Reflexiones desde mi espejo

Blog de Opinión

Manuel Gris

‘Daybreak’, las series de televisión como crítica social

Todos somos conscientes de que Netflix, a día de hoy, se ha convertido en el máximo representante del entretenimiento social.

Ya sea con películas, documentales o series, no hay nadie que se imagine un viernes por la tarde, de esos sin planes y en los que solo te apetece sofá, sin el canal Netflix puesto en la tele y gastando más tiempo encontrando qué ver que viéndolo realmente (consejo útil: tirad siempre a lo que más pinta tenga de ser una mierda, porque como mínimo te echarás unas buenas risas entre cerveza y cerveza).

Esta realidad que vivimos tiene su lado malo, y que se repite en todos los aspectos artísticos: al haber más facilidad para que todo el mundo pueda verte, hay muuuuuuuuuuuuuu(pero muuuuuuucha)cha mierda que acaba eclipsando a lo que de verdad tiene algo interesante que decir, con personajes inspirados y carismáticos, además de una producción digna e inteligencia detrás.

Aunque, claro está, el problema está en que ya no hay hambre de cosas verdaderamente útiles e interesantes, solo interesa el estúpido y aburrido entretenimiento, ese que te evade de la realidad y te hace, al cabo de unos años, preguntarte en que has gastado tu miserable vida. Sin hayar respuesta.

Una recomendación desinteresada

Pero TRANQUILOS, que aquí me tenéis para hablaros de una serie de diez episodios, de 40 minutos de media cada uno, que no os hará sentir que estáis tirando por el desagüe vuestras vidas: Daybreak.

Es más, puede que, si de verdad queréis hacerlo, hasta os haga pensar y ver nuestra actual sociedad de un modo diferente, quizá hasta más útil como ser humano (sí, me he flipado, pero de verdad que creo que podría ser posible).

La primera impresión al estar delante de Daybreak es que vamos asistir a la típica serie de humor idiota con adolescentes locos haciendo el subnormal a cada segundo que pasa. Y es así. En parte.

Además su manera de narrarlo todo recuerda a las películas de DeadPool, donde la cuarta pared está únicamente para ser destrozada a cada escena que necesiten explicarnos con una voz directa, descarada y digna del mejor de los colegas.

Pero, un segundo. Dadme un segundo para poneros en situación (que tampoco es que vaya a ayudaros, pero hacedme caso: es mejor así).

Una terrible guerra nuclear (o algo así porque nunca queda claro) ha arrasado con un pequeño pueblo (y quizá con el mundo entero, que tampoco queda claro) de USA, en el que (adivinaste, no se sabe bien por qué) solo los adolescentes han sobrevivido, mientras que los adultos se han convertido en descerebrados desechos humanos.

Este lugar, lleno de todos los clixes inimaginables, es el escenario principal donde, a partir de los diferentes grupos sociales que se organizan lógicamente en bandas, se nos presenta una realidad post apocalíptica muy parecida a si Mad Max (que la nombran en numerosas ocasiones) tuviera un hijo bastardo con Walking Dead (sí, los adultos que he comentado antes son algo así como “zombies”).

Los personajes imprescindibles

Si todavía no os ha explotado la cabeza con este cóctel, dejadme que os detalle brevemente a los tres personajes principales: un canadiense, y orgulloso de ello, inocentón, pardillo, y bastante imbecil que se cree que el mundo es su patio particular; un ex atleta gay, negro, adicto a los porros y con una grave obsesión por los samuráis y su cine (él mismo se considera un Ronin); y una niña de diez años superdotada, pirómana, con ciertos brotes psicóticos y que ser ScarFace algún día es su sueño húmedo (por el poder, el dinero, y poder matar a quien ella quisiera).

Aunque también hay espacio para la rubia guapa y enigmática, el abusón de libro con papi rico, la profesora loca y solterona, el chico tonto y bueno al que la vida no le deja ser quien quiere ser, el director bonachón y bastante idiota y, desde luego, el grupo de chicas empoderadas y feministas hasta la medula que tienen a las Amazonas como sus referentes.

¿Y qué podemos esperar de esto?

Sé que, así de golpe, absolutamente nada, y que desde luego parece más un chiste que algo en lo que gastar nuestro tiempo, pero creedme si os digo que detrás de todas estas descripciones mil veces vistas, de estos personajes millones de veces dibujados, hay una hoja de ruta, unos giros y, lo más importante, una falta de miedo por darle una patada en la boca a todos y a todo que es digno de aplauso.

Como ejemplo pondré solamente dos momentos:

Primero_ Una conversación que tiene el chico gay con un secundario, en el que el segundo le recrimina que se esté acostando con alguien y el negro le dice algo así como “claro, como eres un homófobo y un blanco de mierda no sabes entender mis sentimientos y te crees con derecho a decirme con quien me debo acostar”, a lo que el otro, muy acertadamente, respondo “si a mí me suda la polla donde la metas, ¡pero es que te estás follando al enemigo!”. Juego, set y partido para lo que anteponen la lógica a las identidades.

Segundo_ El segundo ejemplo ocupa todo un episodio, y de la mitad de temporada, así que para no spoilearos simplemente diré que refleja brillantemente la viva imagen de las parejas actuales que, debido al buenismo tóxico que lo impregna todo, son incapaces de relacionarse como personas normales/adultos (ya sabéis, relaciones llenas de consentimientos positivo antes de follar, comentarios feminazis de aplauso fácil y que al parecer son irrebatibles, o como el peso de la realidad y lo que de verdad importa a veces es desplazado por todo esta niebla de gilipolleces que nos impiden tener una relación sana y sencilla con la persona que nos gusta y que tenemos delante).

Para acabar diré que hacía mucho tiempo que no me encontraba una balanza narrativa tan bien equilibrada, donde el humor absurdo y sin sentido (muuuuuuuy sin sentido a veces) se va cambiando el sitio con dramas creíbles, acciones dolorosamente reales por imposibles de esquivar, y evoluciones de personajes que deberían enseñarse en escuelas de guion.

Y es que, por suerte, si algo bueno nos han dado las series es que, a diferencia de las películas, tienen su tiempo para dibujarnos todas las luces y las sombras que puede tener un ser humano.

Soy de los que no se traga todo lo que le echan (sonó mal, lo sé), y que para ver una serie del tirón en dos días tiene que ver algo en ella que de verdad no me haga sentir que he malgastado minutos de mi vida, así que creedme: DayBreak es una historia que os va a hacer reír, llorar, cabrearos y, porque no, tener ganas de que exploté una puta bomba en vuestra ciudad.

¿Quién quiere jugar a ser Mad Max?