30 años del disco que cambió el juego a base de matemáticas y artes marciales

ENTER THE WU-TANG (36 CHAMBERS)

Se cumplen 30 años (que se dice pronto) del disco de rap más importante de mi vida. No voy a decir que ha sido el disco de rap más importante del movimiento ya que cada uno tiene una percepción muy concreta del mismo y por ello, sus referentes o favoritos varían según a quién le preguntes, pero es indiscutible que el legado y la importancia del primer disco de la Wu-Tang Clan (Enter The Wu-Tang -36 Chambers-, Loud Records 1993), es tan innegable como imborrable.

Gracias a la mente preclara de un RZA empeñado en formar el combo de rap definitivo (check) y con un plan trazado que incluía la dominación global del mercado una vez que la bestia madre dejara volar a su prole en solitario (check), la banda de Staten Island entregó un debut que todavía resuena en la cultura hip-hop de manera recurrente y referencial.

Y no me refiero concretamente al estilo inimitable del colectivo, nadie ha conseguido ni tan siquiera acercarse a esas habilidades tan locas, enfermas, indescifrables y matemáticas de Ol’ Dirty Bastard, Method Man, Raekwon o Ghostface Killah, ni tampoco estoy hablando de esas bases al más puro estilo RZA, sus samples oldies y sus cortes de películas de artes marciales se convirtieron en una marca de agua tan original, diferente y única que nadie jamás intentó hacer algo parecido, me refiero a la manera de ver el negocio, entenderlo, abordarlo y conquistarlo.

Una jugada digna de estudio de la que el propio RZA ha dado a conocer todos sus entresijos, tanto en sus libros, como en la serie que lleva el nombre del combo.

Un poco de historia

Corría el año 97 cuando mi amigo Miguel Del Cerro me puso sobre aviso de la Wu-Tang Clan pasándome el Wu-Tang Forever (Loud Records, 1997), segundo disco del colectivo, a sabiendas que por aquella época mi vida estaba dominada por el rap, el metal, el hardcore y todos sus derivados. Pero mi primera impresión fue de rechazo. Jamás había escuchado un rap tan descolocado y fuera de ritmo. Demasiadas voces, todo muy lo-fi, minado de skits ininteligibles, con unas bases que sí que eran hardcore (en la mayoría de los casos), pero que estaban plagadas de armonías con las que no me podía relacionar.

El disco era demasiado largo, la variedad de estilos, tempos y personalidades que confluyen en él, se me hacían bola prácticamente desde las primera escuchas y mi paciencia era demasiado limitada por aquel entonces como para mantener la atención en un disco de esa envergadura.

Obviamente, cuando le dije esto a mi colega, poco más y me mata (aparte de reírse en mi cara con todas las de la ley). Pero no desistió del todo, tuvo la delicadeza de comentarme todo el entramado que había desarrollado la Wu-Tang en el mercado gracias a los discos en solitario que fueron sacando todos sus componentes en el transcurso que había durado el hiato de cuatro años entre el debut (93) y el segundo disco del colectivo (97).

Dicho despliegue, era tan amplio y tentacular que, más allá de un par de discos, tampoco conseguí abarcarlo. Teniendo en cuenta todos los grupos que escuchaba por aquella época y de la manera tan intensa que lo hacía, todo ese universo creado por la Wu-Tang me parecía demasiado grande y no me atraía lo suficiente como para tener que dedicarle todas las horas de estudio que requería.

Pero llegó el día en el que me encontré en la sección de discos de la Fnac con el debut de la Wu-Tang Clan. Esa portada (distorsionada), esa estética (con las caras cubiertas y las capuchas puestas), esos colores (el amarillo como corporativo) y ese logo (con una W que se ha convertido en la marca por excelencia del combo), me llamaban de una forma tan poderosa y atractiva, que no pude resistirlo.

Una vez llegué a casa y lo puse en mi reproductor de cd’s, todo cobró sentido, mi cabeza lo entendió desde el primer compás, mi conexión física y mental con la obra fue inmediata, no tuve que hacer ningún esfuerzo, todo encajaba de la manera más visceral e inevitable. Ese tipo de conjunción imposible que sientes con algo tan distante y opuesto a tu universo, es algo que solo se puede conseguir a través de la música.

Mi obsesión por el disco (el cual no contenía las letras) fue tal, que incluso intentaba (sin conseguirlo) escribir las estrofas de cada uno de ellos para destrozarlas mientras las cantaba con mi inglés de baratillo y forzaba mi oído en un ejercicio imposible por descifrar su jerga. Obra magna que contiene cortes tan clásicos y reconocibles como C.R.E.A.M., Method Man, Wu-Tang Clan Ain’t Nuthing Ta F’Wit, Da Mystery Of Chessboxin’, Protect Ya Neck, Bring Da Ruckus o Shame On A Nigga.

Un trabajo insuperable

36 Chambers es la culminación del colectivo en el momento más creativo y sólido de su carrera. Luego vendrían obras destacables, notables, disfrutables e incluso memorables, pero nunca más conseguirían encapsular esa filosofía tan única, que incluía las matemáticas, el autoconocimiento, el ajedrez, las artes marciales y la credibilidad de barrio, con tanta contundencia, frescura y calidad como en su debut.

Obviamente mucho de todo ello propiciado por el hambre, las ganas y las ideas de un joven y debutante colectivo con el punto de mira puesto en lo más alto del escalafón.

A día de hoy siguen siendo mi combo de rap favorito y he tenido la suerte de ver en concierto a alguno de sus componentes en solitario, pero en mi corazón siempre guardaré con todo el amor del mundo el concierto que dieron en el Primavera Sound del 2013 en el que lo único que se echó en falta, fue la incontinente verborrea del tristemente desaparecido Ol’ Dirty Bastard que en 2004 nos dejó después de sufrir un paro cardíaco mientras grababa su próximo disco.

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