Javier Cutanda

‘Sting: araña asesina’, la picadura mortal al cine de terror

Cuando el miedo es no recuperar tu tiempo perdido.

Hay películas malas. Hay películas tan malas que dan la vuelta y se convierten en algo disfrutable. Y luego está Sting: araña asesina, un insulto al cine de terror, una bofetada a los amantes del género y una pérdida de tiempo tan monumental que debería incluir un reembolso emocional al final de los créditos.

Es difícil expresar lo profundamente inútil que es esta película sin sentir que estoy perdiendo más neuronas de las que ya me ha robado. No asusta, no entretiene, no divierte. Lo único que consigue es hacerme cuestionar si Hollywood está en huelga de ideas o simplemente ha decidido que nos merecemos este castigo.

Una araña gigante asesina. Solo con eso ya lo tienes todo hecho. Es un concepto que se escribe solo, una garantía de diversión macabra. Pero en manos de Kiah Roache-Turner se convierte en una patética excusa de cine, un chiste sin gracia, una mancha en la historia del terror. Si las arañas realmente tuvieran consciencia, se avergonzarían de esta película.

La sinopsis más estúpida del año

Vamos a ver. ¿A quién se le ocurre adoptar una araña? No un perro, no un gato, no un loro que al menos dice palabrotas. No, la protagonista de esta aberración decide que lo mejor para su vida es cuidar de un bicho con ocho patas y una mirada de “te voy a matar en cuanto crezca lo suficiente”.

Y crece. Vaya si crece. Porque, sorpresa, la araña tiene un metabolismo que ya quisiera cualquier culturista dopado. En cuestión de minutos pasa de ser un insecto insignificante a convertirse en una bestia del tamaño de un coche con un hambre insaciable. Y ahí empieza la matanza.

O al menos eso es lo que la película pretende que creamos, porque la verdad es que el ritmo es tan lento y torpe que ni las muertes logran impactar. No hay tensión, no hay sorpresa, no hay un maldito momento que te haga sentir algo más que frustración. Es una película de terror sin terror, una película de acción sin acción y una película de monstruos sin monstruos dignos.

Una araña menos aterradora que mi abuela en bata

Vamos a lo importante. La araña. El puto monstruo. El centro de todo. ¿Da miedo? No. ¿Tiene presencia? Tampoco. ¿Parece al menos realista? Ni de coña.

Los efectos especiales son tan mediocres que en algunos momentos parece que la criatura está flotando en el aire, como si la hubieran renderizado con prisa y sin ganas. Y cuando se mueve, es aún peor. La fluidez de sus animaciones es la de un videojuego barato de los 90. No impone, no intimida, no tiene esa sensación de peso que hacía que criaturas como el Xenomorfo o el tiburón de Jaws fueran tan aterradoras.

Aquí tenemos un montón de patas mal animadas y unos colmillos que parecen hechos de plástico. Lo único que realmente da miedo es pensar que alguien aprobó este diseño y decidió que estaba listo para la gran pantalla.

Un reparto que debería replantearse su carrera

Si al menos los personajes fueran decentes, podríamos salvar algo. Pero no. La película no solo nos da un monstruo lamentable, sino que lo rodea de la gente más estúpida jamás escrita en un guion.

Charlotte, la niña protagonista, es un atentado contra la inteligencia humana. Cada una de sus decisiones es peor que la anterior. Desde adoptar a la araña hasta no hacer absolutamente nada cuando empieza a crecer y a devorar cosas. Si esta niña es el futuro de la humanidad, estamos jodidos.

Y los adultos no son mejores. Nadie parece reaccionar de forma lógica a nada de lo que está pasando. Se comportan como si estuvieran en un episodio de Dora la Exploradora, con la diferencia de que Dora al menos hace preguntas inteligentes.

Los diálogos son una tortura. Frases sin alma, sin emoción, sin el más mínimo esfuerzo por sonar creíbles. Escuchar a estos personajes hablar es como ver a un maniquí intentando actuar. Da igual lo que digan, porque nunca suena natural.

Terror de mentira y humor involuntario

La película intenta equilibrarse entre el horror y la comedia. Pero lo hace con la sutileza de un elefante en una cacharrería.

Los momentos que deberían dar miedo son predecibles, mal dirigidos y ejecutados con una falta de inspiración que roza lo criminal. No hay una sola escena que te haga saltar del asiento o contener la respiración.

Y cuando intenta ser graciosa, es aún peor. No porque sea tan mala que da risa, sino porque sus intentos de humor son tan forzados y absurdos que solo te dejan con una expresión de “¿qué cojones acabo de ver?”.

Imagínate contar un chiste malo y que nadie se ría. Ahora imagina hacer eso durante 90 minutos. Esa es la experiencia de ver Sting.

El cine de monstruos merece algo mejor

No se puede permitir que este tipo de películas sigan existiendo. El cine de terror de serie B ha dado joyas. Slither, Tremors, Arachnophobia… Todas ellas son ejemplos de cómo hacer una película divertida con monstruos absurdos.

Pero esto no. Esto es un insulto. Es una broma sin gracia. Es un despropósito que no debería haber llegado más allá de una servilleta en la que algún productor con más ego que talento decidió que podía hacer dinero.

Es una película que no tiene alma, no tiene pasión, no tiene absolutamente nada que la haga digna de tu tiempo. Si la ves, te lo advierto: lo único que vas a sacar de aquí es la certeza de que has perdido una hora y media de tu vida que jamás recuperarás.

Veredicto final: quémala con fuego y no mires atrás

Si tienes ganas de ver una película de terror con bichos, hazte un favor y busca otra cosa. Cualquier cosa. Un documental sobre insectos en La 2 será más emocionante. Un vídeo de una araña en YouTube te generará más tensión.

Pero Sting… Sting es basura. Ni siquiera basura divertida. Es la clase de película que te hace plantearte si los directores de cine de terror han olvidado cómo hacer su trabajo.

Esto no es entretenimiento. Esto es una condena. Una película tan tediosa que hace que ver crecer la hierba parezca emocionante.

Si alguien en tu vida te recomienda verla, elimínalo de tus contactos. No necesitas ese tipo de gente cerca.

Kill Film Vol. 33

«Donde las malas películas reciben el castigo que merecen»