Reflexiones desde mi espejo

Blog de Opinión

Manuel Gris

Love, Death & Robots

Cuando la calidad y la libertad se cogen de la mano

Ahora ya sabemos qué pasa cuando dos directores que se caracterizan por hacer siempre lo que les sale de los huevos, y sin pensar en a quién van a ofender o cuantos van a entender su arte, se juntan: nace Love, Death & Robots. Y entonces los pilares de la animación, la ciencia ficción, la acción, el streampunk, y de séptimo arte en general, se tambalean y empiezan a rezar. Con esta antología de historias, que no serie, Netflix ha vuelto a dar en el clavo, demostrándoles a los dinosaurios de Hollywood que no la respetan que es, además de necesaria, una forma muy útil para darle a este arte un giro de los grados que queráis ponerle vosotros, sin dejar de lado ni el mensaje ni el entretenimiento más visceral y profundo. Y también, a veces, incómodo.

Pero, como notaréis por el tono del artículo, no voy a entrar en repasar uno a uno todos los cortos que forman esta antología en la que la muerte, el amor o los robots (en mayor o menor medida) son las piezas fundamentales de la historia, porque para eso ya hay mil páginas ahora mismo donde, la mayoría de las veces, os destriparán los finales o ponen nota a cada parte, haciendo que las veáis con más o menos ganas dependiendo de a quién creáis. No se trata de esto el viaje. No hay una mejor que la otra (de momento no he coincidido con nadie en cuál le gusta más o cuál es peor), porque tienen su propio estilo y ritmo, su moraleja o intención de fondo, aunque sí debo añadir que, además de los tres factores que le dan nombre al conjunto, hay algo que todos tienen: hacen arte sin temer por la integridad de su libertad de expresión, y sin importar los desnudos, el sexo, la violencia, o los discursos más o menos afilados que nos escupen a la cara con más razones que un santo.

Todos son una puñalada a la actualidad, a nuestras vidas, y a lo que somos cuando nos miramos en el espejo, y eso hay muy poca gente que pueda decirlo de su arte.

También hay una característica que le da aún más personalidad al conjunto, y es que no parten todos de la misma base artística, pasando del simple dibujo animado en dos dimensiones, a auténticas obras maestras de la animación por ordenador, en las que durante los primeros minutos uno no puede evitar dudar si lo que está viendo son actores de carne y hueso o no. Y esto, además de por la elección de cara creador, va unido íntimamente con la historia y la atmosfera de la misma, por lo que incluso antes de saber qué está pasando o quién es el protagonista, solo con la apariencia y las texturas de los personajes y decorados ya sabremos qué esperarnos, o si vamos a pasar un rato divertido y distendido (sin perder la mala baba o el discurso que se pretende), o vivir un terror a veces psicológico y otras veces con el gore y la angustia más visceral y enfermiza como eje principal. Porque, como he dicho antes, en ninguno de ellos, pero ninguno en absoluto, ha habido una mano censora que haya tratado de quitar una teta de aquí, una escena de sexo por allá, una palabra jodidamente malsonante a tiempo, o un chorro de la sangre más espesa y violenta que pidiera el guion, pues si así hubiera sido se habría perdido la personalidad misma de la obra, y nos hubiésemos sentido todos estafados por el señor Millery Fincher, cabezas pensantes de cada una de las historias.

Y es que hacen falta más obras de este estilo, más arte del que busca impactar usando la inteligencia y los cojones, sabiendo usar los sentimientos de los espectadores y esa doble moral que todos tenemos y que nos obliga a tachar a un personaje de héroe o de villano antes incluso de entender de qué nos están hablando. Porque el verdadero arte cinematográfico, y en general, solamente podrá subsistir, podrá seguir creciendo y llegar más lejos, si se aleja definitivamente de los moldes preconcebidos y las historias sin sustancia ni ganas a la hora de explicarlas, que por desgracia son la mayoría de las que nos topamos, en particular, en la pantalla grande, esa que está plagada de remakes, segundas partes, versiones de clásicos, adaptaciones de libros y series antiguas, y en definitiva, tirando de ideas y conceptos ya creados sin siquiera darle girito mínimamente inteligente para tratar de venderlo. Y sí, es cierto, muchos de los cortos que forman Love, Death & Robots beben de clásicos de la ciencia-ficción, tanto literarios como fílmicos, pero lo hacen con elegancia y sin esconderse en falsos discursos o trampas de las que dan por sentado que los espectadores son unos completos gilipollas. Los mismos creadores han dicho que estos cortos homenajean las historietas y novelas que alimentaron su infancia, y que son un homenaje a ese pasado imborrable para ellos, por lo que el debate sobre si este nuevo acierto de Netflix hace que nos olvidemos de la literatura de género es, claramente, un error. Nada de lo que se haga, nada, hará que nos olvidemos de que todo empezó en la literatura. Sin ella no estaríamos aquí ni tendríamos la imaginación que nos caracteriza, y también gracias a ella los nuevos creadores son capaces de tener esa manera de filmar, de dirigir y fotografiar en las películas que disfrutamos cuando se hacen tan bien, o casi, como las que Love, Death & Robots nos regala. Así que no seáis trolls, por favor, no tratéis de buscarle problemas o dobles lecturas que no entran ni con calzador, porque con esto solo lograréis dos cosas: quedar en ridículo; y perderos los escalofríos de placer que casi en casa segundo os regalan los 18 cortos de esta brutal, BRUTAL, antología.

¿Y no trata de eso el contar historias?, ¿de evadirnos de la realidad o comprenderla aún mejor?