el post-punk y el gothic-rock de aires ochenteros (The Cure), y esa clase y señorío que evocan con su presencia, su experiencia y su estética, es muy difícil de superar. Si tu corazón no se llena de abrazable oscuridad con Trance State, es que lo perdiste por el camino de la vida. Deseando que llegue marzo para verlos en sala. La Razzmatazz de Barcelona ha sido la elegida y las entradas están agotadas desde los primeros días de su anuncio. 

El proyecto one-man-band del artista conocido como Draugveil, venido desde la mismísima República Checa, se ha convertido en el disco de black metalmás controvertido y polémico del año. Generando una corriente de memes en relación a su provocadora portada, sobretodo para los más puristas del género, una de las grandes bazas que ha sabido jugar a su favor el bueno de Draugveil,  ha sido la de  llevarse al terreno de la incertidumbre toda la especulación sobre su posible apoyo en la IA para realizar el arte del disco y, por ende, también trasladado a sus letras y su música. Draugveil ni desmiente, ni afirma nada relacionado con dichas polémicas, siendo su respuesta – Let people decide (que sea la gente quien decida) – . Pero detrás de todo eso, no seré yo quien os saque de dudas, y por lo que a mi respecta, si el trabajo de Draugveil no está comandado por una IA, algo que sería muy decepcionante, no puedo más que caer rendido a los pies de este chaval de poco más de veinte y su innata y desbordante creatividad, de la misma manera que alabo su indiscutiblemente brillante campaña de marketing. De lo que no hay duda, es que Cruel World Of Dreams and Fears son 30 minutos de pura intensidad black metal entendida desde la actitud más underground y lofi característica de bandas como los primeros Burzum o Darkthrone.  Draugveil toma las enseñanzas de la más pura esencia del sonido black metal y le da ese toque de personalidad único que entronca, en cierto modo, con los códigos emos más actuales, algo que sale a relucir sin complejos en sus letras. Quizás por eso, y por todo lo nombrado anteriormente, haya provocado tanto revuelo entre los más puristas del género produciendo un rechazo unilateral en esa obtusa sección de fans del estilo. Para el resto, Draugveil ha firmado uno de los mejores discos de metal del año y punto.

Don West es el hombre del momento, y si no lo es, debería serlo. Con una estética que mezcla el rollo dandy latino con el de surfero californiano, anclado en el pasado de la moda ochentera, su cuerpo esculpido en roca y su cara de adonis irresistible, marida con una voz de lo más seductora y atractiva y un estilo que eleva la palabra cool a un nuevo nivel de sofisticación. El australiano no tiene competición. Contra viento y marea, el tipo se mete en el soul de aires luminosos, románticos y estivales sin complejos para tomar el relevo de divas como nuestra (por que ella era de todos)  tristemente desaparecida Amy Winehouse. Después de un EP homónimo en 2024 que nos dejó a todos con los calzoncillos a la altura de los tobillos, West nos entrega un debut líquido, refinado, y sensual en el que nos pide, como su nombre bien indica, que le entreguemos todo nuestro amor. Si te atreves, te garantizo que no te podrás resistir a su delicado y arrebatador magnetismo. A mí, ya me tiene bien agarrado.

Si con su debut, Congregation (Music For Nations, 2022), ya pusieron las cartas sobre la mesa, y de qué manera, el cuarteto oscurantista de Manchesterllamado Witch Fever, vuelve para darnos el golpe de gracia con su recién estrenado FEVEREATEN (Music For Nations, 2025). Con algún que otro adelanto previo que ya indicaba un rumbo más siniestro, violento y pesado que lo mostrado en su debut, el punk metalizado de Witch Fever explota sin contención ni concesiones en temas tan adictivos como la inicial Dead To Me! o la machacante Drank the Sap. El legado de Black Sabbath está presente, no han podido escapar de la proximidad y la leyenda del gigante británico, pero está claro que más allá de esa escogida influencia, la personalidad de la banda es capaz de darle a la propuesta la suficiente autenticidad como para no ser comparada con nadie. Con temáticas que abordan problemas tan serios como la salud mental, la dominación patriarcal, el trauma religioso, la identidad de género o la autodestrucción humana, verlas en directo como teloneras de los también británicos Bush (a los que amo y sigo con locura desde su primera época) y Volbeat (a los que omití por el consciente rechazo que les tengo), fue toda una experiencia (anti-) religiosa. Con la vocalista y la bajista robándose el show en todo momento, la capacidad que tienen para combinar sus habilidades para la interpretación y su presencia sobre las tablas es tan imponente como arrebatadora, su calidad en el escenario es directamente proporcional a su embrujadora y atractiva personalidad como banda.

