El teatro Quique San Francisco representa al aire libre La Cuenta, adaptación de Ramón Paso y dirigida por Gabriel Olivares, hasta el 14 de agosto
En la crisis de la mediana edad sólo te salva la amistad, aunque a veces le damos unos mandobles que la dejamos doblada, a esa gran amistad, y no va la cosa por pagar La Cuenta.
El dinero es lo de menos, los vínculos son los que permanecen, los que nos hacen ser quienes somos. Sin nuestro entorno, no somos nadie.
Entre los tres amigos que encarnan César Camino, Antonio Hortelano y Raúl Peña hay complicidad y secretismo, curiosidad por los íntimos sentimientos del otro y celo por los intereses profundos personales.
Entre cañas y árboles en el patio de butacas al aire libre del teatro Quique San Francisco, salen a relucir las confesiones de tres hombres que creían conocerse desde el instituto —quién estudiara BUP ahora—.
Claro que, para sacar los trapillos sucios hay que soltar la lengua, porque la amistad protege todo en modo de supervivencia, igual que en Perfectos Desconocidos (aquella comedia italiana de una cena entre amigos, que se metamorfoseó en ocho versiones distintas para el público de cada país), y siempre vienen bien unas risas aderezadas con setas para que las horas pasen, el tenis de mesa fluya y la sinceridad salga a borbotones durante el fin de semana en el chalet de la sierra de Mordor (perdón, de Madrid).
Las rivalidades sobre pagar la cuenta o no con las que comienza la función dan paso a lo único importante, que no es el dinero, sino el apoyo entre unos y otros.
El trío siempre rompe el equilibrio si falta uno en escena, pero se tejen nuevas informaciones para apuntalar esa pata, hasta que vuelva el compañero y se ausenta otro, y entonces se generen nuevas historias para sostener esa otra pata de la amistad à trois. La infidelidad es indolente hasta que las personas queridas deciden darle la pata al infiel, pero el círculo no acaba ahí, es como el karma. Lo que haces mal, siempre vuelve a ti. Lo que haces bueno, también regresa a tu vida.
No deja de ser una comedia de enredos de que lo puede pasar o de lo que creen que está pasando. Es una obra que los espectadores pueden vivir como si estuvieran en la escena, porque todos hemos estado en la sierra de vacaciones, en casa rural o en chalet, hemos descorchado botellas, jugado al ping pong, dado un chapuzón en la piscina y picoteado con amigos, despreocupados de los horarios y de la realidad cronometrada de la ciudad, hasta que alguien tiene que regresar a la ciudad para resolver unas gestiones inoportunas.
La tarde da paso a la noche, y de la noche al amanecer se vive en un santiamén, porque, “Caramba”, lo bueno es breve y hay que repetirlo. Por desgracia, lo bueno para unos es malo para otros. ¿Confesaría a tus amigos lo que verdaderamente haces a sus espaldas?