Entrevista a Carlos Luria autor de ‘Cómo matar a un lector’

“En la literatura como en el sexo hay trucos, pero no pociones mágicas”

Aunque las colas interminables de admiradores en la Feria del Libro sugieren que acabarán con los autores que firman sin parar, más bien serían estos últimos los que podrían “acabar” con los lectores, según Carlos Luria, profesor de Novela en el Laboratori de Lletres en Barcelona, y autor de Cómo matar a un lector. A pesar de que la escritura es como un maratón y le puede dejar a uno sin resuello y sin éxito, Luria da pistas de cómo saber si la cosa marcha viento en popa: “No hay mayor satisfacción, mayor felicidad, que la escritura de un buen párrafo, un buen diálogo o un buen capítulo. En este sentido, la escritura se aproxima bastante al buen sexo. Y debo añadir que tanto en la literatura como en el sexo hay trucos, pero no pociones mágicas”.

por Rosa Panadero

_ Dado el título de su libro, ¿a cuántos lectores ha matado ya?

La verdad es que no llevo la cuenta. En mi descargo diré que todo escritor ha sido en algún momento un asesino de lectores, lo que llamaríamos un lectoricida. Incluso Cervantes se cargó a unos cuantos lectores cuando publicó La Galatea. Los escritores disponen de muchas armas a su disposición para matar lectores (exactamente 57, que en mi libro aparecen ordenadas alfabéticamente).  Lo importante, en todo caso, es que el lector detecte qué escritores son asesinos en serie, cuáles son auténticos genocidas  y cuáles han matado esporádicamente… Y actúe en consecuencia. Ser lector es también ser creador. De eso también hablo en mi libro.  

_ ¿No será que el novelista comete un harakiri como autor cuando mata al lector? ¿Me va a dar un aviso por el aviso de ese pareado que acaba de salirme?

Los pareados en prosa son una forma de asesinato, para qué nos vamos a engañar. Respecto al harakiri, en criminología hay una máxima que asegura que todo asesino lleva dentro un suicida en potencia. Debo añadir que la carrera de escritor encarna un ciclo fascinante, que es de la muerte y posterior resurrección. El escritor muere con cada libro y resucita con el siguiente.

_ ¿Cree que su libro servirá para que algunos autores hagan acto de contrición y mejoren su prosa?

Espero que sí, de verdad. Escritores y aspirantes a escritor. Llevo muchos años enseñando Novela en el Laboratori de Lletres de Barcelona y he asistido a muchos actos de contrición, algunos más dolorosos que otros. Por eso explico detalladamente todos los peligros que entraña la escritura, todos esos errores (y hay muchos) que debemos evitar a toda costa. Algunos son letales, otros se pueden corregir, otros tan solo provocan un gesto de disgusto en el lector. Pero debo decir que mi intención es llegar también a los lectores, para que conozcan paso a paso el tortuoso, dificilísimo camino que lleva desde el primer impulso creativohasta la presencia del libro en las estanterías. “Cómo matar a un lector” no es más que un análisis del apasionante proceso creativo.   

_ Ahora de verdad, ¿cuál es su arma favorita de las 57 que expone? ¿Por qué?

Si por favorita quiere decir la que prefiero para matar al lector, ninguna.¿Qué es mejor, el cianuro o el hacha? Pues dependerá de los conocimientos farmacológicos o de la disponibilidad de una fregona. Ahora bien, y ya en serio, sí puedo decir que el arma más efectiva y de uso más angustiosamente extendido es la dislexia cultural, o sea, la no-lectura: si no se lee (bien), no se escribe (bien). Un país que no lee no es que no produzca escritores, es que se condena a la esterilidad y al desmoronamiento.

_ ¿Se curarían estas enfermedades de la mala escritura con una buena dosis de humildad? ¿Quizá con un poco más de cultura y de lectura?