Si Witch Fever es la versión tenebrosa y áspera de la actual escena británica, The Last Dinner Party funciona como el reverso luminoso y cándido de esa misma escena en plena ebullición, pudiéndose posicionar ambas bandas dentro del mismo nicho por descabellado que parezca. Su debut titulado Prelude To Ecstasy (Universal Music, 2024), supuso una rampa de lanzamiento descomunal para convertirse en la next-big-thing gracias a la exagerada prensa inglesa, especialista en hinchar el hype de cualquier propuesta indie venida de tierras británicas. Justificado o no, poco ha tardado el quinteto londinense en aprovechar el tirón y meterse en el estudio para facturar su nuevo álbum From The Pyre (Universal Music, 2025). Reduciendo la pomposidad y el barroquismo con respecto a su primera referencia, sin dejar de lado los pianos y las cuerdas, la influencia más clara que veo en su nueva aventura musical, es la de Florence Welch y sus The Machine. Las acrobacias vocales de Abigail Morris y sus entonaciones a la hora de interpretar las canciones, remiten directamente a su compatriota, casualmente también ubicada en Londres. Ahora solamente nos falta escuchar una colaboración entre ellas, que sería lo más acertado. El próximo 11 de febrero las tendremos en Barcelona en su estreno en sala, después de su ya memorable concierto del Primavera Sound del 2024, agotando entradas de manera urgente y con unos precios bastante elevados para ser en sala. Esperemos que todo quede justificado, el precio y el hype, en su inminente visita a la ciudad Condal. 

Para una banda con una trilogía central imbatible, conformada por Wildlife (Many Hats, 2011), Rooms Of The House (Big Scary Monsters, 2014) y Tiny Dots(Big Scary Monsters, 2016), y espaciando la friolera de seis años entre su anterior y casi olvidable Panorama (Epitaph, 2019) y su último y analítico No One Was Driving The Car (Epitaph, 2025), teniendo en cuenta que la fiebre del emocore ha bajado considerablemente en los últimos cinco años, la jugada del quinteto de Michigan capitaneado por Jordan Dreyer ha sido la de sacarse un disco conceptual que afronta los riesgos para la integridad física de las personas, versus la inteligencia artificial y la robótica al servicio de la comodidad del humano. Como su título bien indica, el concepto del álbum surge a raíz de la frase pronunciada por un policía, que Jordan escucha en un momento dado, haciendo relación al accidente mortal en 2021 de un Tesla auto conducido por las carreteras de Texas. Con más de una hora de disertación sobre las nuevas tecnologías y la responsabilidad personal sobre las mismas, las líricas de Jordan funcionan como la conjunción perfecta entre la urgencia del progreso tecnológico y la necesaria y extensa reflexión sobre la misma. Sin necesidad de hacer sus canciones más accesibles que de costumbre y volviendo a esa extensión en las letras que te obligan a tenerlas delante para leerlas detenidamente, No One Was Driving The Car nos interpela directamente para ponernos en una situación de alarma y consciencia sobre el desbocado desarrollo tecnológico que estamos viviendo en la actualidad, con el que no todos nos sentimos seguros.

Quizás dentro de ese mismo saco del emo, aunque en una vertiente bastante más distante del post-hardcore, se sitúa la banda de Claudio Sánchez. Coheed And Cambria siempre han virado hacia el lado más clásico del metal y el rock progresivo, y su nuevo álbum se fija, de manera natural, en las mismas coordenadas que de costumbre. Para los que los conozcan de anteriores epopeyas espaciales, su nuevo disco recupera algunos de los momentos álgidos de su carrera desarrollando un trabajo que vuelve a contener parte de la historia iniciada por Claudio en sus primeras obras y diseminada por el camino en diversos cómics relacionados con su interminable saga The Amory Wars. Descrito por el propio Claudio como uno de sus álbumes más personales, anteponiendo su autodenominada crisis de la mediana edad al propio concepto del álbum, la banda sortea estilos, emociones y conceptos explotando sobremanera su faceta más accesible y técnica. Es precisamente la mezcla de esas dos habilidades, accesibilidad y técnica, lo que los ha hecho tan atractivos y originales a lo largo de los años y las que demostraron con creces en su último concierto celebrado en la sala Apolo de Barcelona hace tan solo unos meses.

