‘La Boda de Rosa’, o te casas contigo, o no te cases con nadie

Prometo amarme y respetarme todos los días de mi vida

por Rosa Panadero

A ver, que me llamo Rosa y me he casado cuatro veces con la misma persona. Por cuestiones burocráticas y validación de expedientes en el extranjero, todo hay que decirlo. Para firmar cuatro veces, con testigos y demás, hay que estar muy segur@ de lo que se hace. “¿Otra vez, maja?”, “Sí, sin problemas, sólo firmas, ya sabes”. Quien me conoce sabe que soy un delfín nadando en el mar de la burocracia, y también que no alcancé la felicidad.

La Rosa que interpreta Candela Peña ­-cómo me gusta su papel-, va por su primera boda y sólo tiene 45 tacos. Así que le saco cuatro bodas de ventaja y un año más en las alforjas.

Si has sido parte de una boda, como contrayente o espectador, sabes que no hay nada mejor como un bodorrio para que nadie escuche a nadie, un prodigio que no se ve en los vídeos de la familia bailando pasodobles cubata en mano. Por fortuna, en la peli de Iciar Bollaín la música la pone Rozalén y bailan Nathalie Poza, Sergi López, Ramón Barea y Paula Usero.

Quizá porque no nos escuchamos, no nos damos cuenta de que sólo somos una de dos: donors o takers, personas desinteresadas y otras, más que interesadas

Los desinteresados, los que actúan por el bien universal, son los que acaban peor. Seguramente irán al cielo por no haber sabido defender su trozo de libertad en nombre del sacrificio, pero su vida será como una gasolinera: abierta las 24 horas, con surtidor disponible, comida en el frigo de la tienda, y hasta tarjetas prepago para hacerse cargo hasta de las plantas del vecino. Los donors hacen todo por los demás. No saben decir que no.

Al personaje de Candela Peña le pasa eso: que cuando todos sus sacrificios se dan por hechos y nadie la escucha, decide que su vida no le pertenece.

En lugar de suicidarse, que sería lo típico, emprende una nueva vida. Liarse la manta a la cabeza. Ponerse el mundo por montera. A liarla parda. El único inconveniente es, como siempre, el novio, porque no hay. Bueno, sí hay novio, pero en la boda no cuenta. En una boda normal sería el que va al lado de la novia que luce su vestido de princesa. En La Boda de Rosa, el novio es un secundario.

¿Crees que un matrimonio es algo desinteresado, por amor? Pues sí, lo es si decides que te das y recibes todo tu amor

La única condición que se pone Rosa es simple: “Prometo amarme y respetarme todos los días de mi vida”. Ojo, que el juramento se las trae. Tracy McMillan, hija de una prostituta y de un traficante de drogas, se casó tres veces y las tres se divorció. Expuso su caso en TED Talk, donde dejó claro lo mismo que Iciar Bollaín en La Boda de Rosa: o te casas contigo mism@, o no te cases con nadie.

Alain de Botton da charlas sobre algo parecido: nuestros matrimonios fracasan porque proyectamos nuestros sueños en ellos sin ver la realidad, sin vernos a nosotros mismos.

Y cuando la química se pone al servicio de la crianza, la pareja la forman tres y uno de ellos con pañales, olvídate del seductor morning attack. El principio del fin de aquel “…todos los días de mi vida”.

Lo mejor de La Boda de Rosa es que salimos todos retratados: la hermana de la novia, egoísta siempre; el hermano de la novia, de vida egocéntrica; el padre de la novia, que no sabe qué hacer con su vida desde que se quedó viudo; la hija adulta de la novia, a la que le sienta fatal que su madre no esté disponible 24/7 para ayudarla con los gemelos; el novio de la novia, que no pinta nada (lo típico, vaya),… La única que verdaderamente brilla es…la novia.