En la República de las Letras el sustantivo “humildad” no se usa con frecuencia. La escritura es un intento de reconciliación con el mundo, y en muchos escritores ocurre exactamente lo contrario: se convierten en adoradores de su propio ego. Respecto a la cultura y a la lectura, es más que evidente. A ningún Gobierno, por mucho que digan por ahí, le interesa un colectivo ciudadano culto, preparado y con criterio. De hecho, ni los propios gobernantes son gente especialmente culta, y la prueba es que jamás se les ve con un libro en las manos o se les oye comentando una lectura. Por lo demás, hay que decir que los índices de lectura en España entre los jóvenes son razonablemente buenos. Luego la cosa se estropea.

_ Me gusta esa asociación que hace del sueño de convertirse en gran escritor americano explotando el “click-bait” de las primeras frases, pero si no se mantiene el ritmo hasta el final, la novela muere por sí misma. ¿Quizá un buen comienzo también mata la creatividad, dada la satisfacción por un excelente inicio inigualable?

Un buen comienzo está más o menos al alcance de todos si uno se empeña en ello y le echa horas de esfuerzo. Lo realmente difícil es mantener ese tono óptimo hasta el final, y ahí es donde empiezan los problemas: las salidas de potro andaluz y llegadas de percherón manchego. Hay muchos libros que empiezan muy bien y que posteriormente decepcionan.Algún escritor, no recuerdo cuál, decía que para calibrar la excelencia de una novela no hay que leer el inicio, sino la página cincuenta.

_ Una frase de los ladrones en “El Oro del Rey”, de Pérez-Reverte, ridiculiza nuestra afición por crear dinastías diciendo “Mi linaje empieza en mí”, algo así como lo que dice Danaerys Targaryen en el último capítulo de Juego de Tronos cuando condena a muerte a los derrotados. ¿Somos muy dados a ese orgullo de crear estirpes?

Buena pregunta. No digo que no haya escritores de estirpes, pero yo creo que las realmente dadas a las estirpes son las editoriales. Y las editoriales (y, dentro de ellas, los departamentos comerciales) mandan. Es decir, si una cosa funciona, encargan al escritor que alargue el hilo hasta el infinito y más allá. No hay problema si la cosa funciona, pero hay sagas que merecerían ser clausuradas por agotamiento. Hay un problema mayor, y ese sí que acierta de pleno en la línea de flotación de la creatividad: esos escritores que una y otra vez escriben lo mismo, que no se arriesgan, que no exploran, y en consecuencia cada libro suyo es un clon del libro anterior.  Es un círculo vicioso decepcionante.

_ Después de tantos años detectando métodos para matar a lectores, ¿no se le quita las ganas de abrir un libro?

Qué va. Sí es verdad que hay muchísima morralla, cómo no va a haberla si se publican 85.000 títulos al año y las editoriales se pelean por tener centímetros en las estanterías de las librerías. Pero el placer de descubrir a alguien nuevo y valioso es inconmensurable. Y, si no, siempre es posible volver a los clásicos, a esas páginas donde habita la Literatura.

_ ¿Hace sufrir mucho a sus aprendices de pociones literarias en clase?

En mis clases se respira pasión, y la pasión, a veces, conduce a las lágrimas. Yo no engaño nadie: escribir una novela es una maratón en cuyo recorrido a veces se pasa mal. Cuando la distancia entre la intención y el resultado es demasiado grande, por ejemplo. Pero, al mismo tiempo, no hay mayor satisfacción, mayor felicidad, que la escritura de un buen párrafo, un buen diálogo o un buen capítulo. En este sentido, la escritura se aproxima bastante al buen sexo. Y debo añadir que tanto en la literatura como en el sexo hay trucos, pero no pociones mágicas.

_ ¿Cuántos escritores nos podríamos ahorrar en España?

A los malos.

_ Dígame, ¿de qué mal adolece esta entrevista?

En que no ha hecho la pregunta clave: ¿un lector muerto puede resucitar? La respuesta es sí, afortunadamente.

No os perdáis la crítica de ‘Cómo matar a un lector’.