A sus 44 años, la de Washington puede presumir de una carrera que ya la quisieran muchos. Nominada al Óscar, ganadora de once premios Grammy y de dos premios Emmy, Brandi Carlile es una de las voces más respetadas y veneradas de todo Estados Unidos. Con dos discos editados este mismo año, uno de ellos junto a su héroe de infancia Elton John, Who Believe In Angels (Mercury Records, 2025), el que nos ocupa es Returning To Myself (Interscope Records, 2025), un disco en el que perderse durante horas. Sin ser yo un fan incondicional de la de Ravensdale, mi enganche a su tintineo vocal comenzó en 2021 con In These Silent Days (Elektra Records), he de admitir que he sucumbido totalmente a su último disco. Lo que me encuentro entre manos con Returning To Myself es un disco atemporal, clásico, sin fisuras, plagado de hits y con una sensibilidad pop-rock imbatible. Deudora de leyendas folk como Judee Sill o Joni Mitchell (Joni), su manera de tratar el estilo (Returning To Myself) y la americana de raíces (You Without Me), se entrelaza de manera providencial con su pasión pop (A War With Time) y su indiscutible carácter rockero (Church & State). Pero a Brandi le da tiempo de todo en el disco, su inclinación por el gospel (A Woman Oversees) o su pasión por la épica grandilocuente (Human), también tienen su espacio en este pluscuamperfecto Returning To Myself. Os recomiendo la escucha del disco en Spotify donde podéis encontrar una versión del mismo en el que todas las canciones están presentadas por la propia Brandi. Ya tengo un nuevo objetivo en directo.

Desde que Paramore empezara a sufrir cruciales cambios de formación y más tarde de estilo, la faceta personal de su vocalista Hayley Williams ha ido cogiendo altura y protagonismo dejándonos una profusa creatividad en un espacio de tiempo muy reducido. Primero, un disco formado por tres EP’s de cinco canciones cada uno y casi una hora de duración, Petals For Armor (Atlantic Recordings, 2020). Y segundo, otro gestado tan sólo nueve meses después, con catorce canciones más y otros cincuenta minutos de duración, FLOWERS for VASES / descansos (Atlantic Recordings, 2021). Trabajos que la destaparon como una cantautora de lo más interesante y notable. Han tenido que pasar cuatro años desde aquella gloriosa gesta de la de Mississippi, para volver a meterse en el estudio y entregarnos una obra superior en todos los sentidos. Esta vez no son quince, sino veinte canciones las que completan el álbum Ego Death At A Bachelorette Party (Post Atlantic Records), y no es casi una hora de duración, sino que la pasa en más de cinco minutos. Resulta evidente que la calidad como letrista, intérprete y compositora de la Williams, se ha visto superada con creces en estos cuatro años. Obviamente que Hayley se fija en la auténticas reinas del indie noventero, a mi Liz Phair me viene muchas veces a la cabeza, pero tengo que admitir que, de la misma manera que su sonido y sus canciones me retrotraen a la década de los noventa, hay algo en ella que también me lleva a la actualidad de gente como Taylor Swift. Con la que por cierto colaboró en el tema Castles Crumbling de la regrabación del Speak Now (Taylor’s Version) en 2023. 

Con una portada de lo más molona y pintoresca, mi actual banda favorita de hardcore punk, con esos tintes metaleros marca de la casa, se pone las botas altas de skate para entregarnos su disco más estructurado, extenso (no llega a la media hora, como tiene que ser) y trabajado hasta la fecha con este …IS YOUR FRIEND (Epitaph, 2025). Está claro que Drain no están aquí para descubrirnos nada nuevo. El último disco del combo de Santa Cruz, que se apoya algo más en la pesadez que en las entregas anteriores, conforma su sonido con un cuerpo musical más crecido y definido. Pero de ninguna manera han dejado de lado sus frenéticos ritmazos de batería, sus exageradas tormentas de riffs rompe-huesos y su agresividad exacerbada. Simplemente está todo algo más medido, equilibrado y pulido que de costumbre. Un claro paso al frente del combo californiano con miras a convertirse en una banda más grande. Sin duda, el ahora trío capitaneado por el polivalente y polifacético Sammy Ciaramitaro a las vocales, es la banda del estilo más excitante del momento, con el permiso de los australianos Speed y su último EP titulado All My Angels (Flatspot Records, 2025), en el que la subida de nivel del quinteto es estratosférica. Con Turnstile repitiendo fórmula y Biohazard estrujando la suya hasta la extenuación, Drain son la opción más refrescante y potente que le puedas echar a tus necesitados oídos de un discazo de los de verdad.

