Reflexiones desde mi espejo

Blog de Opinión

Manuel Gris

Culo veo. Culo quiero. Culo rompo.

Empezaré con un aviso para los que acostumbran a juzgarlo todo solo por el título del artículo o el nombre del que firma: esto no va de violaciones ni de nada por el estilo. Así que ya podéis cerrar el grifo de la espuma que os debe estar saliendo por la boca, y las palmas que hacéis con la orejas al pensar en los próximos 140 caracteres que vais a vomitar contra mí, y volver con vuestros bailes ridículos y “útiles” para la causa, y los halagos falsos de compañeros de lucha inexistentes.

Gracias.

Y ahora viene la disculpa: esto no va a ser un artículo al uso. Para nada. Lo que voy a contaros es la historia de cómo descubrí, con apenas 8 añitos, que la raza humana es tonta a más no poder y, sin duda, se merece toda la mierda que traga y traga y traga. 

Todo empieza en mi colegio, durante las segundas elecciones que hicimos para el delegado de clase.

Veníamos de un trimestre en el que un tal, creo recordar, Marc había sido nuestro delegado.

Le habíamos votado, como estaba mandado por algunas leyes no escritas pero lógicas a nuestros ojos, porque era el empollón y creíamos que estar en ese puesto era sinónimo de aburrimiento, peloteo a la profesora y exclusión social.

La sorpresa, y que la puedo ver ahora pasados los años, es que durante esos tres meses aquel enclenque chaval hizo su “trabajo” de un modo más que aceptable, colocándonos, entre otras cosas, en los puestos menos coñazo de la obra teatral de ese año, logrando que hiciéramos excursiones divertidas, consiguiendo que en el comedor nos sentáramos cerca del puesto de los postres, o que en el patio los más mayores nos medio respetaran, ya que era un gran coleccionista de cromos e hizo unos buenos negocios con ellos (creo que ahora se dedica a programación de videojuegos y tiene a su propios empleados al mando, así que el chaval ya apuntaba a maneras).

El problema fue que, como es tristemente lógico, los niños/humanos solemos no entender lo bueno que tenemos delante, o no lo vemos directamente, hasta el momento en que el agua nos llega al cuello o un poco más arriba, así que un pequeño grupo de abusones descerebrados, pero que nos hacían reír a todos con sus bromas a los profesores/empollones/parias/chicas, debieron de envidiar secretamente todo el respeto que Marc estaba consiguiendo haciendo las cosas bien y sin buscar nada más que el bien común.

Y decidieron que si ese imbécil podía hacerlo, ellos también.

Culo veo, culo quiero.

Cuando la profe anuncio que en pocas semanas volveríamos a votar para el delegado, estos energúmenos que no entendían ni sabían hacer nada y buscaban solamente miradas de admiración (que les faltaban en casa, lo más seguro), comenzaron a meterse a lo bestia con el pobre Marc, inventando tonterías, atacándole tanto física como psicológicamente (inventando que era gay, o que su familia era pobre, o que le había levantado la falda a alguna chica…

Cosas que, ¡mira tú qué sorpresa!, solían hacer en realidad los que le atacaban), y, lo peor, es que nos llevaron a todos a rastras con ese extraño y perverso truco que consiste en hacer creer a los demás que ellos, y nadie más, tienen la razón.

Que todos los del otro bando están equivocados y que si esos “malos” no lo ven, la única manera de hacerles frente es con malas artes, peores estrategias, y sobre todo mintiendo, mintiendo, y mintiendo.

Y tras toda esa campaña, y con la mayoría de clase de su lado, llegamos a las urnas.

La misma profesora se sorprendió de lo serios que estábamos todos con un tema tan tonto como las putas elecciones de un delegado de clase, y aún se quedó más perpleja cuando los gañanes que luchaban por esa presidencia se colocaron muy muy cerca de la caja donde íbamos a meter nuestros votos, supongo que por miedo a que alguien hiciera alguna trampa (como meter dos papeletas, o mierdas así) que les bajara de esa película que se habían montado de que iban a ganar con una mayoría aplastante.

Uno a uno fuimos acercándonos y metiendo nuestro papelito y, tras la última chica (no se qué Zaplana), la profe comenzó el recuento bajo la atenta mirada de los descerebrados y Marc, que, inexplicablemente para nosotros entonces, tenía una breve sonrisa dibujada en la cara.

Sabía algo que nosotros ignorábamos. Fue como si hubiese visto el futuro que se nos venía encima.

Uno para Andrés (así se llamaba el cabecilla de los gilipollas), dos para Marc, y así, muy igualados, siguió el recuento con sudores por parte de los lacayos y la completa tranquilidad de Marc.

Tras el último voto contado, la profe hizo el recuento y anunció al ganador: Andrés, que había ganado por solo 9 votos.

Recuerdo con gran lujo de detalle como todos aplaudimos, algunos incluso golpearon las mesas, mientras Andrés daba saltos como un orangután (algo que a día de hoy se podría comparar a escribir en Twitter a las pocas horas de saber el resultado de algo) y hacía gestos ofensivos a nuestro ex-prediente Marc, que no perdió en ningún momento la sonrisa y, con ella, fue a su pupitre y se sentó.

¿Qué pasó después?

Bueno, podría explicarlo con un breve resumen o escribir tres palabras y dejarlo claro, pero he decidido hacer ambas:

_ Un puto mojón (1, 2, 3…)

_ Como de todos es sabido, o al menos lo sabemos aquellos que hemos vivido un poco de vida útil, que algo llegue a un sitio con motivos erróneos y sin saber qué hay que hacer una vez en la meta no es lo más inteligente ni útil para nadie. Pero esto no lo ven, ni quieren verlo, los que votan ciegamente sin pensar en qué va a ser lo mejor para ellos, y se centran exclusivamente en la ¿satisfacción? de darle una patada en el culo a alguien que ha hecho mucho por ellos pero que les han convencido que no ha sido así.

Es como escupirle en la cara a tu madre después de hacerte un regalo que te ha gustado solo porque un anuncio de la televisión te ha convencido de que mereces un regalo mejor, pero sin que te enseñe qué hay dentro del paquete.

En conclusión

Supongo que hay gente que prefiere vivir de ilusiones, mentiras y falsedades mientras siguen sentado sin luchar por lo que quieren, mientras que los demás preferimos actuar, pensar, y aceptar lo bueno tras reconocerlo de una forma racional.

Nuestra clase, por supuesto, acabó pringando en todo (teatro, comedor, patio…), y casi nos suspendieron un examen de matemáticas a todos porque nos dio por seguir al imbécil de Andrés en una estúpida lucha por estar más en el recreo.

¿Qué fue de Andrés?, supongo que regenta algún bar de mala muerte donde arrastrará a otros fracasados como él a lugares que ni quieren ni les interesa. 

El tiempo pone a cada uno en su sitio, incluso a los que se creen ganadores legítimos siendo solamente payasos inútiles.

¿Y qué aprendí yo, y los de mi clase, de esto? Digamos que algunos no vieron en este episodio nada de utilidad, otros siguen siendo parte de cualquier manada de borregos (por eso de no perder la costumbre), y los demás aprendimos a pensar y no aceptar ciegamente las bellas palabras de un lobo que se las da de pastor, porque como todos los inteligentes saben los lobos, al final, acaban rompiéndote el culo.