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La leyenda de los CuloFino

(Cuento popular que, por desgracia, ha sido borrado de la memoria colectiva)

por Manuel Gris

Érase una vez una aldea donde, desde hacía años, muchos años, antes incluso de que existiera internet, vivían los CuloFino. Era una raza descendiente del hombre (perdón… del ser humano) caracterizada por un comportamiento tan exquisito y singular, tan único e indestructible como, al mismo tiempo, maleable y falto de columna vertebral: la virtud de ver en todo, absolutamente todo, algo ofensivo o falto de tacto con la actualidad vigente. Como es comprensible, este hábito los había convertido en una especie tan inteligente y superior a las demás que en pocos años consiguieron hacerse con el control de la aldea, en la que las sonrisas y las buenas palabras, las fotocopias en cuanto a opiniones y conversaciones habían logrado que la paz estuviera presente en todos los aspectos de la sociedad; aunque justo al lado, y con el mismo peso, que la falsedad y el ombligo propio antes que el ajeno.

Pero no todo fue tan fácil como parece, porque antes de lograr la pureza en el pensamiento y el blanqueamiento en las opiniones, tuvieron que pasar muchos exámenes populares y privados, en los que se ponía a prueba la memoria a corto plazo (no vaya a ser que fueran muy atrás y se descubrieran todos haciendo lo que en ese momento iba a ser catalogado como PecadoCapital), la repetición en cadena de frases catalogadas como Aceptables, la completa comprensión de lo que piensan los demás sin haberles preguntado, y, por último pero no por eso menos importante, la total falta de pensamiento propio que se alejase de lo que el Líder del Séquito señalase como correcto. Muchos no superaron las pruebas, como aquel chico que se atrevió a decir que si no veía/leía/escuchaba algo no lo creía, o la mujer mayor que dejo escapar de su boca las 4 temidas palabras: “no estoy de acuerdo”, pero eran un porcentaje muy bajo, tanto como quizá el 70% de la población, en la que, como los CuloFino sabían, no importa saber algo o pode demostrarlo, porque el hacer más ruido y gritar con más seguridad es sinónimo, como no, de tener la razón de su lado.

Así que la paz y la expulsión de todo lo ofensivo y falto de tacto (que da la casualidad que está ligado al gen de la estupidez) con respecto a Todo se erradicó como un cubito de hielo sobre la cámara de una película porno interracial/transgénero/consentido/igualitario (que es el mejor de todos, con diferencia) y, respirando con tranquilidad y, porque no decirlo, algo de aburrimiento, los CuloFino vivieron “felices” durante muchos muchos años.

Pero, ¡oh Dios mío!, algo hizo que la tranquilidad y la igualdad sin motivo ni explicación, pero aceptada, se viera golpeada por un forastero que, en busca de un trabajo y más perdido que una pulpa (el femenino del pulpo) en un garaje de una familia con los dos padres varones, llegó a la aldea y se atrevió a preguntar dónde podía comer un buen filete de ternera.

─¿Filete? ─las caras de sorpresa de los CuloFino igualaban a la del forastero. ─, ¿es que no piensas en los animales?, ellos también merecen vivir. ¡Ellos sienten como nosotros! ¿Y por qué de ternera?, ¿no sabes que maltratar a una madre que está destinada a dar a luz a sus hijos, y por lo tanto tiene sobre sus espaldas el poder de la especie, no está bien?, ¿cómo te atreves a insultar a todas las madres del mundo y menospreciarlas con ese comentario tan de cromañón que no ha tenido en cuenta la sensibilidad de todas las mujeres de esta nuestra aldea?

─¿Y pollo tenéis? ─el sueño y la sorpresa hablaban por el forastero, que se encontró enseguida rodeado de una turba de CuloFinos con muchas ganas de volver a coger bien fuerte aquello que antaño los había hecho ser los más intelectualmente superiores de la raza humana: la razón colectiva irrompible.

─¡Pollo! ─un hombre de mediana edad se acercó con rabia al forastero. ─, ¿pero qué te pasa a ti?, ¿cómo te atreves a desprestigiar a las Pollas del mundo al pedir solamente Pollo, ¡el varón!? Las mujeres deben ir siempre delante, y no debemos desplazarlas a un lado solo porque en el pasado hablasen como hablaban, pobres estúpidos. No puedes venir aquí y atreverte a decir que las mujeres son peores que los varones, porque eso es atacarlas, eso es de ser poco inteligente y de persona con un respeto por la vida y el futuro muy corto de miras ─tras esto le escupió acertando de pleno en el ojo izquierdo. Al darse cuenta agarró el mismo hombre el salivazo y se lo colocó en el derecho, por eso de ser políticamente correcto.

La marabunta de gente rodeó al perdido forastero y, poco a poco, le fueron llevando hasta el borde del acantilado más cercano (al parecer había más de uno y ese era, sin duda, el que estaba más cerca), y tras dos simples preguntas por parte del perdido forastero, por esas únicas 10 palabras, el destino del hombre (perdón, varón) y el de toda la aldea quedó escrito para siempre.

─¿Pero de qué estáis hablando?, ¿escucháis lo que estáis diciéndome?

Mil manos le agarraron del pescuezo (y alrededores), y con toda la fuerza de la razón que les daba la censura a la que se habían entregado lo lanzaron al vacío.

La muerte por un trauma cráneo-encefálico debido al choqué con una montaña de cráneos (sí, acertaste, de los que no pasaron las pruebas de las que os he hablado antes) es mortal de necesidad.

La calma comenzó a poseer a la aldea, hasta el punto de empezar todos a volver a sus casas, pero algo todavía tenía que pasas. Algo extraño para los forasteros, pero defendible al 100% entre los CuloFino.

─¿Qué estás mirando? ─el grito de un hombre encontró su destino en un chico joven que estaba a menos de dos metros de él; aunque le hubiera dado igual que se hubiese girado el señor mayor que estaba detrás (que era al que se estaba dirigiendo de verdad)

─Nada ─y era verdad.

─¿Me estás diciendo que miento cuando digo que estabas mirando a la mujer que vive conmigo y que gentilmente me deja tener bebés con ella con ojos violadores? ─cualquier variante de la palabra Violar había sido erradicada del vocabulario.

─¡No!, ¡jamás! ─el chico se asustó mucho, tanto que comenzó a dar pasos hacia atrás, hasta que se encontró con una mujer de mediana edad que le preguntó al primero hombre si ese chico era el violador.

─Ha violado a la mujer con la que he construido una familia sana y buena con la mirada, ¡sí!

Y, de nuevo: manos, solapa, acantilado. Y paz.

La aldea de los CuloFino, tras la llegada del forastero, se vio reducida a la mitad, que es donde sus habitantes dejaron de señalarse los unos a los otros por volver a probar las mieles de la destrucción ajena en manos de la razón colectiva. La sed de razón, de tener un enemigo y pisarlo hasta convertirlo en un odioso germen era fuerte, muy fuerte. Tanto como la voluntad de todos ellos por no volver a pensar por sí mismo y rendirse, con razón, en manos de la seguridad que da la falsa tranquilidad y los Síes con miedo en la última letra. 

Muchos cayeron, muchos murieron, y solo unos pocos pudieron seguir con sus vidas con fecha de caducidad (todo hay que decirlo).

Y siguieron por muchos años, tantos como ellos quisieron.

Tantos como tardaría en llegar un nuevo forastero, para calmarles la sed.