Los que los amamos tanto como yo, desde sus inicios hasta que la muerte nos separe, ya echábamos de menos a la banda de Chris Hannah dándole caña al poder. Abanderados del punk canadiense, los de Manitoba siempre han ido por libre en todos los sentidos. Su sentimiento político, cada vez más acusado, y su conciencia histórica, cada vez más acusadora, les honra sobremanera, pero Propagandhi no entiende de tiempos, exigencias del mercado u obligaciones contractuales. Hannah y los suyos tienen que tener algo importante que decir para meterse en un estudio. Decirlo de una manera muy concreta y expresar musicalmente la idea con un nivel de exigencia, creatividad y frescura que haga que la historia no se vuelva a repetir, concepto por el que abogan en la mayoría de sus discos. Propagandhi es una banda que nunca mira hacia atrás, su objetivo es continuar creando alternativas y abriendo caminos en un estilo excesivamente encorsetado en la mayoría de los casos y del que ellos han hecho y siguen haciendo estandarte en sus valiosas obras de arte. No voy a negar que At Peace (Epitaph, 2025), deriva hacia canciones más rockeras, dejando la velocidad y la agresividad del punk a un lado en varias ocasiones, consiguiendo una atmósfera más reposada y reflexiva, pero hasta en esos momentos en los que se pueden acercar a bandas como The Cure, no se han pasado al gothic-rock ni al post-punk, no os preocupéis, les sale la jugada perfecta.   

Como si no hubiera pasado más de una década desde el insuperable Cerulean Salt (Don Giovanni Records, 2013), Katie Crutchfield (a.k.a. Waxahatchee) funde de nuevo sus habilidades con las de su hermana gemela Allison para entregarnos otro de esos discos irresistibles cuando ambas confluyen bajo un nuevo proyecto, titulado para la ocasión Snocaps. Siendo un fan incondicional de su primera época como Waxahatchee, su trilogía inicial es desarmante, nunca hubiera pensado que la Crutchfield volvería a sus orígenes después de la deriva folk-americana que ha tomado su carrera en los últimos cinco años, durante la que ha cosechado sus mayores éxitos. Pero ya sea por necesidad o simplemente por puro divertimento, Snocaps recupera aquella vibra indie exprimida en sus primeros años de proyección, para volver a disfrutar del pop de guitarras. No es verdad que el disco sea exactamente lo mismo que lo mostrado en su primera época, aquí hay mucho de lo aprendido por el camino, pero es indudable que la conjunción de las dos hermanas ha dado a luz un disco menos pensado, más visceral, menos ambicioso e influenciado por sus referencias de adolescencia. Como dato curioso comentar que MJ Lendermanaparece en el disco junto a las hermanas en su faceta de multiinstrumentista. 

Tenía que llegar. FKA TWIGS ha conseguido firmar su disco definitivo, al menos hasta el momento,  con Eusexua. Apoyada claramente en la escena electrónica y techno de la década de los 90 y con evidentes influencias del movimiento trip-hop, nacido a principios de la misma década en Bristol y capitaneado por artistas como Massive Attack, Portishead o Tricky, la de Gloucestershire explota sobremanera su faceta más sensual y sensitiva en un disco que la coloca como una de las mujeres más empoderadas y creativas de su generación. Con esa mezcla de pop vanguardista, electrónica retro y R&B clásico, Twigs nos presenta una obra inabarcable, tanto es así que hace muy poco le ha salido un anexo al disco titulado Afterglow (Atlantic Records, 2025), con una intención artística que va más allá de lo propuesto musicalmente. Para muestra, lo presentado en el festival Primavera Sound de este 2025. Un espectáculo enorme plagado de performances impactantes, coreografías imposibles, bailarines de toda índole, un vestuario de lo más agresivo y una producción escénica que tomaba lo industrial como carácter estético. Eso sin obviar las maravillas vocales que ejecuta Tahliah Debrett Barnett sobre las tablas y esa capacidad física que le permite bailar y cantar al mismo. No voy a hablar de Afterglow porque todavía no lo he escuchado lo suficiente, pero lo que sí que puedo decir de esa tardía continuación del disco, es que para nada se siente como esas típicas ediciones deluxe que presentan los artistas semanas o meses después del lanzamiento de un álbum, en las que suelen caber canciones desechadas de esas sesiones, colaboraciones sobrantes o remixes olvidables. No sé si está a la altura de su predecesor, pero lo que tengo claro, es que Afterglow se siente más como una extensión natural de Eusexua, que como cualquier otra cosa. 

