Acción y mucha Europa post soviética en esta cinta que ya está en cines y llegará a Netflix el próximo 22 de julio
Lo mejor de El hombre invisible —mención aparte de ver a Ryan Gosling, Chris Evans, Billy Bob Thorton, y Ana de Armas— es que lo ves en el cine y a la semana está en Netflix.
Hay pelis que son más emotivas por los diálogos que por la historia que cuentan. No es el caso de El agente invisible, más bien es el hombre sin conversación.
Nunca he visto ninguna película en la que Ryan Gosling haga grandes declamaciones ni frases de más de cinco o seis palabras, pero su presencia llena la pantalla.
Expresa bien el dolor, el sufrimiento, la decadencia vital, la herida abierta tras el rencuentro (LaLaLand, sin ir más lejos). Pero lo que es hablar, cortito. No pasa nada, es una peli de los servicios subcontratados de limpieza de la CIA, así que las misiones no exigen ni pensar ni declamar.
Como en toda peli de espías —no es el género correcto, porque se trata de condotieros modernos que se cepillan a la gente que molesta—, hay mucha localización de exteriores en todo el planeta. Ya cansa ver pelis en las que viajas por China o Corea, vuelves a yanquilandia y en el siguiente frame te plantas en Europa, ya sea Praga, Zagreb, Berlín o Londres.
Vamos, que, si reconoces el puente del Rey Carlos, te preguntarás dónde está el Golem checo que te dijo tu guía turístico cuando estuviste allí en unas tórridas vacaciones de masas. Con tanto ir y venir de un país a otro, no me aclaro cómo evitan el zumbido en los oídos cuando viajas, pero es que yo no soy una Kelly de la CIA, por eso no lo entiendo.
Tampoco soy actriz de la típica película estadounidense que se pasea por toda Europa en vacaciones estivales. Sólo queda raro que, paseando por lugares turísticos, no se vea ni un solo turista. Que está bien para apreciar la acción y las explosiones, pero que le resta realismo, también.
El jefe de estos singulares kellys es Billy Bob Thorton, con el empaque que conlleva, en un papel muy de Jeremy Irons. Ana de Armas es la empleada eficiente a sacrificar, como en todas las empresas, incluida la CIA.
No queda muy apropiado, después de tantos papeles haciendo de bueno o de gracioso, que Chris Evans sea un malote vestido con ropa de los años cincuenta.
A ver, o la historia tiene lugar hace medio siglo, con el vestuario ad hoc, o tiene lugar ahora, sin pantalones de tiro alto ni polos ajustados.
A tener en cuenta, para próximas películas, es la adolescente Julia Butters. Trapos aparte, ellos cuatro se libran del desastre de postproducción porque sólo viven la historia en el presente.
Al personaje de Gosling, pobre, le meten la tijera para conectar unos flashbacks de supuesta infancia complicada, y la verdad es que no entran ni con calzador. Cuando veíamos películas en las televisiones terrestres, estos saltos tan mal hecho quedaban camufladísimos con una ronda de anuncios, pero ahora que nos vemos las pelis sin ir al baño durante la publicidad, quedan muy, pero que muy mal. ¿Falta de presupuesto? No parece. ¿Falta de ganas? Quizá sí.
Lo más que llegamos a escuchar a Gosling es una frasecita de conversación de ascensor, “Otro jueves cualquiera”, dice. El guion no creo que lleve camino hacia el Oscar, pero había que producir algo para pasar por taquilla y calentar la butaca o el sofá.