Bajo el mismo techo

A por todas, tras el Goya!!! Ni el divorcio de Jeff Bezos es tan complicado

por Rosa Panadero

¡Quién diría que la sierra eléctrica de Silvia Abril en “Bajo el mismo techo” daría 1,1 millones de euros en la semana de estreno!! Después de una singular puesta en escena para los Goya, que la actriz presentó en Sevilla junto a su marido, Andreu Buenafuente, el público ha premiado a la intérprete con este tirón tan impresionante. ¡Felicidades, Silvia!

Y ahora, vayamos al grano:

Nadie le dijo a Jeff Bezos que viera Bajo el mismo techo antes de lanzarse en su idilio con la news anchor Lauren Sanchez. El planeta entero está pendiente del divorcio entre MacKenzie y el fundador de Amazon y propietario del Washington Post, y el enemigo del tupé rubio que filtró el romance ríe desde Washington DC mientras construye el muro entre los cónyuges.

Pero somos como el inquilino de la Casa Blanca: creemos que la inversión en ladrillo es más segura y que los chinos nos salvarán la economía, sin embargo, son las peores leyendas urbanas que se escuchan en la barra de un bar, y su aplicación es letal al combinarlas en la coctelera emocional de una parejita con el nido vacío y en pleno divorcio.

Lo más pavoroso de esta comedia es que, al contrario de Mr. & Mrs. Smith o La guerra de los Rose, nacidas de la imaginación, Bajo el mismo techo está inspirada en la realidad: una pareja en los cincuenta con visiones sobre el mundo totalmente opuestas.

Por un lado, un marido calvo y fofo, vendedor de coches que sueña con ver el fútbol en un televisor de plasma; por otro, una esposa fundadora del primer sexshop para mujeres en España y nieta de la primera divorciada durante la República, de actitud más transgresora. Definiéndolos en dos palabras a cada uno, el casposo ordinario y la activista soñadora. El marido se mueve en piloto automático hasta que ella le presenta el divorcio por su dejadez, desidia, abandono, apatía, flojedad e inercia en su vida conyugal. “Sólo ves lo que hay delante”, le recrimina ella. “Eres la Steve Jobs de los consoladores”, le acusa él, y dado que el estatismo le conviene, sus idas y venidas para que su esposa reconsidere la ruptura serán las típicas, pero al final se ve obligado a abrazar el cambio: “Los años que me quedan no los quiero pasar contigo”.

Poca gente se plantea cómo repartir los amigos en caso de divorcio, pero cómo repartir la casa es mucho peor, sobre todo si de pronto el mercado la torna invendible  y es preferible continuar pagando las cuotas hipotecarias antes que vender por debajo de lo que costó comprarla. Así que ambos protagonistas dejan salir su rabia a raudales mientras su vida profesional avanza por derroteros distintos: ella define su negocio en dos palabras, “Vendemos orgasmos”, y se transforma en un exitoso e-commerce de consoladores y vibradores para el placer femenino, mientras la juerga organizada con ayuda de un amigo y Tinder le cuesta el despido a él. En resumen, “Los juguetes de Nadia” frente al coche destrozado por Adrián.

Es difícil imaginar las tretas y artimañas con las que se la jugarán al otro,  hasta que la sierra radial entra en escena y los bienes comunes serán objeto de un juicio salomónico con todo dividido al 50%: yo rajo tu ropa de marca y arranco los tacones de tus Jimmy Choo, tú partes mis vinilos italianos y la televisión coreana de plasma. Al final la vivienda es una auténtica pesadilla para ambos, ni siquiera el casino chino y la bolsa de Shanghai les ayudan a vender su casa.

¿Consejo? No hay consejos que valgan. Quizá sí: a veces perder dinero es menos tóxico que una relación personal, pero por lo menos la comedia nos saca unas risas sanas frente al estropicio de un reparto indivisible. Hasta que la muerte nos separe, cariño, no, hasta que la hipoteca en común se acabe. Eso sí.