Acompañado de nuevo por sus compinches en Eclusivo Music, sello del que salen artistas como Hache, Lokesea Mariano, Chocoleyrol, Beyako Rap o Eklectico, todos ellos parte del nuevo álbum de T.Y.S. (a.k.a. Dominican Hippie) titulado Plantao (Eclusivo Music, 2025), el último trabajo de Steven Domingo Carmona es una clara extensión de lo mostrado en To Contra Judas (Eclusivo, 2024). Fundador del sello, rapero y productor, su carácter amable y honorable hace que su nuevo disco se cimente, exactamente, en los mismos pilares en los que se sustentaba su disco anterior. Rap consciente y vitalista en el que, a través de sus propias experiencias de vida, sus valores, sus objetivos y su humanidad, el artista dominicano hace gala del honor, la amistad, la ética y la competitividad necesaria como para elevar su carácter de rapero al de artista referencial dentro de la escena, sobre todo teniendo en cuenta que no son las actitudes, ni los valores en los que se mueve la escena actual. Más allá del enriquecimiento que tienen los temas colaborativos, en cuanto a dinámica y voces dentro del disco se refiere, y la grandeza y significado de sus líricas,  la gran baza de Plantao vuelven a ser los repetitivos estribillos y las partes “cantadas”. Aunque en su nuevo álbum el acceso al espíritu folclórico no esté tan presente como en el anterior y que las partes “cantadas” tampoco abunden tanto, estamos ante un trabajo que por mucho que de primeras no proporcione el mismo impacto que To Contra Judas, si le damos las escuchas necesarias, Plantao se acaba posicionando en el mismo lugar. 

Florence Welch y su barroca banda de acompañamiento, + The Machine, vuelven a darnos una inesperada inyección de grandilocuente vitalidad con su sexto disco de estudio, el exuberante Everybody Scream (Polydor Records, 2025). Mientras que en sus últimos trabajos de estudio la Welch iba perdiendo parte de la explosiva y sofisticada personalidad que demostró en su apoteósica trilogía inicial en el sello Island, Lungs (2009), Ceremonials (2011) y How Big, How Blue, How Beautiful (2015), jamás hubiera imaginado encontrarme con un disco tan emotivo, sincero, brutal, soberbio y enaltecido como este Everybody Screams a estas alturas de la carrera de la banda británica. Recuperando ese impulso musical y conceptual de, sobre todo, su primer álbum, el que la encumbró de la noche a la mañana como la nueva musa del pop clásico, la última referencia de estudio de la londinense trata el concepto de la feminidad desde los enfoques más incómodos e invisibilizados. Volviendo a ese carácter folclórico, naturista y, por qué no decirlo, hippie, que nos la presenta como una entidad espiritual capaz de quemarte con su mirada y elevarte hasta el cielo con su penetrante voz, Everybody Screams funciona como el hechizo perfecto contra las malvadas huestes del patriarcado. La confirmación de que Florence y los suyos todavía tienen varios y certeros cartuchos en el cargador dispuestos a ser lanzados al mundo en forma de canciones irresistibles en las que las alabanzas a la feminidad y el exquisito gusto musical, confluyen de la manera más extravagante y agreste que te puedas imaginar. Everybody Screams es un torbellino de emociones en el que, una vez has sido succionado por su formación cónica, no podrás parar de dar vueltas sobre él como si de un aquelarre se tratase. Volar y bailar, esas cosas tan de brujas.

La neozelandesa con mayor desarrollo e inteligencia emocional de la escena mainstream y la única artista capaz de tener un beef con Charli XCX y salir renovada del mismo, firmando un tema con la estrella inglesa en su disco de remixes titulado Girl So Confusing (Brat And It’s Completely Different But Also Still Brat, Atlantic Records / 2024), Lorde presenta su obra más sintética hasta la fecha y la más influenciada por la EDM y la electrónica indie. Puede que su anterior Solar Power (Universal Music, 2021) fuera su disco más discutido, considerado por la mayoría su momento creativo más bajo, pero el resurgir de la de Auckland con este Virgin (Universal Music, 2025) recupera lo mejor de su faceta digital para ponernos de nuevo la piel de gallina con sus espectaculares producciones y sus temáticas más viscerales y cerebrales. Virgin es un disco claramente orientado a sus capacidades vocales, siempre por encima de la mezcla, y que reincide en ese exorcismo interior que tan bien expresa Lorde en sus composiciones. Sin ser un disco tan cohesivo temáticamente como su insuperable Melodrama (Universal Music, 2017) y aparentemente carente de hits incendiarios capaces de poner el disco al mismo nivel que se puso Melodrama, aunque los singles de presentación del álbum sean irresistibles, Lorde se revela como una de las artistas con mayor capacidad para fluir dentro de la electrónica amable, bailable y actual sin necesidad de grandes estridencias o ritmos alocados. Puede que el cliché no sea la mejor manera de acceder a él, pero está claro que la maduración de la artista sigue en fase de crecimiento.

Si en su momento fueron Rosalía con El Mal Querer (Columbia Records, 2018) o Tangana con su El Madrileño (Sony Music, 2021), igual que ha hecho este año Bad Bunny con Debí Tirar Más Fotos (Rimas, 2025), los que hicieron bandera de la reivindicación del legado de sus propias raíces, resignificando el folclore autóctono como valor en alza en la realidad actual de los artistas pop de vanguardia, aunque es la escena urbana la que se lleva la palma en ese sentido, ha tenido que ser un chaval de 18 años con su tercer álbum de estudio, el que ha conseguido equilibrar la balanza entre lo ancestral y lo contemporáneo de la manera más sincera y edificante. La Vida Era Más Corta (Sony Music, 2025),  del argentino Camilo Joaquín Villarruel (a.k.a. Milo J.),  crea uno de los diálogos más bonitos y necesarios entre el pasado y el presente. Rico en matices y texturas, Milo ha sabido construir una obra en la que todo está medido y estudiado para rendir homenaje y demostrar respeto a sus ancestros. Siempre sin dejar de poner sobre la mesa que hablamos de un artista urbano con una inquietud desmesurada e incontestable para su evidente juventud. No estamos ante un disco más que aprovecha el folclore para subirse al carro y hacerlo servir como el aderezo ideal en los tiempos que corren, para nada. La Vida Era Más Corta es un estudio exhaustivo de las emociones, las vivencias y las tradiciones de un país, Argentina, en un momento de la historia en el que, realmente, “la vida era más corta”. Quizás, de las contadas colaboraciones que hay en el disco, siendo la más actual y evidente la de Trueno, la que más sorprenda sea la de Mercedes Sosa (a.k.a. La negra Sosa). Una colaboración, a título póstumo, con la que está reconocida como la máxima representante del folclore argentino. Toda una declaración de intenciones. Ya no voy a entrar en que un chaval de 18 años con tan sólo dos discos en el mercado, haya realizado en su tercer trabajo, un ejercicio artístico, musical y etnológico de este nivel. No acabaríamos nunca.

De entrada ya voy a decir que estamos ante el disco más normalito (no me sale decir flojo) de la banda capitaneada por Lili Trifilio.  Pero si a Tunnel Vision(Awal Recordings, 2025) lo tenemos que medir con el resto de discos de power-pop editados este año, el último álbum del ahora trío de Illinois, supera con creces a cualquiera de los que se le quiera poner por delante. Mostrando esa necesaria y femenina visión del arte y la vida que tan buen feedback le ha proporcionado siempre a la banda y con un crecimiento exponencial a partir de su viralización en Tick Tock con el tema Cloud 9, de su debut oficial Honeymoon (Mom + Pop, 2020), su adhesión al pop adolescente de carácter independiente (que no indie) les ha llevado a conseguir la nada desdeñable cifra de más de 6 millones de oyentes en Spotify. Canciones como los singles de presentación Clueless, Vertigo y Tunnel Vision, o las infalibles Big Pink Bubble, Mr. Predictable y Just Around The Corner acentúan el carácter más pop y accesible de la banda. Con un sonido más madurado (que no maduro) y una clara contención de la visceralidad y el volúmen de las guitarras, Tunnel Visión es ansiedad, vulnerabilidad, autoanálisis, oscuridad, tristeza, frustración, empatía, toxicidad, fortaleza, resistencia, feminidad y feminismo empaquetado de la manera más bonita, agradable y memorable del año. Amo a Lili y amo las píldoras pop perfectas que factura su banda. 

Después de un disco de voces limpias y ensoñación rock como fue Infinite Granite (Sargent House, 2021), dejando a muchos de sus seguidores más fríos que un témpano de hielo, no fue mi caso, la banda liderada por el vocalista George Clarke y el guitarrista Kerry McCoy vuelve a la carga con un álbum consecuente con su legado y autorreferencial en lo que se refiere a ese estilo venido a llamarse blackgaze. 15 años después de su formación, los de San Francisco recogen un catálogo de canciones en las que se sirven de la épica, la atmósfera y la exaltación visceral a modo de concatenación de emociones, para construir una obra que te eleva y te hunde a partes iguales, utilizando el exceso de tensión y la caricia etérea como sus mayores bazas. Teniendo en cuenta que la propia etiqueta del estilo marca claramente la mezcolanza que contiene, Deafheven nunca se han conformado con dicha etiqueta inclinando sus discos hacia texturas propias del post-rock, post-metal, indie-rock o dream-pop según el momento y la inspiración de la banda. Llegados a Lonely People With Power (Roadrunner Records, 2025), la banda californiana ha decidido abrazar sin contemplaciones la etiqueta facturando su disco más black hasta la fecha, incidiendo sobremanera en los trémolos, los desarrollos épicos, los blast-beats de infarto, la urgencia violenta y las voces rasgadas propias del estilo, sin dejar de alternar las pinceladas de deslumbrantes destellos de shoegaze en los momentos más necesarios. Cada uno tendrá su favorito en la carrera del quinteto, pero lo que es indiscutible es que Deafheven han facturado el mejor disco de metal del año y han entregado el mejor concierto de metal del año.

No seré yo quien hable del resurgimiento de Deftones, porque para mí, siempre han estado ahí, sí, incluso con el Gore (Reprise Records, 2016) y el Koi No Yokan (Reprise Records, 2012). Ni tampoco seré yo el indicado para hablar de su viralización en Tick Tock gracias a la efusivas interpretaciones de los chavales que circulan por el cosmos digital de dicha red social reivindicando a la banda. O de la descomunal cifra de reproducciones que tiene ya en SpotifyMy Own Summer (Shove It) de su segundo álbum Around The Fur (Maverick Records, 1997), nada menos que 564.000.000 millones y subiendo. Con esto me vengo a referir que ni para mi es un resurgimiento de la banda, ni la he redescubierto, ni vuelvo a ellos porque son tendencia, ni me ha entrado la fiebre extrema con su última obra de la que todo el mundo habla. Deftones han sido siempre una constante importante en mi vida desde que escuché el Adrenaline(Maverick Records, 1995) por primera vez. Por ello, ni me sorprende a donde han llegado artísticamente, ni Private Music (Reprise Records, 2025) me parece un disco más destacable que cualquiera de sus últimos trabajos de estudio, siendo claramente Ohms (Reprise Records, 2020) mi favorito de su última tetralogía. Podría parecer que esto no deja en muy buen lugar al décimo disco oficial de los de Sacramento, incluso que mi pasión por la banda y mi recibimiento del disco haya pasado a un plano más tibio, pero nada más lejos de la realidad cuando os digo que Private Music es uno de los discos más atractivos musicalmente y más complejos emocionalmente que puedas descodificar este año. Una auténtica obra de orfebrería sin etiquetas en la que la personalidad de Chino Moreno explota de la manera más cegadora y sobrecogedora, las precisas habilidades de Stephen Carpenter son capaces de machacar el eje de la tierra hasta dejarla plana (como a él le gusta), las expansivas percusiones de Abe Cunningham son utilizadas como los detonantes de tus pulsiones físicas y neuronales más desconocidas, y los esquivos samplers de Frank Delgado meterte en un trance digital inhóspito y misterioso del que es imposible escapar. Como venía diciendo anteriormente, vayan en la dirección que vayan, cualidades siempre características de la banda y de su sonido. Amplio, experimental, texturado, personal y único, parece que con Private Music han hecho que mucha gente se de cuenta de la incalculable calidad que atesora la banda y lo referencia de su legado.

Mientras que con su anterior Nadie Sabe Lo Que Va A Pasar Mañana (2023) no todo el mundo quedó satisfecho, en algún momento tenía que pinchar el genio después de dominar indiscutiblemente el panorama mainstream de los últimos siete años gracias a cuatro inconmensurables e insuperables discos (excluídos aquí el Oasis junto a Balvin y ese descarte llamado Las Que No Iban A Salir), DeBÍ TIRaR MáS FOTos está llamado a ser uno de los discos más sonados, bailables, orgánicos, significativos e importantes, tanto en la carrera del puertoriqueño, como del panorama musical en general. Alterando y modificando (una vez más) las fórmulas del imaginario popular de la música, Bad Bunny entrega su disco más conceptual y ambicioso hasta la fecha. En un momento en el que la música de raíces latinas (más allá del reggaeton y el dembow) copan las listas de éxitos de los países de habla hispana, Bad Bunny ha decidido honrar, de igual forma, las raíces musicales de su Puerto Rico natal y sus influencias artísticas más contemporáneas. Siendo el reggaeton un estilo nacido y exportado al mundo desde Puerto Rico, Bad Bunny lo toma como base para ampliarlo y decorarlo en su DtMF con todo tipo de influencias boricuas. En él, caben la bomba y la plena (ambas relacionadas con el sonido de panderos de Puerto Rico), la influencia jíbara (extraída de los campesinos de las montañas de Puerto Rico y derivada de las raíces de la música española y africana), la parranda (tradición de Puerto Rico que consiste en cantar villancicos navideños por las calles) y la salsa puertorriqueña (por todos conocida). Desgranarlo, disfrutarlo y desmenuzarlo en su totalidad se hace casi imposible incluso un año después de su salida al mercado, el disco se presentó la pasada noche de Reyes, pero aún más imposible se hace calcular la repercusión económica y cultural que ha tenido el disco y su posterior tour en su país, con nueve fechas en el Choliseo reservadas únicamente para los residentes de Puerto Rico, o el impacto sociológico que ha supuesto el anuncio de Bad Bunny como estrella escogida para protagonizar el intermedio de la Super Bowl de este año. Logros tan solo al alcance de los más grandes. No sé qué más le queda a Benito por demostrar, pero por mucho que siga habiendo gente incapaz de reconocer su talento, sus triunfos se cuentan entre los más legendarios.

Sin ser una banda debutante, los de Auckland (Nueva Zelanda) llevan una década en activo con cuatro discos de estudio y un directo publicados a sus espaldas, fue con su anterior Expert In A Dying Field (2022, Rough Trade) con el que consiguieron llamar la atención de los medios especializados (83/100 Metacritic) y de festivales tan importantes como el Primavera Sound, que son quienes nos los han vuelto a traer a Barcelona en un concierto que superó la etiqueta de memorable.  El disco del 2022 supuso un antes y un después en su carrera y el nuevo trabajo anunciado para este 2025 se había convertido en todo un evento en los círculos del indie más sibarita. Straight Line Was A Lie (2025, Anti-) llegaba con cierta expectación y, cómo suele ocurrir en su caso, los capitaneados por Elisabeth Stokes daban un nuevo giro de timón a su personal y peculiar forma de entender el indie añadiendo trazas de estilos variopintos, reduciendo en mayor medida los tempos de las canciones y exprimiendo su depresión y su melancolía al máximo. Firmando dos discos iniciales dentro de la clara etiqueta del indie-rock y entregando un tercero que empezaba a ahondar mucho más en la sensibilidad pop de la banda, su cuarto álbum, quizás su mejor hasta la fecha, nos lleva por los diferentes atajos  del indie haciéndoles coquetear con el folk de manera espectacular y adentrándose en la oscuridad del post-punk, por momentos, ofreciendo unos matices totalmente novedosos y excitantes para la banda. Todo ello con una comodidad y una naturalidad indiscutibles. Por otra parte, y habiendo facturado el mejor disco del año en el apartado internacional, he de decir que posiblemente también hayan firmado el mejor concierto de indie-pop en sala.